El Heraldo
Las negociaciones de paz enfrentan uno de sus peores momentos a causa de los recientes ataques de las Farc.
Política

Análisis Ley del Montes: Los 5 mitos de los diálogos de La Habana

Llegó la hora de que Gobierno y Farc reconsideren varias de las premisas bajo las cuales iniciaron la negociación, entre ellas la impunidad para los jefes guerrilleros y seguir creyendo que lo que ocurre en Colombia no tiene efectos en La Habana.

Las explosiones de dos petardos en sitios estratégicos de Bogotá, el pasado jueves, que causaron heridas a una decena de personas, revivieron en el país el fantasma del narcoterrorismo que tanto daño causó en los tiempos de Pablo Escobar. Como si se tratara de una escena de las décadas de los 80 y 90, los colombianos asistimos al triste espectáculo de ver otra vez heridos trasladados en ambulancias y edificaciones destrozadas. El pánico se apoderó de los ciudadanos, que hoy no saben si quedarse en sus casas enclaustrados o salir a los centros comerciales a disfrutar de la compañía de su familia. En otras palabras: por desgracia, volvimos al pasado.

Pese a la gravedad de los hechos, hasta ahora no hay claridad sobre los autores intelectuales y materiales de los mismos. Las primeras versiones de las autoridades apuntaban a las Farc, luego el ministro del interior, Juan Fernando Cristo, responsabilizó a la “extrema derecha” y por último tomó fuerza la versión según la cual detrás de los atentados estaría el ELN.

Es decir, varias horas después de los hechos, nadie sabe a ciencia cierta quién o quiénes son los responsables de los atentados en Bogotá, lo que no hace otra cosa que alimentar la incertidumbre y el desconcierto de los ciudadanos. Incertidumbre y desconcierto que aumentan por cuenta de la ola de mensajes que se han difundido en las últimas horas a través de llamadas telefónicas y redes sociales, según los cuales habrá nuevos actos de terror.

Los ataques en Bogotá se produjeron luego de una serie de actos de terror de las Farc en varias zonas del país, entre ellos la voladura del oleoducto Trasandino, que dejó sin el servicio de agua potable a Tumaco. Y ocurrieron horas después de que alias Matías Aldecoa –negociador de las Farc en La Habana- declarara que el propósito de la organización subversiva es “golpear la confianza inversionista”. “Pronto –afirmó Aldecoa a la agencia económica Bloomberg– la gente va a ver la guerra en su última fase y va a ver el número de soldados y policías que mueren”.

Ese terrorífico mensaje por parte de uno de los delegados de las Farc en La Habana no solo causó desconcierto en el equipo negociador del Gobierno, sino que reafirmó la hipótesis según la cual ese grupo guerrillero estaría detrás de los atentados en Bogotá, pues si lo que pretenden es golpear la “confianza inversionista”, nada mejor que activar un petardo en lo que es considerado el corazón financiero del país. El ministro de Defensa, Luis Carlos Villegas, descalificó al vocero de las Farc y definió su declaración como un acto de “soberbia y cobardía”.

Las últimas acciones de las Farc –sin que se aclare aún su responsabilidad en los hechos de Bogotá– prueban que la negociación en La Habana atraviesa su peor momento y que –como lo anunció la prestigiosa revista británica The Economist– los diálogos estarían punto de “colapsar”. “Es hora de poner en evidencia a las Farc –dice la publicación en su análisis–. La guerrilla se retrata a sí misma como una organización rebelde contra un Estado abusivo, pero la mayoría de los colombianos la ven como un montón de criminales que deben mostrar remordimiento y aceptar las reglas de la democracia”.

Así las cosas, en lo que tiene que ver con el Gobierno, es evidente que algunas fórmulas empleadas por sus negociadores –aunque audaces al comienzo– terminaron por desgastarse y hoy por hoy es más el daño que producen que los beneficios que generan. Y en el caso de las Farc, la tozudez que muestran en insistir en premisas inviables –que pudieron tener algún sentido cuarenta años atrás- hoy sólo sirven para reafirmar su cinismo y falta de compromiso con una salida política al conflicto. Es necesario, pues, desvirtuar algunos mitos de la negociación para que el país comience a tener claridad sobre los alcances de las conversaciones, cuya suerte está hoy más comprometida que nunca. Veamos cinco de ellos.

1. La paz se hace a las buenas o a las malas

La insistencia de Juan Manuel Santos de hacer la paz a las buenas o a las malas terminó por comprometer la poca credibilidad que tiene la negociación y afectar su imagen como gobernante. Y la razón es muy sencilla: la paz se hace a las buenas con quien quiere hacerla. Punto. A las malas lo que se hace es la guerra, cuando se fracasa en el intento de hacer la paz. En otras palabras: si las Farc no quieren negociar –porque así lo demuestran sus actos, no sus palabras– pues el Gobierno no tiene otra salida que combatirlas sin ningún tipo de concesión y sin tregua. Nadie obliga a bailar al que no quiere. La obligación constitucional del Jefe del Estado es garantizar la integridad y la vida de los colombianos, las mismas que hoy están comprometidas por los actos de terror de las Farc. Llegó la hora de que Santos llame las cosas por su nombre: si no se puede hacer la paz por las buenas con las Farc, entonces su obligación como gobernante es combatirlas de manera implacable, que no significa –como él cree– hacer la paz a las malas, sino cumplir con su deber.   

2. Negociar en La Habana como si no hubiera guerra en Colombia

Esta audaz iniciativa tampoco funcionó.  Y era apenas natural que así sucediera. No hay forma de que los hechos de guerra que ocurren todos los días en Colombia no afecten la mesa de diálogos de La Habana. Ese blindaje tan poderoso no existe. Si el Ejército da de baja a varios guerrilleros durante un combate, ello tiene consecuencias en la negociación, puesto que las Farc consideran que sólo una tregua bilateral podría impedir esa acción. O si las Farc realizan actos de terror –como matar soldados en estado de indefensión o volar oleoductos y torres de energía– es apenas obvio que ello genera el rechazo masivo de los colombianos y lleva a los negociadores del Gobierno a exigir la suspensión de los mismos. La otra parte de la premisa –según la cual hay que hacer la guerra en Colombia como si no se negociara en La Habana– también es falsa por las mismas razones.

3. La guerra golpea la confianza inversionista

Otra premisa absolutamente falsa. La guerra no golpea la confianza inversionista: golpea a los más pobres, a los más indefensos, a los más vulnerables. Lo que realmente golpea la confianza de los inversionistas es que les cambien las reglas de juego. Y cuando eso sucede, ellos tienen a la mano la solución: se van con su plata para otra parte.  Y si las reglas cambian, pues vuelven. Los pobres, los indefensos y los más vulnerables no pueden irse del país. A ellos les toca soportar las inclemencias producidas por los actos de terror de la guerrilla, como tener que beber agua contaminada de los ríos, dejar de pescar, o no poder ver los partidos de la Selección Colombia porque la voladura de una torre de energía los dejó sin luz eléctrica. Son los pobres las verdaderas víctimas de las atrocidades de las Farc, por eso son ellos quienes más las detestan. Se equivoca alias Matías Aldecoa cuando dice que lo que persiguen las Farc es “golpear la confianza inversionista”. Nada más absurdo y alejado de la realidad.

4. Es mejor negociar con dos que con uno

Desde que se iniciaron los diálogos con las Farc, el Gobierno ha insistido en llevar a la mesa también al ELN. Tanto es así que hasta el propio presidente Santos facilitó el traslado de alias Gabino –jefe del ELN– y de alias Timochenko –jefe de las Farc– a La Habana para que se reunieran. “En mi condición de Jefe de Estado y de Gobierno facilité, con el apoyo de los países garantes y acompañantes, las condiciones para que este encuentro se llevara a cabo, con el único propósito por supuesto de lograr avances en la búsqueda del fin del conflicto”, afirmó Santos. Pues bien: desde dicho encuentro lo que ha habido en el país es el fortalecimiento militar del ELN, que cuenta ahora con el respaldo de las Farc. Ello explicaría que un grupo guerrillero que tenía muy poca capacidad de acción –cuyos jefes se encontraban aislados en las serranías del sur de Bolívar y Norte de Santander– cuente hoy con la logística para estallar petardos en Bogotá. Punto. Es decir, el encuentro de Gabino y Timochenko –facilitado por Santos– no produjo gestos de paz, como esperaba el Presidente, sino una tenebrosa “alianza estratégica”, encaminada a fortalecer al ELN para mejorar sus condiciones en caso de una eventual negociación.     

5. La negociación dará impunidad a jefes de las Farc

Se equivocan los jefes de las Farc si creen que los diálogos de La Habana les darán impunidad absoluta. Ese sapo nadie se lo puede tragar. Ni el Gobierno, ni el fiscal General pueden garantizarles a Timochenko, Iván Márquez y compañía que sus actos de terror queden impunes. Ninguno de ellos está por encima del Derecho Internacional Humanitario, que exige castigos severos para quienes cometen delitos de Lesa Humanidad. No habrá indultos ni amnistías para ellos. Punto. Se equivoca alias Matías Aldecoa cuando afirma que no aceptarán “ningún tipo de privación de libertad, incluso arresto domiciliario en Cuba, ya que esto impediría participar en política”. Como victimarias del conflicto, las Farc recibirán el castigo correspondiente y deberán resarcir el daño causado a las víctimas, así como adquirir el compromiso de que nunca más volverán a realizar las acciones que causaron tanto daño a víctimas inocentes. Y eso no se negocia.

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