El Heraldo
Barranquilla

La historia del platanero que terminó extraditado por un error

Gabriel Consuegra, el vendedor de plátanos extraditado a los Estados Unidos en 2005, murió el pasado sábado 23 de mayo de un infarto.

Deprimido, acechado por la pobreza, aquejado por una afección cardiaca que lo mantuvo incapacitado para las labores cotidianas y con la ilusión perdida de poder “limpiar su nombre y el de su hijo”, murió Gabriel Consuegra Martínez el sábado 23 de mayo a las 11:40 a.m., mientras contemplaba la calle sentado en una silla plástica, desde el balcón de un segundo piso del apartamento de una de sus hijas.

Consuegra Martínez fue conocido como el ‘Platanero del barrio Villanueva’, un sector subnormal ubicado junto al Caño Arriba en las cercanías del mercado de Barrranquillita, donde este campesino  oriundo del corregimiento de la Unión, en zona rural del municipio de Pinillos, Bolívar,  trabajó duro y se partió el lomo comercializando ‘verdes’, plátanos y no dólares como pensaron cuando lo capturaron, oficio con el que logró sostener durante más de 40 años a su numerosa familia.

Unas 350 personas, entre familiares, amigos y vecinos, acompañaron sus restos mortales hasta el cementerio Calancala el pasado lunes. El humilde platanero, de 65 años, fue sepultado a las 5:30 p.m. llevándose a la tumba el sinsabor de lo que todos en el barrio y su familia califican como “una injusticia imperdonable”.

Operación Mallorca. Cuatro días después de su muerte, en la misma sala de la casa que sigue sin cielo raso como el 12 de junio de 2005 cuando, a las 5:30 a.m., cerca de 20 agentes del desaparecido Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), cumpliendo una orden judicial, sacaron a Consuegra y a su hijo del mismo nombre en un operativo de película con fines de extradición, Petrona Arroyo, postrada por la fiebre y con una tos persistente, afirmó que a su esposo “no lo mató un infarto sino la injusticia y la pena moral”.

Acostada en un sofá roído y maltrecho, cerca a una mesa sencilla sobre la que reposaba un manojo de flores ya mustias, nos recibió la mujer con la que convivió durante 45 años y el resto de la familia.

El platanero y Gabriel Jr. fueron capturados en una gigantesca redada internacional, llamada Operación Mallorca, en la que detuvieron a 81 personas en Estados Unidos, Canadá, República Dominicana, Curazao y Colombia. En el operativo confiscaron 7,2 millones de dólares, pero en casa de los Consuegra, esa mañana lluviosa, no encontraron nada. Solo barro, agua estancada y los vestigios de la pobreza. Hoy casi nada ha cambiado.

“Es que desde que él volvió no era el mismo”, reveló su mujer; agregó que “no pudo volver a trabajar, estaba deprimido y triste”. Recordó que cuando se lo llevaron era un “hombre sano y después le vinieron todos esos problemas”. Hace tres años le dio un primer infarto, le repitió tres veces más y 17 días antes de morir le hicieron una operación a corazón abierto.

Envuelta entre sábanas, esta campesina que parió 9 hijos fruto de su unión con Consuegra, hoy en medio del luto familiar no olvida que su hija mayor murió en Pinillos, a los 9 años, ahogada, y esa tragedia motivó que decidieran emigrar a Barranquilla. También recuerda que una enfermedad les mató a una bebé de 9 meses y que un año antes de que su esposo y su hijo fueran capturados por “lavado de activos y narcotráfico”, según la acusación de Estados Unidos, otro de sus hijos murió a los 33 años de forma violenta en España.

Junto a ella, Abel Consuegra, un campesino recio de 85 años que le tocó vivir el dolor de perder a su hijo dos veces, primero por el presidio y ahora por su fallecimiento, asegura con sarcasmo que si fuera cierta la acusación de Estados Unidos “mi hijo sería entonces el capo, el narcotraficante más arruinado en la historia del mundo”. El viejo patriarca, de cabeza platinada por las canas, afirma que Gabriel pudo vivir más años si no hubiera sido por la captura. “Se le disparó la diabetes, se le disparó el azúcar y le comenzaron los problemas en el corazón”, dijo.

Los cargos. El viacrucis del vendedor de plátanos y su hijo duró 2 años y 3 meses. Consuegra fue acusado por la justicia norteamericana de ser el titular de varias cuentas bancarias, en diversos países de la cuenca del Caribe, que eran utilizadas para lavar activos procedentes del negocio del  narcotráfico. Según el proceso, su hijo, en ese entonces de 23 años y estudiante de enfermería,  había participado en el lavado  de dólares en Colombia.

“Él volvió de allá desecho y convertido en un mar de lágrimas. Imagínese, un hombre trabajador que vivió toda su vida del campo, cultivando maíz, yuca, que después acá lo que hacía era vender plátanos en el mercado, cómo va tener cuentas bancarias en San Andrés, en Costa Rica, como dijeron el Gobierno colombiano y los gringos. ¿Cuáles  dólares y cual narcotráfico? No más mire cómo vivimos. Eso no tiene sentido”, cuestionó la viuda.

El regreso. El 30 de diciembre de 2007 acabó la espera angustiosa para la familia Consuegra Arroyo porque ese día padre e hijo regresaron a Barranquilla después de haber vivido su “pesadilla” en una Cárcel Federal de Nueva York tras ser extraditados.

Luego de la captura en Barranquilla, los Consuegra fueron llevados a la Cárcel de Cómbita, Boyacá. Durante 16 meses el padre sobrevivió lavándole la ropa a otros presos  “adinerados”y vendiendo agua.

Después se los llevaron a Estados Unidos. Allá Gabriel Jr, logró que les permitieran compartir la celda. El 29 de noviembre de 2007 los sacaron de la Cárcel Federal y los enviaron a un Centro de Inmigración para que regresaran a Colombia. Los Consuegra, tras volver, contaron que como  “no nos pudieron probarnos nada” les hicieron firmar un documento en el que a cambio de la libertad inmediata aceptaban los cargos por los que fueron extraditados. A su juicio el objetivo era evitar una demanda futura contra Colombia y Estados Unidos.

“Mi papá nos dijo que lo más duro fue el mes que pasaron en inmigración, cuando los soltaron. Estuvieron en ese sitio mientras acá conseguíamos la plata para que se vinieran. Los tenían encadenados todo el día”, relató, con tristeza en su voz, su hija Tatiana.

“Para que volvieran nos tocó hacer rifas, colectas, pedir a los conocidos, a todo el mundo para poder reunir la plata para traerlos”.

Margarita, otra de las hijas del difunto, aseguró que los culpables de lo que le sucedió a su padre y a su hermano “son el Gobierno de ese entonces, del presidente Álvaro Uribe Vélez, y el Gobierno de los Estados Unidos”. Los acusa de que “nunca tuvieron en cuenta que estaban cometiendo un error con dos personas inocentes y de bajos recursos, que nunca tuvieron contactos con el narcotráfico y menos con alguna cuenta bancaria en el extranjero”.

Demanda a resolver. A pesar del documento que firmaron en Estados Unidos, los Consuegra demandaron hace 8 años al Estado. “El fallo dizque está en Bogotá, pero no ha pasado nada con eso”, agregó Margarita quien señala que el abogado “nunca nos dio razón de nada y todavía a veces lo llamo, pero ni pasa al teléfono”.

El clamor de la familia después de los años de angustia y sufrimiento, y luego de la muerte del viejo Gabriel es uno: que el Estado reconozca la injusticia que cometió con los suyos y que limpien el nombre de su padre y su hermano.

“El daño que nos han hecho es irreparable. ¿Quién nos devuelve a mi papá y quién responde por todo lo que hemos pasado? Y ahora, lo peor, es que mi madre también está nferma”, dice Margarita.

Mientras la familia reclama por lo ocurrido, Gabriel Consuegra Arroyo, quien vivió con su padre los duros momentos del presidio y hoy, a los 33 años, trabaja como jefe de enfermeros fuera de la ciudad, vino a la velación y el entierro. Sin embargo, prefirió guardar silencio.

En el altar fúnebre instalado en la sala de la vivienda cercada por los malos olores del caño, dos veladoras, roja y blanca, se consumían de forma lenta. Como un recuerdo agridulce, la familia se quedó viendo las fotos del último cumpleaños del viejo vendedor de plátanos, tomadas dos días antes de su muerte. Fue la última vez que lo vieron sonreír.

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