El Heraldo
El usiacureño Jorge Barros revisa algunos de los cajones que guarda en su casa, a la espera del próximo cliente y difunto del pueblo. Carolina Meneses
Barranquilla

Usiacurí, el pueblo donde la muerte es mal negocio

El único hacedor de féretros del municipio confiesa verdades de su oficio. Baranoa cumple un año sin homicidios.

Jorge Barros es el único hombre que hace féretros en el pueblo más tranquilo del Atlántico: Usiacurí. Una población de nueve mil habitantes, donde mueren entre dos y tres personas al año, y no ocurren homicidios desde hace 14. Donde no hay funeraria y el sepulturero, dicen, se dedica a la fotografía porque no tenía trabajo.

“Aquí en el pueblo la gente no se muere así nada más, así por morirse no. Solo por vejez o enfermedad”, asegura Barros, sentado en la puerta de su casa, en el barrio Chacarita de Usiacurí. En lo que va corrido del año solo ha vendido un solo cajón en el pueblo, pero dice estar tranquilo porque la mayoría de sus ingresos provienen de Barranquilla, manejando un taxi.

La causa del pacífico ambiente que va en contra de su negocio, pero a favor de la calidad de vida de los usiacureños, explica Grace Barros a un lado del hacedor de ataúdes, su padre, es el sentido de pertenencia de los habitantes por el pueblo, la solidaridad que expresan y la colaboración que mantienen con la Policía ante alguna anomalía.

Según las más recientes estadísticas de la Policía Nacional, en el departamento del Atlántico, entre enero y mayo del presente año se registró una reducción del 82% en el número de homicidios, en comparación con el mismo período de 2015. Las cifras corresponden a los 18 municipios fuera del Área Metropolitana. De acuerdo con el registro, mientras que entre enero y mayo del año pasado se compilaron 28 homicidios, en 2016 la cifra se redujo a 5.

Usiacurí mantiene por catorceava vez la cifra en cero y Baranoa cumple un año de no registrar ningún asesinato.

Los usiacureños, Julio Modesto Ortega y José María Silva, sentados en una tienda. 

“La vejez no viene sola y uno no se da cuenta a qué hora llega aquí”, advierte José María Silva, usiacureño de 95 años de edad, sentado en la tienda que colinda con la plaza del pueblo. Lo acompaña Julio Modesto Ortega, de 92 años, amigo y colega agrícola de toda la vida. Visten sombreros, camisas y pantalones de lino. Portan bastones para afianzar los pasos y sus voces agudas se arropan con un ceceo característico de la vejez. Ortega entonces dice que nunca ha salido del pueblo, que toda su familia está allí y que le gusta caminar por las calles, aunque físicamente no pueda.

“Aquí nunca pasa nada grave. Es muy raro. Recuerdo que hace como 20 años, un 3 de junio, festejando las fiestas del campesino, un hombre con tragos mató a otro a quemarropa”, evoca el veterano, entre pequeñas pausas que refrescan su memoria.

Rafael Castillo Price, secretario general de Usiacurí, argumenta que históricamente el pueblo se ha caracterizado por ser pacífico y erigido en valores, los cuales la actual administración municipal ha tratado de conservar.

A través de un decreto, Usiacurí es el único municipio del Atlántico que restringe la movilización de motos los fines de semana, incluidos los días festivos, y con otro prohíbe la movilización de menores de edad en este tipo de vehículos.

Ortega cavila un poco sobre el tema. Su mirada sale unos segundos hacia la calle y vuelve un poco más brillante. Muy pocas veces ha tenido que vender un cajón por accidentes en moto, pero hace 9 años utilizó uno para darle el último adiós a Tony Richard Barros, su hijo de 24 años.

Fue un 13 de mayo de 2007, día de la madre. Un amigo de Tony le pidió a altas horas de la noche que lo llevara al corregimiento de Isabel López para visitar a unas amigas. Barros cuenta que su hijo al principio no estaba muy seguro, pero al final accedió. Esa noche la moto chocó con otra en la vía y fallecieron.

José Rivaldo limpia una mesa del estadero Me Recordarás.

“La muerte es una comunión con Dios. Es el punto al que nos permitió llegar en esta tierra y porque cumplimos nuestro ciclo. (...) Yo no le temo a la muerte, pero sí a Dios”, advierte reposadamente Barros, entre miradas cómplices con su hija.

Luego levanta el brazo derecho hacia la calle para indicar que la moto parqueada afuera de la casa era de su hijo. Quedó prácticamente destruida tras el accidente, pero un buen mecánico y latonero la repararon.

Un tercer decreto de la Alcaldía de Usiacurí también regula el horario de los establecimientos públicos hasta las 2 de la mañana, sin embargo, algunos llegan a cerrar mucho antes.

José Rivaldo De las Salas, dueño del estadero ‘Me Recordarás’, conexo a la plaza,  afirma que el suyo cierra a más tardar a las 9 de la noche y que es muy raro, “por no decir nunca”, las riñas en el establecimiento.

“En mi negocio no suena champeta ni reguetón porque la mayoría rondan mi edad (64 años), casi nunca se forma una discusión, que no pasa a mayores”, comenta De las Salas, mientras limpia una mesa del lugar. En el estadero hay una particular variedad de imágenes que decoran las paredes. En un breve recorrido de la puerta al baño, el cliente puede observar imágenes del Sagrado Corazón, de la Virgen María, de Cristo crucificado, de San Gabriel, así como afiches enmarcados de Sofía Vergara, del actor Arnold Schwarzenegger, Jean Claude Van Danme, de las calles del pueblo, entre otros motivos.

Justo antes de entrar al baño, hay un letrero con errores de puntuación y ortografía que a cualquier ebrio o sobrio con ganas de buscar pleito podría hacer reflexionar.

“Bienvenidos a Usiacurí, el pueblo más lindo del Atlántico. Porque es tuyo y mío tenemos que cuidarlo para que la paz y la tranquilidad reine aquí, en tu estadero Me Recordarás”, se leería en el aviso, si estuviese escrito correctamente.

Realidad. El dolor de una muerte es inevitable, dice Jorge Barros. Hace 25 años se propuso crear una funeraria en Usiacurí, pero no tuvo el dinero suficiente. Luego se dio cuenta que tampoco tendría los muertos requeridos para el negocio, pero aún sigue ofreciendo sus servicios: ataúd, preparación del cuerpo, transporte, carteles, corona, veladores, azúcar y café por alrededor del millón de pesos. El féretro más sencillo lo puede vender en $500 mil.

En los 25 años que lleva en el oficio solo ha vendido unos 80. Guarda seis cajones en un cuarto y a veces, dice, pueden pasar dos años para que se venda uno. La única competencia que tuvo en el pueblo duró un año. ¿Pero por qué sigue en el negocio Jorge Barros?

Mientras muestra uno de los féretros que guarda, responde que es el único hombre que hace féretros en el pueblo más tranquilo del Atlántico para ayudar a la gente a despedir de forma digna a sus familiares.

Darío Rodelo espera la misa en las escaleras de la iglesia.

Baranoa. El municipio de Baranoa, según estadísticas de la Policía Nacional, cumplió el pasado 30 de mayo un año sin registrar un homicidio. El último asesinato ocurrió el 30 de mayo de 2015, en la trocha Las Américas, donde fue asesinado a tiros Walber Africano Coronel.

Las estadísticas oficiales indican que los casos de hurto común (a residencia, comercio y personas) han tenido una reducción del 27% frente al mismo periodo de 2015. Es decir, de 26 casos hasta mayo del año pasado se redujo a 19 en lo que va de este.

“La seguridad está sana todavía. Si hay cosas para mejorar, pero no se ve como en otras partes esa inseguridad por caminar a altas horas de la noche o indigentes consumiendo droga en la calle”, asegura Dario Rodelo, comerciante de 30 años, mientras espera la próxima misa, a las afueras de la iglesia.

Alrededor de la plaza hay locales comerciales con música y restaurantes. A diferencia de la plazoleta de Usiacurí, un gran número de árboles de mamón, mango y bonga en esta permite a sus habitantes recorrer y disfrutar todo el espacio.

“Baranoa era un pueblo muy pacífico, pero con los barrios de invasión llega gente de toda clase y partes. Digo yo que de ahí es donde se origina tanta violencia”, comenta Jaime Barrios, de 67 años, en una calle aledaña a la plaza. El gran lunar de esta población, coinciden varios baranoenses consultados, sigue siendo la impune muerte de la menor de edad, Angie Paola Ortega. 

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