El Heraldo

La nomenclatura antigua

La mayoría de las grandes y principales ciudades del mundo en el pasado resolvieron, afortunadamente, ponerle nombres a sus calles, carreras, avenidas, transversales, diagonales, los llamados paseos y a los parques. Bonita costumbre con lo cual se recordaban gestas de heroísmo o se le rendía culto a próceres, santos, personas destacadas. Algunas ciudades medianas también lo hicieron imitando a París, Madrid, Roma, México Distrito, Buenos Aires, Lima, Santiago. En nuestro caso, Cartagena acuñó muchos nombres, y Barranquilla, también, para no mencionar a todas las que recordamos.

Poco a poco el progreso, que suele ser destructivo aun con la memoria y no solamente con los inmuebles de gran valor histórico, fue acabando la hermosa costumbre que, de paso, se colocaba en cada esquina con llamativas placas. En Cartagena, inclusive hoy, a una pregunta del foráneo se le contesta con cierto orgullo “camine hasta la calle del colegio o llegue hasta la calle del estanco…” pero Barranquilla se dejó quitar la costumbre, cosmopolita como somos, donde nuestra población proviene en gran porcentaje de otras provincias, fue abandonado la idea y la costumbre, reemplazando las carreras y calles por nomenclatura moderna de números.

Las carreras de nombres sonoros como Hospital, Avenida de los Estudiantes, La Paz, Progreso, Veinte de Julio, Líbano, Olaya Herrera, para mencionar algunas, y las calles del Comercio, Paseo Bolívar, que se conserva y antes fue llamado Camellón Abello, Las Vacas, San Blas, Jesús, San Juan, Caldas, Santander, Bolívar, Obando, Sello, Murillo, Paraíso, Caracas, Siete de Agosto, etc., todas estas de este a oeste, empataban con la “Avenida E o D o B”, que era el comienzo del Prado, urbanizado por Parrish y Cía. Se nos escapan por supuesto muchas, pero eran las calles desde la 30 “para arriba”.

Ojalá podamos revivir esta costumbre hermosa. No es muy costoso hacer placas, enseñarles a los niños y nuevas generaciones que también tenemos historias, que somos una urbe que apenas va a conmemorar sus primeros doscientos años y que empieza a solidificar sus ancestros y su tradición. La Alcaldía puede pensar en este lindo regalo, para lo cual va a tener la colaboración de la Academia de Historia de Barranquilla, que va a renacer, se está reorganizando porque quedó muy huérfana al fallecer su principal fundador, el intelectual Juan Pablo Llinás.

No les tengamos miedo a los recuerdos ni almacenar un patrimonio vernáculo que cada día crece más. Los carnavales, afortunadamente, son un hito que jalona todas nuestras tradiciones y encapsula en un todo matrimonial riquísimo todo lo hermoso que poseemos. Entre otras cosas, los hitos que representan el gran valor de nuestra tradición y que le regalamos al país para siempre. La aviación, los servicios públicos, la navegación fluvial, la radio son apenas algunos aspectos que se conservan en la tradición de nuestra urbe. Toda ciudad que se respete tiene que construir académicamente su historia, conservarla, acrecentarla, enriquecerla. Los blasones, los pergaminos, tienen mucho valor, pero también el empuje, el trabajo, la constancia, “sobre el yunque martillar”, como dice nuestro himno, que es el resumen de nuestros valores.

Por Álvaro De la Espriella Arango

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