Jairo RendónDanilsa Granados sigue sintiendo un profundo dolor de madre por la muerte de su hijo.

DOMINGO 24 DE ENERO DE 2010. A las 4:30 de la madrugada, entumecida por el frío neoyorquino, Danilsa Granados, sobresaltada por el timbre del teléfono, escuchó, soñolienta, la voz de su hija Katherine: “mami, estamos en la clínica porque a Néstor le dispararon”.

La mala nueva que le llegaba de la lejana Barranquilla, donde pocas horas atrás las calles se habían llenado de música de Carnaval en medio de la Noche del Garabato, una ancestral danza en la que la muerte es vencida por la vida, la invadió de una enorme angustia. Su preocupación era saber en qué parte del cuerpo habían herido a su hijo. Si era en la cabeza, pensó, no se salvaba. “Fue en un costado. Mami, mi hermano está grave. Lo están operando”, le explicó.

Temblando de horror comenzó a orar, a pedirle a Dios que salvara a su hijo. Así estuvo algo menos de 45 minutos, cuando volvió a sonar el celular. Entonces entró en pánico: quería tener más noticias sobre Néstor pero, a la vez, no deseaba que le dijeran nada malo. No fue así. Katherine le informó que había muerto en la sala de cirugía de la Clínica Prevenir.

Todo se le derrumbó. Su sensación fue que toneladas de agua caían sobre ella. Que el disparo que Jonathan Galvis Salas le había propinado a su hijo, con un revólver en medio de cientos de personas que a las 2:10 a.m. se habían quedado en la estación de gasolina Petromil y sus alrededores —calle 84 con carrera 51B— disfrutando de la rumba carnavalera, también había acabado con su vida.

Como madre, el no poder venir al funeral por su estatus migratorio incrementó su dolor. Fue tal su trauma que tuvo que someterse a un intenso tratamiento psiquiátrico para afrontar el duelo. Por más terapias, ayudas de un tanatólogo y los medicamentos que recibía los especialistas tratantes le decía, una y otra vez, que la única forma de superar su tragedia era venir a Barranquilla a curar las heridas que llevaba en su alma y el corazón.

El 13 de octubre de 2011, Danilsa Granados volvió. Ir a la tumba de su hijo en Jardines de La Paz fue reencontrarse con la tragedia. Lloró aún más que las semanas enteras que lo hizo en Nueva York.

Paso a paso, ahora con ayuda psicológica local, el 30 de diciembre fue a enfrentarse con la otra realidad. Visitó la Petromil. Arrodillada, revivió segundo a segundo las escenas del crimen que todo el mundo conoció por una cámara de seguridad: vio otra vez a Galvis que, presuroso, desenfunda un arma; vio a su hijo retrocediendo, tratando de ponerse a salvo de su agresor y volvió a verlo tirado en el piso, mortalmente herido.

Aceptar la realidad, que en cada momento hería su naturaleza de mamá, no era fácil, pero le faltaba, en un tercer escenario, encontrarse con el homicida.

Durante una audiencia en enero pensó que por fin iba a verlo a los ojos para preguntarle por qué había asesinado a Néstor, qué había ganado con ello y a mostrarle que, por una intolerancia y una pelea callejera, terminó desgraciándose su vida, la de su familia y la de ella.

Pero no lo encontró porque Galvis Salas, condenado a 14 años y siete meses de prisión, había sido trasladado a la Cárcel de Montería.

LUNES 20 DE MARZO DE 2012. Cuando ya había descartado la posibilidad de verlo, dos meses después se produjo el encuentro. Fue en la Sala 8 del Centro de Servicios del Sistema Penal Oral Acusatorio. Inesperadamente, un guardián del Inpec anunció: “su señoría, traigo para esta diligencia al interno Jonathan Galvis Salas...”

Sentada, Danilsa Granados sintió que volvía a invadirla aquel devastador frío que se apoderó de su ser cuando supo que su hijo había muerto. Y hasta experimentó miedo. Como si acabara de suceder, la tragedia recorrió su mente, su alma y se estrelló en su corazón, mientras ella solamente miraba la mano derecha del homicida. La que había apretado el gatillo para el asesinato.

La fiscal 31, Luz Marina Medina, la tomó de la mano. “Cálmese, me dijo. Vamos a orar, me pidió, y entonces yo dije: Señor, que en este lugar descienda un espíritu de perdón, dame tu fuerza Espíritu Santo… y entregué todo en las manos de Dios”, recuerda la madre.

Al terminar la audiencia de reparación —que ordena la Ley y en la que se acordó el pago por cuotas de $15 millones que serán destinados a la tumba y gastos funerarios— ella caminó y expresó “Jonathan, mírame, yo soy la mamá de Néstor. Mira cómo me destrozaste la vida, pero quiero que sepas que no te guardo rencor...”. Galvis giró y le respondió “yo quería pedirle perdón”, y bajó su mirada.

En momentos en que el reo extendía sus manos para que lo esposaran, Danilsa Granados levantó otra vez su voz y del fondo de sus entrañas, fuerte, le dijo: “Jonathan, yo te perdono en el nombre del Señor”.

En la sala todos quedaron paralizados. Ella, apenas separada por el cancel del pequeño recinto, se le acercó y, llorando adolorida, le puso al joven su mano derecha sobre la cabeza y le repitió:

“Jonathan, yo te bendigo”; bajó la mano y se la puso en el corazón para pedirle “busca a Jesucristo, que él es el único que te puede perdonar por el pecado tan grande que cometiste. Arrepiéntete de corazón, búscalo, que él va a lavar tus manos...”

Cuando hablaba escuchó que alguien detrás de ella le decía “gracias señora Danilsa, gracias, gracias...”. Volteó y vio a José Luis Galvis, padre del joven condenado, que lloraba como un niño.

Liberada de todo odio, la fortaleza espiritual de la mujer le alcanzó para pedirles a todos los presentes que aprendieran de este caso, que por un momento de intolerancia, por un segundo de ira en una disputa pasional, se habían destruidos dos vidas, la de su hijo muerto y la de Galvis que iba para la cárcel, y dos familias.

Danilsa Granados se marchó y días después tuvo la plena convicción de que su decisión fue la mejor cuando debió enfrentar el reproche de conocidos que no entendían cómo había perdonado al homicida. Esto le generó un sentimiento de culpa y le tocó ir a la tumba de Néstor a “explicarle lo sucedido”. Hoy está segura de que en el sitio donde él se encuentra y reina el amor su hijo aprueba lo que hizo. “Nuestra sociedad —dice— debe entender que la violencia no es el camino”.

A LA ESPERA DE MÁS JUSTICIA

El 5 de noviembre de 2010 el Tribunal Superior de Barranquilla, en providencia del magistrado Luis Felipe Colmenares, ordenó, aunque sin dar nombres, ahondar en la investigación para establecer la presunta responsabilidad que en el homicidio de Néstor Díaz Granados tuvieron amigos de Jonathan Galvis Salas, quienes lo acompañaron al momento de disparar y en su huida.

El video de seguridad de la Petromil - Calle 84 muestra que el homicida llega y se da a la fuga en compañía de un joven. Jorge Larrán Payares reconoció ante la Fiscalía que él era esa persona. En su momento, el ente acusador había decidido investigar a Mailyn Barranco Miranda, novia de Galvis y excompañera sentimental de Díaz, por quien se generó la pelea. El homicida nunca dijo quién le dio el revólver del crimen.

Por José Granados Fernández
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