El Heraldo
Luis Rodríguez Lezama
Barranquilla

Viaje al corazón del chikunguña

En San Joaquín se reportaron los primeros 4 casos.

Mahates, Bolívar. Aunque tiene nombre de santo, San Joaquín no tiene ni iglesia. Y las quejas por el abandono estatal son un salmo que se repite de casa en casa. La semana pasada este corregimiento de Mahates, en el norte de Bolívar, salió del anonimato nacional porque cuatro de sus habitantes fueron los primeros colombianos diagnosticados como casos autóctonos de chikunguña.

En las últimas horas, los pacientes sintomáticos aquí suman más de 400. El país los ve con ojos de tragedia, pero muchos en la pequeña vereda creen que -dolorosamente- esta puede ser su mayor bendición. La peste como antídoto contra el olvido. (Ver galería de San Joaquín: el corazón del chikunguña en el país)

Diez kilómetros sobre una trocha polvorienta y sembrada de huecos enormes separan a San Joaquín de la cabecera municipal. Un poco más de 1.500 personas habitan 250 viviendas.

La mayoría de las casas, que son de bahareque y techo de palma, están desparramadas frente a un potrero seco que funciona como campo de fútbol. A falta de un parque, ese es el único espacio público. El club social dominguero de los san joaquinenses.

Frente a la cancha, en una vieja casona de fachada descolorida está el centro de salud, el símbolo, junto a la escuela primaria, de la institucionalidad en este pueblo de pequeños agricultores de ñame, yuca y frijol. María Meñaca Guerrero es una de las doctoras que trabaja en el Hospital de Mahates. Dos veces cada semana atiende pacientes en San Joaquín.

En mayo pasado el Instituto de Investigación Biológica del Trópico de la Universidad de Córdoba –IIBT– publicó en el editorial de su revista científica MVZ una alerta sobre la inminente llegada del chikunguña al país. Las autoridades regionales y las nacionales ignoraron el llamado.

Luego de un recorrido histórico del virus y su llegada a Centroamérica, la Revista MVZ anuncia que la aparición del chikunguña ( o Chivk) en Colombia era simple cuestión de tiempo y que ya estaba presente en Venezuela. “Solo queda prepararnos para un nuevo diagnóstico diferencial y asumir desde ahora la vigilancia eco-epidemiológica y clínica”, vaticinó la publicación.

Primeros casos

La posibilidad de contagio de enfermos procedentes de Venezuela  que se señala en la revista podría ser cierta,  según algunos habitantes de San Joaquín. Por tradición muchos de los nativos que viven en el país vecino suelen visitar el pueblo en los meses de julio y agosto para celebrar las fiestas de corraleja en honor a San Roque, santo patrono de Mahates.

Precisamente en esos días, el pasado 4 de agosto, menos de tres meses después del aviso del IIBT, una niña de 12 años llegó de la mano de su madre al consultorio de la doctora Meñaca. La menor de edad llevaba varios días con fiebre alta, dolores en las articulaciones y problemas en la piel.

La doctora María Meñaca atiende a un paciente.

En ese momento la médica creyó que se trataba de dengue. 13 días después se alertó: 14 personas llegaron al centro médico refiriendo síntomas similares. Meñaca decidió reportar los casos a la Secretaría de Salud de Mahates.

La epidemia se extendió muy rápido entre las familias de San Joaquín. “En los últimos 12 días de agosto se presentó el pico más alto de enfermos”, dice la doctora.

Esas fueron las primeras pruebas de laboratorio que se enviaron al Instituto Nacional de Salud. El miércoles pasado se confirmó el primer caso. Los investigadores del IIBT tenían razón.

Mattar Salim, director del grupo de científicos de la Universidad de Córdoba, dice que el deber de la academia en estos casos es prevenir algo que va a suceder y que ellos cumplieron alertando sobre la vigilancia del virus, pero que no sabe qué pasó con las políticas de salud pública.

En San Joaquín hay una familia enferma casi por completo. “La mayoría de la gente es de apellido Martelo. Lo llevan de primero o de segundo, pero lo llevan”, dice Adalberto Polanía, el presidente de la Junta de Acción Comunal y una de las pocas excepciones.

Luis, mototaxista de 28 años, es uno de ellos. Como su madre, muchos de sus primos, tíos y hermanos menores hace días que no puede salir a trabajar. “El cuerpo no me da”, dice sentado sobre el piso arcilloso de su rancho. Se agarra los tobillos, se aprieta los codos, se encoge en la silla.

Nicolás Cantillo es el alcalde de Mahates. La gente en San Joaquín dice que desde el día de las elecciones en 2011 no lo volvieron a ver y que fue él quien no permitió que Alejandro Gaviria, el ministro de Salud, llegara hasta el pueblo el pasado jueves porque le daba pena el estado de la carretera.

Cantillo lo niega afirmando que ha hecho lo posible con el poco presupuesto que tiene. Que luego de declararse la emergencia sanitaria inició la fumigación para erradicar el mosquito, charlas de capacitación sobre almacenamiento de agua y un proceso de recolección de inservibles para eliminar los criaderos.

“Lo que más me preocupa son las secuelas en la comunidad por las dolencias en las articulaciones. ¿Qué va a pasar con la población que puede quedar discapacitada?”, pregunta en voz alta el alcalde.

Cindy Paola Guerra lleva varios días sin poder caminar.

Un virus con  impacto socioeconómico 

Es cierto que con el chikunguña la tasa de mortalidad es muy baja (menos del 1% de los enfermos), pero su impacto económico y social es mayor que el de otros virus.

La explicación de Hernando Pinzón, infectólogo y profesor de la Universidad de Cartagena, quien en los últimos días ha realizado junto a Mattar y el grupo de investigadores de Unicórdoba el seguimiento y tratamiento de los enfermos de San Joaquín, le otorga validez científica a la preocupación del alcalde. El especialista dice que los síntomas del chikunguña pueden durar varios meses, incluso años, y que los enfermos sufren recaídas seguidas.

La diferencia con el dengue es que el enfermo de chikunguña puede presentar fiebre más persistente, el brote o exantema no es de puntos rojos pequeños sino de manchas rosadas más grandes, el dolor en las articulaciones y la superficie ósea es más fuerte. Eso hace que la gente tenga que pasar mucho tiempo en reposo y no pueda trabajar. En los casos severos puede causar artritis deformante, pero rara vez genera shock o la muerte. 

La tragedia en San Joaquín es anterior al chikunguña, una noticia diaria. La presencia del aedes aegypti y del aedes albopictus, los dos mosquitos transmisores, es solo el reflejo de las difíciles condiciones económicas y sanitarias en las que vive la mayoría, según el presidente de la Junta de Acción Comunal.

El acueducto comunitario funciona con dificultad. Cada dos días los habitantes tienen un par de horas para recoger agua. El almacenamiento convierte los tanques y albercas en criaderos de larvas. La ‘semilla’ del virus.

En el pueblo la señal de telefonía móvil es un milagro escaso. Las motos son la conexión más rápida con el mundo más allá de la trocha. En la noche, los dueños de los pocos carros que hay pueden llegar a cobrar hasta $200.000 por sacar a un enfermo, un precio muy alto para unas vidas que viajan en el último vagón del tren de la pobreza.

“Más de 40.000 matas de ñame, yuca y maíz se perdieron por el intenso verano. El hambre nos amenaza y la falta de agua tiene a la tierra improductiva”, dice Polanía.

Salim y Pinzón, los líderes de los investigadores, dicen que la situación es exponencial, que en una semana ya habrá muchos casos en Montería y Sincelejo. Y que es posible que el ministro Gaviria se haya quedado corto en su proyección de 600.000 casos en cuatro meses.

En San Joaquín, sus 1.500 habitantes parecen acostumbrarse rápido al chikunguña, como antes lo han hecho a sus otros males.

“Esto parece bíblico”, le dice Beatriz Martelo, auxiliar de enfermería del Hospital de Mahates, a su primo Dayro Martelo, conductor de la ambulancia. Para tranquilizar la cosa, Polanía dice que el lote para la iglesia ya está listo. Solo falta que la gente, (es decir los Martelo), se pongan de acuerdo. Y ese, como la propagación del chikunguña, sí que es un problema de tamaño familiar. 

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