El Heraldo
Johnny Olivares
Barranquilla

El mecánico de las bicicletas a domicilios

Róbinson Álvarez tiene una numerosa clientela en el norte.

A diferencia de la mayoría de las tiendas del sur de la ciudad, las del norte ofrecen el servicio de domicilios. Los encargados son jóvenes que trasladan de un lado a otro en bicicletas con canastillas los pedidos de los clientes.

En el establecimiento Merkatodo, en la calle 82 con 42H, hay tres ‘caballitos de acero’ usados para tal fin. Según su administrador, Wilfrido Silvera, cada domiciliario sale en promedio unas 100 veces al día. Si en cada domicilio recorren como mínimo 200 metros (100 para llegar hasta donde el cliente, y 100 más para volver a la tienda), quiere decir que cada uno pedalea unos 20 kilómetros diarios (20.000 metros), 2.4 kilómetros más que los ciclistas que participarán el próximo 9 de mayo en la primera etapa del Giro de Italia, entre San Lorenzo Al Mare y San Remo, noreste de ese país europeo.

Con tanto uso, las bicicletas —que no son las profesionales que usan Nairo Quintana, Rigoberto Urán y demás— se averían, y ahí es cuando aparece en escena Róbinson Álvarez Sánchez, quien desde hace una década se gana la vida arreglando ciclas en las tiendas y restaurantes del norte de Barranquilla, servicio que ofrece puerta a puerta.

“De esto vivo y le puedo dar a mi familia lo que necesita. Gracias a Dios no nos ha faltado nada”, dice.

Aprendió a montar cicla a los 19
A Róbinson, de 46 años, desde muy niño le ha tocado ‘pedalear’ en contra de la pobreza. La precaria situación económica de su familia lo obligó a abandonar sus estudios cuando apenas cursaba cuarto de primaria.

“Me tocó salir a trabajar desde pelao. A rebuscarme porque la vaina se puso dura”, recuerda.

Tan precaria fue su infancia que no tuvo nunca una bicicleta. El Niño Dios, en cada Navidad, se olvidaba de visitar su humilde casa en el barrio Los Olivos. Y en su cumpleaños se conformaba con las felicitaciones amorosas de sus padres.

Solo después de obtener la cédula de ciudadanía, a los 19, aprendió a montar bicicleta. Lo hizo con la de un amigo. Aquel momento fue tan mágico y soñado que, asegura, no tardó mucho en lograr el equilibrio en las dos ruedas.

“Cuando nacieron mis hijos me propuse que tuvieran lo que yo no tuve: educación, y por supuesto sus bicicletas”, cuenta.

Antes de que su esposa Elba Martínez diera a luz a sus hijos Roberto, de 15 años, y Julieth, de 6; Róbinson se vio obligado a trabajar en oficios varios, lejos de lo que era su pasión: la mecánica y las bicicletas.

“Conseguí trabajo de jardinero en una empresa, pero eso no me gustaba. Así que de vez en cuando me ponía a hacer trabajos de mecánica, sin que me pagaran. También me ponían a hacer mandados. Nunca estuve con contrato, muchos menos tuve prestaciones sociales, porque me exigían el diploma de bachiller y ni siquiera terminé la primaria. Así que un día, sin más ni más, me dijeron que no podía seguir trabajando con ellos”, recuerda.

Pero aquella piedra en el camino fue, irónicamente, la primera que usó para construir el presente que ahora le sonríe. Tenía 28 años y viendo a Felipe, un señor del barrio, aprendió a arreglar bicicletas.

“Yo soy un mecánico empírico, pero completo. Aprendí en la calle, neceando. Sé nivelar, pintar, armar, en fin, de todo. Empecé a trabajar, hace 18 años, en talleres. Y hace 10 lo hago en tiendas del norte. El primer arreglo fue en la Santa Isabel, en la 84 con 43B. Llegué con mi maletín de herramientas, sin conocer a nadie, y me presenté: ‘mucho gusto, soy Róbinson, arreglo bicicletas, a la orden’. Me dieron una y la dejé como una ‘uvita’”.

Ahí empezó su reconocimiento en el gremio de tenderos, a tal punto que actualmente cuenta con una lista de 40 clientes entre los barrios Nogales, Ciudad Jardín, Las Cumbres y demás vecindarios aledaños.

“Al mes lo llamamos como tres veces. Sabemos de su talento, pero sobre todo de su honestidad. Creo que por eso es querido y solicitado en las tiendas de por aquí, porque cobra lo que tiene que cobrar. A veces, incluso, le hemos dado hasta 100.000 pesos para que compre repuestos y vuelve con factura y todo”, dice Wilfrido Silvera.

Maneja una agenda
Róbinson vive con su familia en Las Gardenias. De allí sale todos los días a las 7 a.m. en una bicicleta con sus herramientas a cumplir con sus compromisos, y regresa bien entrada la tarde. Entre tenderos comparten su número de celular y ahí lo contactan. “Yo hago hasta cinco arreglos por día. Si me queda uno pendiente, lo dejo para al día siguiente bien temprano. Gracias a Dios nunca me he ido en blanco”, afirma.

Los trabajos oscilan entre 10.000 y 30.000 pesos, dependiendo de la complejidad. Con este oficio, sin duda, su forma de vivir cambió.

“Si yo no me hubiese dedicado a esto, estaría trabajando como albañil, no por gusto, sino para sobrevivir. Y creo que es mejor trabajar en lo que a uno le gusta”.

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