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Yolanda, viuda de Scopell, coloca una flor blanca en su féretro y se despide del compañero de los últimos 58 años. Jesús Rico
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“La última broma del viejo Quique”

Vivian Scopell narra el periplo del cuerpo de su padre desde EEUU, donde murió la semana pasada, hasta Barranquilla, donde ayer fue sepultado.

"Porque te hayas ido pa'l otro lado no significa que te hayas muerto”, fue la melodía que rompió el silencio de Jardines de la eternidad, ayer a las 11 de la mañana.

A pesar de la tristeza que los embargaba, familiares y amigos de Enrique Scopell le rindieron homenaje con canciones que significaron mucho en su vida, como El testamento de Rafael Escalona, o algunas letras de Esthercita Forero como Mi vieja Barranquilla, La guacherna y La luna de Barranquilla.

En sus rostros se notaba el contraste de la aflicción por haber perdido a un hombre que “se tomaba la mamadera de gallo en serio”, con la satisfacción de tener en la memoria tantas anécdotas graciosas con “el viejo Quique”.

El hombre que hizo parte del Grupo de Barranquilla junto a Álvaro Cepeda Samudio, Gabriel García Márquez, Alejandro Obregón y Alfonso Fuenmayor, entre otros, regresó a la tierra donde tantas veces tomó trago y mamó gallo con sus amigos, para reposar en paz.

El periplo final. Como si se hubiera tratado de una broma final, de la última anécdota graciosa que quería dejarles a sus seres queridos, en eso se convirtió el viaje del ferétro de Scopell hasta Barranquilla.

El fotógrafo falleció el pasado jueves 7 de agosto en Los Ángeles, California, “por una falla multiorgánica, producto de una muerte cerebral”, contó a este medio Vivian Scopell, la hija que tuvo con su esposa Yolanda y con quien vivía desde hace algunos años.

“Como su deseo siempre fue reposar en esta ciudad”, prosiguió narrando Vivian, “sabíamos que debíamos hacer lo posible por traer su cuerpo, sobre todo porque no quería que lo cremáramos”.

‘A mí no me pongan en el fuego, pongánme en la tierra a la que pertenezco’, le decía Enrique a su hija cada vez que tocaban el tema de su muerte, aunque no era una cuestión que ensombreciera los ánimos en su casa por el tono jocoso que usaba. Por eso su deceso tomó a sus allegados por sorpresa, porque días antes disfrutaban de sus chistes y apuntes lúcidos.

En medio de canciones de Escalona y Esthercita Forero fue despedido el fotógrafo por sus familiares y amigos.

Haciendo caso a la voluntad de su padre, Vivian inició el papeleo para trasladarlo a la ciudad que lo vio nacer 91 años antes, un 14 de mayo de 1923.

“Yo creo que fue la última gran broma del viejo Quique, porque cuando el ataud llegó a Miami desde Los Ángeles, los papeles se perdieron”, relató Vivian con una gran sonrisa en el rostro. “Estoy segura que él (Enrique) embolató las hojas para que lo enterráramos cuando él quería”, puntualizó, mientras se despedía para tomar un vuelo de regreso a Los Ángeles.

Historias de parrandas. Buscando a alguien “que aguantara trago como él” fue como Manuel Charris, un hombre entrado en los 60 años y con la cabeza pelada, conoció a Enrique Scopell.

“Era imposible pelear con él”, recordó Charris de su amigo en los últimos 30 años con los ojos visiblemente aguados, caminando sobre el cesped del cementerio, bajo el sol inclemente del mediodía.

“Una vez íbamos por la calle y me quitó la gorra para dársela a un niño”, narró Manuel con paciencia,“cuando quise decirle algo, Quique alzó los hombros y me dijo ‘lo regalao regalao está, ya no se puede hacer nada’, y yo ni le replicaba”.

Junto a él andaba Augusto Barthel, la persona que presentó a Mañe y a Quique.  Augusto se acordó de cuando conoció a Scopell en La Cueva, “siendo apenas un niño mi padre me llevaba a ese lugar”.

Para Barthel lo que más le marcó del fotógrafo fue“su forma tan alegre de tomar la vida y su eterna mamadera de gallo”, condiciones que lo hacían “una persona con la que daba gusto conversar y pasar el tiempo”, mientras Manuel asentía, compartiendo su pensamiento.

Como buen bromista el mejor chiste de Scopell fue inmortalizarse en la memoria de sus amigos y familiares.

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