Lo primero que vio Óscar Barrios, después de mucho escarbar, fue la barriga de su tío. El cuerpo del maestro Roberto Llanos había sido desmembrado en seis partes. Los paramilitares descuartizaron al docente para facilitar el entierro en una fosa de apenas un metro cuadrado.

Nepomuceno Barrios, hermano del difunto y quien también participó en la excavación, nunca más volvió a sonreír. El anciano está al filo de los 70 años y tiembla todo el tiempo. La muerte del único profesor de Pueblo Nuevo, corregimiento de Chivolo, Magdalena, provocó pánico entre los pobladores quienes no dudaron en salir masivamente de su terruño. El 30 de junio de 1997, cuando cuatro familiares encontraron el cadáver gracias a la información de los campesinos de una vereda cercana, el pueblo dejó de existir.

Con el temor de ser los próximos, 70 familias salieron sin llevarse sus pertenencias. “Todo se perdió, las camas, los chismes (corotos), sillas... nos quedamos sin ánimo, ni voluntad”, recuerda María con los ojos vidriosos puestos en las casas que ya nadie habita. La mujer fue una de las protagonistas del desplazamiento y regresó hace dos semanas para constatar con sus ojos lo que le habían contado: que en el pueblo solo habitaba Santa Lucía, la patrona.

Los campesinos del área rural de Chivolo, Magdalena, libran una batalla para recuperar los predios que alguna vez fueron suyos pero que por la incursión ‘para’ les fueron arrebatados. Abajo, la única pared del cementerio que da testimonio sobre los muertos de Pueblo Nuevo./ Fotos José Torres

Allí solo quedan en pie diez casas vacías hechas con retazos de madera y la iglesia firme de concreto. Dentro del templo, se observa el Cristo deteriorado como si tuviera escamas de yeso. A los lados del altar descansan dos estatuas de Santa Lucía con sus flores artificiales repletas de polvo. Los ojos de la santa tienen telarañas y el vestido celeste parece gris.

En Pueblo Nuevo los ‘paras’ acabaron hasta con el cementerio. Una pared cubierta por plantas nativas es el único vestigio de que existió un lugar para los muertos… los únicos con tierra.
Los campesinos aseguran que los paramilitares pasaron varios tractores por encima de las tumbas para apropiarse de los terrenos. Con el tiempo la maleza devoró las lápidas, se tragó las cruces y sepultó las flores.

Las tierras quedaron sin campesinos y con nuevos dueños, los mismos que se encargaron de poner cercas electrificadas para alejar a los curiosos y proteger la supuesta propiedad.

Una década después, el sometimiento de los paramilitares a la Justicia le devolvió la esperanza a los parceleros de recuperar sus predios. Pero entre la tierra y los hombres se interponen tediosos procesos legales.

En Barranquilla, las declaraciones entregadas a la Fiscalía en la primera semana de este mes por Rodrigo Tovar Pupo, alias ‘Jorge 40’ y ex comandante del Bloque Norte, confundieron a los campesinos que llegaron al Palacio de Justicia para escuchar al que consideran su verdugo. Con las suelas del calzado desgastadas y la ropa de hace varios años decidieron presenciar la confesión de Tovar.

“Habíamos adquirido un grupo de tierras como parte de las finanzas estratégicas. Luego fueron entregadas al Gobierno”, dijo en aquella oportunidad el jefe paramilitar con su impecable vestir y peinado engominado.

Contrario a la versión de Tovar, los desplazados recuerdan con amargura que fueron obligados a salir bajo amenazas, y en el caso de los que recibieron dinero, las tierras fueron compradas a precios irrisorios. La moneda de intercambio fue el miedo.

“A mí me ofrecieron 50 mil pesos por hectárea cuando en esa época pagaban $900 mil”, afirma doña Juana Contreras, en el patio de su casa con piso de tierra, después de haber sido la dueña y señora de dos fincas con 140 hectáreas, un granero, una casa de 18 habitaciones y una ferretería. “Ahora vendo cocadas para malvivir”.

REGRESO AL CAMPO

Sumadas a las 70 familias de Pueblo Nuevo, otras cien fueron expulsadas del área rural de Chivolo. Fincas como ‘El Encanto’, ‘Bejuco Prieto’ y ‘La Pola’, que habían sido objeto de una reforma agraria, terminaron en manos de los hombres de ‘40’.
El líder de los campesinos de Chivolo, Orlando Yánez, asegura que el grupo armado se apropió de por lo menos 15 mil hectáreas en esa región.

La lucha por recuperar las tierras se inició en marzo del año pasado con la desmovilización del bloque. Aunque cerca de 2.400 hombres entregaron las armas, los predios no fueron desocupados.
Mientras ‘Jorge 40’ afirmaba ante la fiscal Deicy Jaramillo que había entregado un listado de 229 predios al Gobierno, según él deshabitados, Yánez denunciaba que los desmovilizados o testaferros permanecen en los terrenos sin que ellos puedan regresar.

En Pueblo Nuevo solo quedan en pie diez casas construidas con tablas de madera.

Tovar se atrevió, finalmente, a decir que era probable que los desmovilizados estuvieran ejerciendo posesión de los predios porque ellos también eran víctimas del conflicto.

“No tiene nada de raro que conocedores de la zona y con el deseo de sacar a sus familias adelante de pronto hayan entrado a esas tierras y estén trabajando” justificó el jefe paramilitar con un vozarrón como si nadie lo escuchara a pesar de que la boca casi tocaba el micrófono dispuesto en la sala de audiencias para los paramilitares sometidos a la Justicia.

¿DE QUIÉN ES LA TIERRA?

Entre los fallidos intentos por recuperar los predios figuran dos reuniones. La más reciente se celebró hace un mes en Pueblo Nuevo y participaron 40 desplazados. Los campesinos iban con la intención de quedarse, pero la visita de dos abogados les auguró que la tarea sería aún más difícil.

Los hombres se identificaron como asesores jurídicos de Tovar —comenta Yánez— y presentaron certificados de tradición de las tierras que figuraban a nombre de otros dueños.
La situación de Óscar, a quien le adjudicaron en 1991 una de las 37 parcelas en que fue dividida la finca ‘El Encanto’ (Pueblo Nuevo), es uno de los tantos casos sobre predios que aparecen con nuevo propietario sin haber firmado papeles.

¿Cómo se protocolizaron esos documentos ante los notarios y registradores públicos? ¿Por qué no se han protegido estos bienes? Son algunas de las preguntas que formula la defensora del Pueblo del Magdalena, Liseth Peñaranda. La funcionaria ha seguido de cerca la problemática de los campesinos del Departamento.
“Nosotros estuvimos impulsando a través del Comité Departamental de Desplazados la firma de una resolución para la protección de los bie-nes pero ni el gobernador Trino Luna, ni la gobernadora Sandra Rubiano firmaron”, reclama Peñaranda.

Tanta es la desesperación, que una comisión de campesinos se reunió hace dos meses en Plato con Armando Iglesias Castro, —uno de los mayores poseedores de tierra de la región— con el propósito de suscribir un acta de compromiso que les permitiera recobrar los predios.

Al encuentro asistieron también el alcalde de Chivolo, José Lozano, oficiales del Ejército y la Policía y un funcionario del CTI. De acuerdo con el Alcalde el compromiso consistió en que Armando Iglesias entregará las tierras si a cambio recibe el dinero que pagó por los bienes. Pero antes que las partes firmaran el documento, Iglesias solicitó los intereses del dinero.

Lozano advierte que la reclamación de las tierras es una bomba de tiempo y en cualquier momento puede ocurrir una tragedia. “No puedo decirle a nadie que salga porque esa es la tierra de fulano”.

CARA A CARA

Tovar retó a los campesinos a que cara a cara le sostuvieran que eran los dueños. “Yo les compré a muchos de ellos las tierras, que me lo digan aquí mismo, en frente mío”, dijo ‘Jorge 40’ enfatizando cada una de las palabras con el dedo índice de la mano derecha que martillaba contra la mesa. El mismo dedo que se utiliza para disparar.

“Ojalá lo tuviera en frente mío para darle un pellizco y arrancarle aunque fuera un pedazo de pellejo”, dice doña Juana resignada a la escasez, mientras dibuja en la tierra el esbozo de la finca con la que sueña desde hace diez años.

Los campesinos quieren decirle muchas cosas a un ‘Jorge 40’ que creen sin armas y sin poder. Elías Obrador, quien vivió todo el proceso de la incursión paramilitar, toma aire y habla con indignación. “Yo le diría a ‘Jorge 40’ que si tan guapo era por qué le pide perdón a los familiares de los que él asesinó. Cuando ellos (‘paras’) cogían a una familia era para acabarla, para que no quedaran testigos”.

Mientras el comején debilita las viejas tablas de madera de las diez casas de Pueblo Nuevo, ‘Jorge 40’ le dice a la Justicia que recuperará toda la información sobre “las acciones de guerra”, como le llama a los homicidios, masacres, desapariciones y extorsiones.

La memoria del corregimiento está regada en el resto de la Costa, donde fueron a parar gran parte de los desplazados. Las lápidas destruidas y ocultas entre la maleza, se constituyen en el único testimonio de que existió un pueblo de casi 100 años.

El camino que de la cabecera municipal de Chivolo conduce a Pueblo Nuevo trae los recuerdos de comandantes paramilitares, los mismos que se apropiaron e hicieron de las fincas en la vía como ‘El Encanto’, ‘El Amparo’ y ‘Los Coralibes’, sus tierras y residencias. “Nada volverá a ser igual”, dice el anciano Elías.
“No pido la Ley de los hombres —sentenció doña Juana— sino el castigo de Dios porque aquí hemos sufrido mucho”. Pueblo Nuevo, un pueblo sin gente y su gente sin tierra. La violencia lo condenó a morir.

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