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Imagen del acordeonero, compositor y cantante Alejo Durán perteneciente al archivo histórico de EL HERALDO.
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25 años después, Alejo sigue sonando

El pasado 15 de noviembre, familia y seguidores del cantautor Alejo Durán conmemoraron su fallecimiento en El Paso y Planeta Rica.

Veinticinco años no pasan pronto y cuando se refieren al fallecimiento de una leyenda del folclor parece que el tiempo no corriera, porque el recuerdo sigue intacto. Es lo que pasa con el juglar Gilberto Alejandro Durán Díaz: el pasado sábado 15 de noviembre se conmemoró un cuarto de siglo de su fallecimiento y sin embargo su memoria se mantiene como si no hubiera sucedido nada.

Alejo Durán, como todos lo conocían, era considerado la voz del campesinado, el artista que en cada melodía mostraba el sabor del campo, el vallenato genuino, y al que la gente le correspondía diciéndole: “Ese negro sí toca”, como él cantó en una de sus famosas melodías. “Si la muerte fuera negociable yo cambiara mi vida por la tuya amigo, yo moriría para que tu vivas”, esa expresión salió de José Tapia Fontalvo, el hombre que acompañó al viejo Alejo durante 35 años como guacharaquero.

Hoy, a sus 80 recién cumplidos, no olvida que eso se lo dijo textualmente a su compañero de parrandas, cuando este yacía postrado en una cama.

“Alejo siempre tenía las expresiones precisas para llamar las cosas por su nombre. Era directo. Él no comía de cuentos. Además, hay que resaltar que era muy buen amigo y una muestra de eso es que cuando nos conocimos en 1957 y me invitó a que hiciera parte de su conjunto, yo acepté y me vine con él para Planeta Rica y estuvimos juntos hasta el día de su muerte”, recordó Tapias. Tiempo antes de ser internado definitivamente en la clínica Unión de Montería, donde falleció el 15 de noviembre de 1989 a los 70 años, a Alejo le habían dado por lo menos dos infartos, y la tercera vez fue la vencida, comenta el músico Tapias.

Sus musas. Ese mismo corazón era el que el negro Alejo le ponía a cada una de sus composiciones e interpretaciones, sobre todo para cantarles a las mujeres protagonistas de sus canciones: Fidelina, Joselina Daza y Evangelina, son algunas de sus musas inspiradoras, por las que se ganó la fama de mujeriego y picaflor.

Durán resumió su eterna admiración y afición hacia las mujeres en temas como El inventario y La mujer y la primavera, y sus pesares en Tengo un dolor, en donde también hacía alusión a sus ‘diosas’.

Los versos cortos, cargados de una especie de nota pesarada y de melodía profunda, identificativos de Alejo, aún se amplifican en verbenas y bailes de la región.

Pero es en la casa de Gloria Dusán, la viuda que vive en Planeta Rica, en donde tienen una connotación especial.

Representan 14 años de amorío y complicidad que dejaron 5 hijos, de los 25 que tuvo el mulato con diferentes mujeres.

Las paredes de esa casa son adornadas por los retratos dibujados del negro Alejo, en los que luce su infaltable sombrero vueltiao e inseparable acordeón, con la que ganó adeptos y se hizo famoso hasta el final de sus días.

Gloria no pronunció muchas palabras porque los dolores del virus chikunguña la tienen inmersa en una rutina del consultorio médico a su casa, pero recalcó que la voluntad de su compañero siempre fue descansar en paz en Planeta Rica, el pueblo que lo adoptó cuando viajó de su natal El Paso (Cesar), lugar donde nació y que le da la bienvenida a los visitantes con un letrero que reza: ‘La tierra de Alejo Durán’.

Tumba del músico Alejo Durán, en el cementerio de Planeta Rica, Córdoba. 

Su última morada. A pocos pasos de la tumba del músico en el cementerio La Esperanza, está la bóveda en la que sepultaron a su colega Enrique Díaz, quien falleció el 18 de septiembre pasado, y quien también había pedido descansar en paz en ese mismo pueblo.

Los pobladores de Planeta Rica  recuerdan que a su paso por las esquinas saludaba pronunciando sus insignes: “apa, oa, sabroso”, con un cantadito que parecía como si estuviera sobre una tarima frente a su público.

“Yo conocí a Alejo cuando ya no tomaba, y la característica que lo identificaba era la amabilidad. Saludaba a todo el mundo y creo que todos en este pueblo tenemos un grato recuerdo de ese gran hombre”, manifestó Víctor Zúñiga, asiduo visitante del parque central donde el primer rey vallenato solía reunirse a hacer tertulias con los viejos del pueblo.

Esa aseveración la comparte Pablo Villadiego, quien recuerda que una parranda o baile con Alejo era un acontecimiento que se comentaba durante varias semanas después de celebrado, ya fuera en la zona rural o urbana.

“El negro Alejo era muy serio cantando, se le notaba bastante sentimiento y no le faltaba el respeto al público, eso era lo que llamaba la atención para ir a sus bailes, pero primordialmente su música”, enfatiza Villadiego.

Las canciones del maestro eran su carta de presentación.

Al escuchar temas como La cachucha bacana y 039 es inevitable que la nostalgia se apodere de Tomás Velásquez, quien comenta haberlos bailado hasta el cansancio, y cuyas letras también le hacen recordar simultáneamente el día del sepelio de Durán.

“Ese día hasta el cielo estaba triste porque al negro lo enterraron bajo una llovizna. Fue bastante gente, entre familiares, amigos, seguidores y conocidos, tanto así que mientras el inicio de la procesión llegaba al cementerio la cola estaba saliendo apenas de la iglesia, lo que fue apoteósico en Planeta Rica. Eso fue un acontecimiento que aún se recuerda”, relató Tomás Velásquez.

Octavio Paternina, otro contertulio del parque central de Planeta, reafirma que a pesar de su popularidad Alejandro Durán nunca fue un hombre arrogante, y que por el contrario entre más fama tenía, más se hacía querer de la gente, lo que lo hizo ser célebremente conocido como el músico del pueblo.

Uno de sus hijos, Alejandro Durán Duarte, es considerado ‘la fina estampa de su padre’. La gente comenta que no solo se parecen físicamente sino en talento a la hora de ejecutar los bajos del acordeón, tal como lo hacía el progenitor. Pasa sus días en una finca a una hora de Planeta Rica.

Al otro lado del teléfono la voz que se escucha parece la del gran Alejo, pero no, es la de este heredero de la estirpe musical. Afirma que su papá fue el mejor de los hombres tanto personal como profesionalmente, y por eso tiene los mejores recuerdos de él. Agrega que uno de las mayores herencias que le dejó fue la musical y su gusto por tocar el acordeón, a pesar que no es la original que utilizaba el negro.

Recapitula la época en la que se querían llevar los restos de su padre hacia un museo en Valledupar, pero la familia se opuso porque su voluntad era que reposaran en Planeta, a donde llegan turistas de países como Venezuela a preguntar por la tumba y dejarle un regalo de flores y rezos.

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