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Asdrúbal Barraza, en una de sus rutinas de trabajo afuera de la Gobernación del Atlántico.
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Mecanógrafos se resisten a dejar sus máquinas de escribir

En promedio, 200 escribientes siguen usando esta herramienta en Barranquilla • Se ubican afuera de las notarías, la Gobernación y la Cámara de Comercio, de 8 a.m. a 4 p.m.

Las personas que caminan por las afueras de la Gobernación, de la Cámara de Comercio o de las notarías de Barranquilla, lo hacen al compás del sonido de las máquinas de escribir. “Tac-tac, tac-tac”, escuchan los transeúntes que en ocasiones necesitan de la ayuda de los escribientes que allí se encuentran disponibles para redactar desde cartas de amor hasta balances financieros.

A pesar de los avances tecnológicos que hoy arropan al mundo, unas 200 personas, la mayoría de más de 50 años,  aún usan las máquinas de escribir como instrumentos de trabajo en la ciudad.

“Ahora es muy difícil dedicarse a esto, pero aún hay personas que ya sea porque no saben redactar algo o están de afán, se acercan a solicitar nuestra ayuda”, expresa Asdrubal Barraza, un hombre de 59 años que desde hace 35 se dedica a la mecanografía, por influencias de su hermano mayor. 

“Esto es todo un negocio de familia. Mi hermano, quien ya falleció, se dedicó toda la vida a esto, luego entré yo y por último mi hermano menor”, indica el hombre, mientras saca una hoja para empezar a escribir una carta por la que le pagarán dos mil pesos. 

Desde 1980 Barraza instala diariamente debajo de un árbol de almendros, ubicado a un costado de la Gobernación, una oficina improvisada. Un toldo para taparse del sol, una mesa de madera, hojas, un par de borradores y la que considera “su vida”, la máquina de escribir, constituyen su lugar de trabajo.

“A veces me llaman amigos y me dicen que necesitan hablar conmigo, yo les digo que vengan a mi oficina y les da risa. Aunque lo hago en tono chistoso para mí es en serio, esta es mi oficina y mi máquina de escribir es mi vida y la de mis hijas, porque gracias a ella las pude sostener”, dice el hombre, antes de suspender el diálogo para buscar un borrador porque debe corregir una tilde que se le fue de más.

“Hay que ser muy cuidadosos, un error es grave aquí”, asegura Barraza, mientras vuelve la vista al papel y posa nuevamente sus dedos sobre las teclas, para seguir presionándolas a toda velocidad.

Aunque este escribiente no es profesional, a diario pone en práctica un poco de cada carrera, para poder elaborar los trabajos que le encomiendan sus clientes. “Hago de abogado, comunicador, contador, economista y hasta de médico”, dice el señor entre risas, para después poner el punto final al texto que una mujer esperó por 10 minutos.

“Gracias a Dios llegó la primera persona”, dice el sujeto, que al igual que sus demás compañeros piensa que el negocio cada vez resulta menos rentable.

Cerca de la extinción.

Los miembros de este gremio han registrado una disminución de clientes de hasta un 80% en los últimos 15 años.

Los computadores, internet, las redes sociales y los celulares han ido desplazando el oficio. Por ende, a pesar que no les es fácil aceptarlo, los escribientes ven en el cambio de la máquina de escribir a la computadora una forma para que su trabajo sobreviva.

“¡Se aproxima el día en el que nos extinguiremos!”, exclama con preocupación Barraza cuando se le indaga sobre la posible desaparición de su oficio. “Va a llegar el día en el que nuestras máquinas queden demasiado obsoletas y nos toque adaptarnos a los computadores aunque no queramos”, explicaba, cuando fue interrumpido por el más veterano de los escribientes del sector, José Gutiérrez.

“Ya muchos nos dedicamos a esto porque no tenemos más nada que hacer, por lo menos para mí es un pasatiempo. Hace años que esto no da plata”, dijo quejándose el señor de 81 años, que desde los 40 se dedica al oficio con el que consiguió educar a sus cinco hijos.

Ambos mecanógrafos se resisten a dejar sus máquinas de escribir y aseguran que llegarán con ellas hasta donde más puedan. Sin embargo, al finalizar los dos concluyeron que no importa lo que venga ya que “la redacción sale del cerebro y no de la máquina”.
 

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