El Heraldo
Flor Martínez Almanza.
Región Caribe

10 historias del brutal despojo de Las Tangas

Al recibir la restitución de sus parcelas, veinte años después de haber sido desplazados por la barbarie de los paramilitares al mando de los Castaño, en Valencia, Córdoba, las familias afectadas narraron sus historias.

Américo García asegura que ‘Nueva Esperanza’, como se llama ahora la hacienda ‘Las Tangas’, otrora  fortín paramilitar, es tierra fértil que desde hace nueve días está en “manos buenas”.

El viernes 12 de diciembre, al recibir el título de propiedad que le entregó el ministro de Agricultura, Aurelio Iragorri, recordó que salió hace veinte años de Villa Nueva, corregimiento de Valencia, después de que los paramilitares mataron a su hermano.

Hoy, él es uno de los que quiere pasar esa historia de sangre y terror que los hermanos Vicente, Fidel y Carlos sembraron a finales de los ochenta y noventa cuando masacraron a 200 personas entre campesinos y líderes sindicales.
“Estamos tratando de borrar esas imágenes de ese pasado oscuro para que brille una Nuevas Esperanza en Villa Nueva. Lo que pasó aquí nunca debió pasar”.

‘Los tangueros’, ‘Los mochacabeza’ o ‘Los magníficos’, como se hacían llamar los hombres armados al mando de los hermanos Castaño, les arrebataron las tierras a punta de amenazas y de fusil a cientos de familias que salieron huyendo. Así, los Castaño Gil se apropiaron de las 4.000 hectáreas de tierras cordobesas que la semana pasada el Gobierno Nacional empezó a restituir a sus verdaderos propietarios.

Las Tangas se convirtió, entonces, en el epicentro de su entrenamiento militar, desde donde se fraguaron  algunos de los actos más atroces de la historia de Colombia. De allí salió en la mañana del 14 de enero de 1990, un grupo armado que llegó al corregimiento Pueblo Bello, de San Pedro de Urabá, y desaparecieron a 43 campesinos. Luego vendrían las de Currulao (15 asesinados); Buenavista, Córdoba, (28 asesinados); Punta Coquitos, Turbo, (26 muertos) y Canalete, Córdoba, (16 víctimas.

“Él mataba a cualquier hora, con o sin motivo”, rememoró Graciniano Ávila.

Allí en Villa Nueva, distante cuatro kilómetros de Valencia, Córdoba, a la orilla del Sinú, durante la restitución de tierra se vivieron sentimientos encontrados con el retorno de las primeras 106 familias que recibieron 1.500 hectáreas del Gobierno Nacional.

Entre los beneficiarios estaba Cleotilde Mendoza Avilés, a quien Fidel Castaño le asesinó a su marido y luego fue a su parcela para decirle que tenía que venderle la propiedad. “No se preocupe que su marido ya no puede hacer negocios”, le dijo con frialdad el jefe de las Autodefensas.

La mujer recogió el cadáver de su esposo y solamente regresó, como lo hicieron otras 105 familias, hace diez días.
Durante la ceremonia, el ministro de Agricultura y el director de la Unidad de Restitución de Tierras, Ricardo Sabogal, pidieron a los campesinos que en una hoja en blanco escribieran sus historias de dolor. Después las hojas fueron quemadas en una hoguera como símbolo de perdón y para decirle adiós a un pasado de dolor y muerte.

EL HERALDO recopiló diez de esas historias de sangre y dolor, cuyas páginas quieren pasar sus víctimas para emprender un nuevo futuro. “Brillante y no oscuro, como en el pasado”, repite Américo García.

“Mi papá murió sin cumplir el sueño de regresar a su predio”

Flor Martínez Almanza

“Mi papá falleció sin poder regresar a sus tierras, murió con ganas de regresar al lugar de donde un día fue despojado, al lugar donde nació. A él, los Castaño lo presionaron para que les vendiera; mandaban emisarios armados a decir que tenía que vender, que el patrón quería esos terrenos. Mi papá fue uno de los primeros que vendió por la suma que ellos quisieron pagar. Después se fue a vivir con sus 13 hijos como desplazados en varias poblaciones de Córdoba y así murió, anhelando volver a sembrar plátano. Su decisión de vender salvó la vida de todos sus hijos, pero estoy segura de que lo hizo contra su voluntad. Pasamos muchos momentos duros por culpa de los violentos. Hoy miro ese pasado como un momento duro que hay que superar, observo todo lo que pasaba antes en estas tierras y lo estamos viviendo, y pienso que la paz en Colombia es posible, que nos espera un mañana mejor”.

“Nos dijeron que se iban a coger las tierras y nos fuimos”

Ubaldo Ortega Benítez

“Llegaron a mi casa unos hombres armados. Con la sola presencia de ellos, sabíamos que teníamos que marcharnos. Nos dijeron que ellos se iban a coger la tierra. Nos marchamos para Guacimal, en Montería, donde vivimos en la actualidad. Hoy damos gracias a Dios porque podemos regresar a nuestras tierras, esperamos que las cosas que se vieron en la región nunca más sucedan. Hoy, junto con mi esposa, Cleotilde Ceballos López, estoy dispuesto a trabajar esta tierra. Fueron muchos los años que nos tocó esperar este momento, en ocasiones con miedo de reclamar, pero estamos alentados puesto que vemos que no somos los únicos, que han sido muchos los que han regresado y eso nos animó a volver y a comenzar de nuevo. Los años que estuvimos desplazados no son perdidos. Hoy podemos decirles a todos los colombianos que sigamos esperanzados, que la paz llegará y a nuestras familias que podremos sembrar tranquilamente en nuestras parcelas”.

“Por los violentos tuve que enterrar a mis tres hijos”

Libia Rosa Banqueth

“Me ha tocado sepultar a tres de mis hijos por culpa de la violencia impuesta por los grupos armados. Aunque decían no meterse con la gente del pueblo, la sola amenaza que hacían de que querían nuestras tierras era suficiente para que uno saliera corriendo a venderles por miedo. Al primero de mis hijo lo mataron en Caucasia; al segundo lo mataron aquí en Valencia, y el tercero apareció flotando en el río Sinú. Creo que nunca podré saber la razón por la que los mataron, nunca podré entender esa guerra que vivió la región, pero hoy estoy feliz de regresar a la tierra de donde fui desplazada a la fuerza. Ahora voy a trabajar la tierra de donde nunca debí salir. Espero que las historias que se vivieron en esta región nunca más regresen. Hoy estamos diciendo que perdonamos, pero espero que quienes cometieron los actos violentos también digan que no lo harán más”.

“Fidel Castaño mató a mi esposo y me quitó la tierra”

Cleotilde Mendoza Avilés

“Un día llegó a mi casa el propio Fidel Castaño y me dijo que quería comprarme las tierras. Le respondí que eso no era conmigo, que tenía que esperar a que llegara mi esposo. Nunca podré  olvidar la cara de ese hombre cuando me respondió, de la manera más fría, que no me preocupara, que si estaba hablando conmigo era porque mi marido ya no podía hacer negocios. Lo habían asesinado en el camino antes de llegar a la casa. Ellos siempre le hacían la advertencia de que si él no vendía, vendía la viuda y así me tocó hacerlo.

Ese mismo día recogí mi muerto y me tocó salir de la región para nunca más volver, hasta ahora cuando regreso llena de ilusión. Siempre me había sentido cobarde por no hacerme matar antes de salir, pero ahora creo que valió la pena vivir. Ahora tengo nuevamente la parcela y puedo hacer realidad el sueño de mi esposo. Ya no hay espacio para el dolor en el corazón. Ahora toca trabajar esta tierra”.

“Sor Teresa no aceptaba un no”

Abel Antonio Galindo Martínez

“Compré una parcela en Villa Nueva con la esperanza de tener una vida mejor, pero al poco tiempo se comenzó a escuchar que una señora (Sor Teresa Gómez) estaba comprando esa tierras y que no aceptaba que nadie le dijera que no. Le dije a mi mujer que nos habíamos metido en la boca del lobo y ella me dijo que no tuviera miedo, pero cada día que pasaba eran más las personas que vendían y cada vez eran más los desaparecidos o muertos. No me quedó más remedio que vender por lo que ellos quisieron darme. Siempre pensé que moriría sin volver, pero hoy las cosas malas han pasado: puedo regresar a lo que era mío a lo que me quitaron a punta de violencia, espero morir de viejo en estas tierras, que nunca se repitan esas historias en ningún lugar de Colombia. Espero que más familias como la mía, que un día tuvieron que salir de sus parcelas, puedan volver a vivirlas como lo estoy haciendo yo”.

“Me fui cuando mataron a mi hijo”

Hermenegilda Cabrales Tapia

“Nací y crecí en Villa Nueva, fui libre y feliz hasta el mes de octubre de 1999 cuando mi hijo de 18 años salió a comprar el mercado al municipio de Valencia y me lo desaparecieron. Nunca he sabido nada de él. Desde entonces abandoné mi tierra y he vivido como desplazada en varias regiones. Por miedo nunca había denunciado este caso, pero ahora lo cuento, no queriendo buscar venganza, como una muestra de que el pasado ha quedado atrás, de que estoy dispuesta a perdonar y a seguir adelante. El dolor por la pérdida de hijo nunca pasará, pero ahora tengo tranquilidad porque puedo regresar a la parcela al lado de mis otros cuatro hijos. Mi hijo José Gregorio siempre estará en mi corazón y por él tengo que seguir adelante y perdonar, para demostrar que podemos tener todos un futuro mejor. Las cosas malas han quedado en el pasado”.

“Ellos mataban a cualquier hora, con o sin motivo”

Graciniano Ávila

“Siempre viví en el casco urbano de Villa Nueva, nunca me desplacé puesto que no tenía parcela cerca a los Castaño, pero recuerdo esos tiempos como si fueran ayer. Muchos de mis amigos fueron asesinados, la región quedó sola, ellos impusieron su imperio de terror. Se hacía lo que ellos decían, sin derecho a opinar. A uno le tocaba dormir a la hora que ellos decían y con la zozobra de que nos mataran a cualquier hora, con o sin motivo. Hoy la gente regresa llena de esperanza, regresan los hijos de esos amigos que un día partieron llorando. Le doy gracias a Dios porque me permitió sobrevivir a esa época, porque hoy sigo con vida para olvidar los horrores de esa época y contar lo bueno que se vive ahora. Antes vivía uno con miedo, ahora se vive lleno de esperanza, se observa nuevamente al campesino sembrando la tierra. Hay un estilo de vida diferente al que nos imponían. Ahora se vive en paz”.

“A mi hermano, que era concejal, lo desaparecieron”

Américo García

“A mi me desaparecieron un hermano que era concejal, pero no quiero recodar nada malo, quiero pensar en el futuro, el objetivo es borrar cuanto antes ese pasado oscuro, dejar ir los fantasmas que todavía circundan en esas tierras donde se impuso el terror de las armas. Queremos regresar a sembrar nuestras tierras, a vivir de verdad una nueva esperanza. A demostrar que queremos la paz, que no hay rencores, que fuimos desplazados, pero hoy somos restituidos. Estoy seguro de que vamos a salir adelante, podemos hacerlo y es necesario hacerlo porque si nos quedamos en el pasado, no tendremos nada que ofrecer a nuestros hijos. Regreso a mi parcela lleno de ganas de trabajar y espero que un día la gente ya no hable de los horrores que se vivieron en estas tierras, sino que hable de los frutos que salen de la región para los mercados de toda Colombia, de lo bendita que son estas parcelas a la orilla del río Sinú”.

“Los ‘paras’ nos dijeron que teníamos que irnos”

Sixta Magdalena Cabrales Córdoba

“Un día de 1995 llegaron a la casa, donde vivía con mi esposo y mis hijos, y nos dijeron que teníamos que irnos porque esas tierras eran de ellos. Nos entregaron una plata, que no alcanzó para nada, y nos tocó salir ese mismo día. Desde entonces vivimos en un pedacito de tierra que la mamá de mi esposo le dio para que construyera una casa. Allí vivimos hasta el día de hoy. Allí murió él, hace tres años, sin poder recuperar lo que tuvimos; murió triste porque nunca volvió a lo que le quitaron. Por eso recibo esta restitución como un homenaje a mi esposo. Él no puede estar conmigo ahora en este momento de felicidad, pero donde esté yo estoy segura de que es lo que él habría querido para la familia: recuperar la parcela y trabajarla, sembrando o teniendo unas vaquitas. Espero que la violencia nunca más se imponga en este lugar y espero seguir contando con la ayuda del Estado”.

“Aprendimos a las malas que a los que no vendían, los mataban”.

Remberto Doria

“En el año 1999 me desplazaron de mis tierras mediante amenazas. Así lo hicieron con todos los habitantes de la región. Llegaban, ofrecían una suma de dinero que iba acompañada de advertencias y a uno le tocaba comenzar a empacar antes de que fuera demasiado tarde. Al principio la gente no quería vender, pero con el pasar de los años aprendimos a las malas que quienes no vendían, o eran asesinados o los hacían salir a las malas. Mucha gente murió al principio. Después que me desplazaron, me fui a vivir al casco urbano de Valencia donde estuve durante 15 años, pasando momentos difíciles a pesar de tener tierra. He anhelado volver a mi parcela y hoy eso es una realidad.
Tengo muchas ganas de trabajar la ganadería y de aprovechar las ayudas que me están brindando. Quienes hemos decidido volver estamos esperanzados, no queremos vivir más como desplazados, queremos que la historia nos recuerde como restituidos”.

 

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