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Laura Branigan, reina del Carnaval Gay, en el desfile. Natalli Suárez
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Noche de Guacherna Gay, cada año más vistosa

Miembros de la comunidad LGTBI desfilaron por las calles de Barranquilla el pasado sábado en un derroche de brillo, plumas y color.

En precarnavales Barranquilla parece otra, o mejor dicho, es otra. Los días son resplandecientes y el sol es tibio. Las noches son frías debido a los vientos alisios que serpentean alaracosos por las calles y callejuelas de la ciudad. Se oyen retumbar tambores y gaitas a cualquier hora, no es raro encontrarse en alguna esquina a una colorida marimonda haciendo monerías, aun cuando no hayan empezado oficialmente los cuatro días más fiesteros del año.

Jairo Polo es el director de la Corporación Autónoma del Carnaval gay. Es un hombre estricto. Quienes le conocen afirman que tiene un carácter fuerte, disciplinado sería el término adecuado. Polo es hijo de un militar a quien le heredó el rigor de hacer las cosas bien. Es un perfeccionista, cualquier error lo pone de mal humor. Faltan quince minutos para que inicie el desfile de este año. Polo se enfunda en una fantasía diseñada por Damaris Atencia, es un pesado traje rojo con pedrería multicolor. Lleva el rostro cubierto con una máscara veneciana. “Yo soy un enigma”, dice Polo y extiende una mano que espera ser besada. El público barranquillero yace dispuesto a lo largo de la calle 72; hombres, mujeres, familias enteras aguardan el instante en que hagan su arribo las divas travestis que hace más de 20 años se tomaron la ciudad sin permiso alguno.

Polo da la orden de que inicie el desfile. Un grupo de millo conformado por músicos de Palenque azota las tamboras y hace sonar la flauta. Una cumbia resuena engreída, es un narcótico que hace que la gente grite, aplauda, sonría, la efervescencia apenas empieza.

Laura Branigan es la reina de este año. Es una mujer transgénero nacida en La Arenosa, pero residenciada en Suiza hace 20 años. Acaba de fallecer su padre. Aun así, está presente esta noche. “Mi compromiso es con la gente”, dice y suelta una sonrisa. Luce espléndida, lleva un traje emplumado que la brisa mueve con desenfado. Ella baila, su pueblo la aplaude, le grita cosas, algunas bonitas, otras, un poco picantes. Niños, niñas, madres, todos quieren una foto con la “reina de los gais”, como dicen los barranquilleros. Detrás de Laura vienen los actores de una fiesta que salió de los bares clandestinos de finales de los setenta, cuando ser gay era considerado casi un delito, al punto de ser perseguidos por la ley que sin aviso alguno se tomaba los bares de antaño y partían con camiones repletos de “degenerados” –como solían llamarlos– hasta las comisarías más cercanas.

A primera vista parece que las cosas han cambiado, es difícil saber si todo ese amor y alegría que los barranquilleros ofrecen al pasar de las reinas, comparsas y demás personajes de la comunidad LGBTI sea un acto de sinceridad, sería bueno suponer que ya no se ve el tema homosexual como una anormalidad o para satisfacer ciertos morbos sociales. A simple vista todo es perfecto.

Laura Branigan, la reina, gira, se contonea, coquetea con los que esta noche han venido a verla. Una comitiva ha llegado desde Bogotá para acompañarla, divas del show travesti, entrañables amigas que le recuerdan a la reina quién fue, quién es. “Parece una mujer”, comenta a su acompañante un sujeto apostado en la acera.

‘Belle époque’. Podría pasar como un espectador más de los que esta noche se reúnen curiosos a ver el desfile: venecianos enmascarados, afectados monocucos y miquitos, voluptuosas divas del arte del travestismo, entre otros. Luce como un indefenso abuelo, se mueve tímido entre la multitud, esquiva mi mirada, trata de perderse entre la gente disfrazada. Su fama lo precede, y antes de que se me escabulla entre las manos, le cierro el paso cuando trataba de esconderse detrás de una carroza:

- ¿Es usted, ‘Cristal’?

Miro fijo a sus ojos algo opacos por el paso del tiempo, y, aunque su expresión no es nada amable, se anima a responder, me sugiere que mejor le llame “Antonio”, que hace años colgó su peluca y sus trajes de noche, y a Cristal la había dejado en un viejo escaparate donde los ratones acabaron con ella.

- En aquella época esto no ocurría, nos atrincherábamos en algún bar, ya fuese en el J.J. (Juan Jerónimo) Troya o Bacco, allí se gesta eso que llaman Carnaval Gay, no éramos tantas como ahora, porque no sé si usted se haya dado cuenta hay como una epidemia gay. Pero es lindo ver a la gente apoyándolos.

Twitter del autor de la nota @JohnBetter69

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