Barranquilla

Dominó, más que un juego: una fábrica de amigos

EL HERALDO recorrió diferentes barrios barranquilleros para escuchar historias de jugadores.

La escena es la misma: una esquina cualquiera que como una acuarela costumbrista parece trazada de memoria, donde siempre van a coexistir, como eternizados, unos elementos básicos infaltables. Allí, en esos trazos, convergen un grupo de amigos, avezados guerreros de la mesa, unas fichas semiocultas tras unas manos y un poderoso golpe que restalla. Sonido que se convierte en una especie de estremecimiento telúrico que resuena entre carcajadas acompañadas al calor de las infaltables ‘frías vestidas de novia’, bajo la protectora sombra de un robusto árbol y el potente sonido de la música popular que cambia de contexto según el mapa y la ubicación geográfica.

No se trata de un cuadro, sino del antiquísimo juego del dominó y la escena descrita no solo puede estar ocurriendo en este momento en la esquina de un barrio de Barranquilla, sino en uno de Cartagena, Santa Marta, Montería; o en las diferentes poblaciones del Atlántico y la región Caribe colombiana o en Cuba, Puerto Rico, República Dominicana, Venezuela y mucho más allá, porque este encuentro entre amigos trasciende fronteras.  Incluso, como infectados por un virus o un rito inevitable, se pueden hallar a embrujados por este juego de origen milenario a trasnochadores fanáticos de las fichas rectangulares en Italia, España, Rusia, Pakistán, Abjasia, entre otros latitudes.

El Juego de la democracia. En las inmediaciones del coliseo Elías Chegwin en Barranquilla, bajo un viejo y robusto Trupillo, un grupo de pensionados, abogados, médicos, vendedores de agua y de confites, ingenieros y hasta algunos sin techo, se reúnen sagradamente de lunes a sábado, de 4 a 7 p.m., en torno a 4 mesas para practicar su ‘sagrada homilía’ de dobles, cierres, patas de cabra, horcadas, pasadas y tortazos contra la mesa, jugando a 2.000 pesos por cabeza a 50 pintas zapateras.

“Soy uno de los pioneros y esto nació entre 4 amigos que de tarde, hace más de 20 años, estábamos aburridos y se nos dio por sacar una mesa  frente a la terraza, pero huyéndole al sol terminamos bajo este Trupillo en el parque. Con el tiempo se fueron sumando más amigos y hoy tenemos unos 40 jugadores”, dice Osvaldo Gutiérrez.

No aceptan pelaos. En este espacio, donde no hay distinción de oficios, solo existen dos reglas: dejar la amargura en la casa y tener por los menos más de 50 años.“Aquí no aceptamos pelaos”, enfatiza Gutiérrez. Y así es: la gran mayoría son pensionados que  piensan convertimos en un club. “Igual –agrega– aquí juega el man bacán que quiere pasarla bien. Jugamos el tercio ahora porque antes cuando se hacían los cuartos se presentaban muchas discusiones”.

Pretexto contra el estrés.  Para el abogado David Mejía, uno de los asiduos a las mesas del Suri, el dominó es el mejor pretexto para sacarse el estrés después de sus jornadas laborales en los juzgados. “Es mi relax y es algo que uno conoce desde niño porque es algo muy tradicional de nosotros acá en la costa. Después de los procesos me vengo a distraer acá”, cuenta.

El periodista e investigador André Salcedo, al oír la palabra mágica dominó, lo remite a su infancia y a las esquinas del barrio, porque para él no hay dominó sin una esquina, amigos y un claro de luna barranquillera que lo hacen revivir esas épocas en las que no se había echado el morral al hombro y no había empezado su vagamundeo, como él llama el periplo que emprendió por varios países del globo. “Con mi imaginación de niño pensaba que se trataba de un juego nacido entre nosotros, un juego popular costeño: para mi sorpresa, cuando salí del país, me encontré en Nueva York con una comunidad de latinos, especialmente caribeños, que jugaban dominó, igual en la calle, en el barrio y más tarde en España, cuando llegué por primera vez a Europa, me encuentro con que el dominó es el juego nacional”, cuenta para despacharse en reflexiones que lo sacan de su caribe y de su mar.

Con aquella propiedad que adquieren los que se han sumergido en la palabra y han hecho de su uso una carrera y una vida, dice que en la Barranquilla de su infancia,  en las esquinas, en los bares, en las tabernas, había encuentros de dominó en los que el que ganaba golpeaba la ficha contra la mesa “como si le pusiera punto final a una guerra callejera con un estruendo que sonaba por todos lados”.

Salcedo habla sobre Barranquilla a finales del siglo 19 como una encrucijada mundial, que se convirtió en una esquina donde se dio un cruce de culturas, líneas navieras y pasajeros que llegaban de Europa y se quedaban en esta Curramba que les abría las puertas a inmigrantes de todas las procedencias y de todos los pelambres.

“Supongo que el dominó se vino en uno de esos barcos europeos. Es un juego que está casi que mandado a hacer para nuestra cultura: el caribeño es un hombre  que le gusta encontrarse con los amigos y buscar un pretexto lúdico  para mofarse de él y echarle en cara cosas, para trenzarse en una dialéctica de esquina, de barrio, para arreglar el mundo, la sociedad, pero también para tirarle los platos en la cabeza o para darle un abrazo”, afirma.

Todo o nada. Frente a la popular cancha de arena de Simón Bolívar, donde Iván René Valenciano, apodado el ‘Bombardero’, probó por primera vez el cañón que por años rompió los arcos colombianos, Roque Sarmiento, criado en esta misma zona, no supo lo que es reventar una malla, pero sí lleva, por lo menos, 50 años tirando fichas y apostando esta vida y la otra entre billares, esquinas y estaderos.

Sarmiento, entre pases y reclamos de sus oponentes por haber cerrado el juego prematuramente, dice que cuando se sienta a jugar se olvida de todo y en su cabeza solo están el juego de dobles y las 28 fichas. “Para jugar esto se necesita astucia y retentiva, saber sumar y concentración”, dice y comenta, medio en broma, que es mucho lo que ha ganado y perdido jugando dominó. “ Vea, yo, apostando entre 100 mil y 50 mil pesos al día, me zampé una pensión enterita; nojoda  aposté hasta la mujé y la perdí por una pinta”. Sus palabras las celebraron sus compañeros de mesa con carcajadas.

Aseguran que Simón Bolívar es uno de los barrios donde el dominó tiene más arraigo en la ciudad. Ellos, acomodados bajo la sombra de un Nem, aseguran que, por lo menos, en un fin de semana solo en el bulevar pueden encontrarse hasta 9 mesas en diferentes.

“En el abasto, el punto más fuerte en el barrio, hay unas 10 mesas y la gente apuesta firme y se juega a las frías o la botella. Lo que pasa es que eso se prende los fines de semana y después de 7 de la noche, aquí estamos es calentando motores”, dice Jesús Muñoz y asegura que el domino es “solo una excusa” para conversar, estar entre amigos y desarrollar la mente. El grupo se reúne de 2 a 6 p.m. de lunes a viernes. Los sábados por la noche en la tienda se destapan los ‘tigres’ (jugadores curtidos y aventajados) para destrozar a los ‘marranos’ (aficionados o malos jugadores) de 7 p.m. a 3 a.m.

En la región. De acuerdo con el colega Vicente Arcieri, el lugar en Cartagena donde se encuentran los mejores jugadores y el dominó después de las 5 p.m. es “rey y patrono”, es el popular mercado de Bazurto, el ‘templo’ de la informalidad. A golpe de champeta, cerveza y ron barato, vendedores de pescado, que son los maestros del rebusque, desfogan las tensiones del día.

En Montería, el corresponsal Eduardo García ubica el centro de la atención del dominó en el famoso Tropicana, de la calle 31 con primera, justo en el corazón de la capital cordobesa. Los viernes después de la jornada laboral se reúnen personas de todas las edades y estratos sociales para rendirle culto a esta ciencia popular viva que se aprende divirtiéndose entre amigos.

En Valledupar, según lo descrito por el periodista  Miguel Barrios, uno de los sitios más populares para el juego es en la esquina del barrio San Martín, en la calle 32 con la Avenida Simón Bolívar. Entre música de acordeón, trabajadores informales, mecánicos, amas de casa y pensionados se retan en un terraza ‘sancochera’. Hablar y mover bien las fichas se convierte en un microuniverso único, propicio para el alimento de las buenas y duraderas amistades.

Esquina de la sabrosura. “Ninguna sierra mijo, el jurel. Anda papi, con fiebre y mojándote. Otra vez Andrés y vestido azul. Donde quieres que lo hagamos: en la cama o en el suelo”, sin ponerlo en contexto las cuatro oraciones anteriores solo la pueden entender los jugadores experimentados del dominó.  La primera alude a que el juego no está cerrado, la segunda significa que el jugador tiene un buen juego, pero lo tiene aguantado y la tercera es acerca de la repetición de una misma ficha. La última hace alusión a que o cierra el juego o lo deja abierto.

Esa retahíla de jergas especializada  sale de la boca de Edgardo Villanueva, un pensionado al que sus compañeros de juego llaman el ‘tigre’ de la esquina. De lunes a sábado, estos veteranos de cabeza enjabonada, como se definen ellos mismos por las canas, se sientan en sus tronos, de 10 a 12 del mediodía y de 3 a 5 p.m., en una rutina en la que no faltan las apuestas. “100  pintas, la mano para pasar un buen rato y estar con los amigos. Uno dejó la bolita uñita y el trompo pa’ coger el dominó y no soltarlo más en la vida. Esto es de nosotros los costeños, una cosa relajante que se aprende desde pelao. Los cachacos aprenden, pero con uno”, señala el también pensionado Mauricio Sandoval.

Una frase repetitiva entre los conocedores del juego aunque parezca paradójica es “el dominó lo inventó un mudo”, alude a una eterna pelea perdida de antemano en la que se busca imponer el mandato del silencio en torno a la mesa. “El dominó tiene 168 pintas y 170 trampas, en el juego la gente se vuelva mañosa, pero bueno la idea es pasarla bien y divertirse”, agrega Villanueva.

De lo divino a lo humano. Para el sociólogo Edgar Rey Sinning el dominó se ha convertido en un elemento clave para la cultura de la integración en el Caribe. “Es solidaridad, hermandad. Es casi que un juego de adivinación, de compresión del otro”, dice y destaca que es el punto de encuentro entre amigos para compartir un diálogo ameno y afectuoso que se convierte en una entretención.

Rey asegura que los “sitios claves, exactos”, para jugar el dominó son las esquinas y el barrio porque se convierten escenarios en los que se discuten los temas locales, de la ciudad, el país y el mundo. “Allí se conversa sobre lo divino y lo humano y cada contertulio hace su propia argumentación mientras va jugando”, expresa.

Señala el sociólogo que en las reflexión que se arman en torno a la mesa de juego llegan a discutirse temas relacionados con la comunidad y hasta hay acuerdos para, por ejemplo, visitar a un funcionario o al mismo alcalde para que arregle un problema en el barrio. “Lo que pasa es que al día siguiente no pasa nada y nadie va”, narra Rey y agrega que el dominó tiene una importancia desde lo simbólico porque “es un juego de caballeros en el que hace trampa lo sacan”.

Afirma que un reencuentro entre “nosotros mismos, en medio de las angustias que podamos tener”.

En todas partes del Caribe, evidentemente, el dominó está dentro de los juegos que permite compartir entre amigos. “La esquina es un sitio donde no hay estratos, distinción de raza, de edades u oficios”, afirma.

Dominó sin licor. Alfredo Cervantes, o ‘Alfredo Dominó’ como lo llaman sus amigos y en el ambiente de las fichas, está empeñado en vestir de frac y profesionalizar el juego. En Italia, donde vivió hace 14 años, se juega a nivel profesional y de allá trajo la idea de organizar a los participantes con carnets, armar clubes, como Dominando de San Roque y Los Niños de Simón Bolívar.

Con su Fundación Full Dominó Colombia, afiliada a la Federación Internacional de Dominó, busca que cada participante se acoja a las normas internacionales.

En su cruzada personal, que empezó en 2009, ha logrado, por ejemplo, que los atletas colombianos participen en el Mundial de Dominó de Puerto Rico, en el  que ocuparon el puesto 22. En 2012 en Venezuela ocuparon el 25; en 2013 en Orlando, Florida, quedaron en la posición 20 y en México 2014 terminaron de 15.

Buscando recursos. Para lograr estas participaciones ‘Alfredo Dominó’ busca recursos con diferentes entidades.

En las principales capitales del país se realizan torneos en las que participan 100 parejas de jugadores que juegan a 200 pintas en 40 minutos. Las finalistas se enfrenta después en un campeonato nacional del que salen los ganadores que van a representar al país en el mundial.

“La salida es sorteada, en caso de empate por una cierra no hay ganador. Se juega con tiempo y cada jugador tiene 20 segundos para hacer su jugada. No se azota la ficha contra la mesa, se juega en silencio, se juega con jueces   y se usan elementos profesionales como porta fichas, entre otras normas”, explica Cervantes en medio de una mano que compartía con varios jueces en formación en una esquina del barrio Ciudad Modesto.

Ahí, bajo la sombra de un almendro y aunque el juego era un poco más formal, el objetivo real de compartir entre amigos siguió siendo la gran  excusa de esta perfecta y poderosa máquina para atraer mamagallistas natos, científicos y analistas empíricos de las fichas rectangulares que comparten ese territorio diverso y democrático sin las taras de las distinciones sociales para celebrar la amistad y la charla.

Historia del dominó

El primer manual conocido sobre el dominó es el Manual del período Xuanhe, escrito por Qu You (1347–1433). En la Enciclopedia de la Miríada de Tesoros, Zhang Pu (1602–1641) describe el juego de disponer las piezas de dominó como pupai. El conjunto de 32 piezas chinas, que representaba las posibilidades de tirada de un par de dados e introducía duplicados de algunas tiradas, aunque no tenía caras en blanco, lo que difiere de los conjuntos de 28 piezas encontrados en Occidente a mediados del siglo XVIII. Es precisamente en este siglo cuando empiezan a aparecer en Europa los primeros vestigios de este juego, especialmente en Italia y de ahí se expanden por todo Occidente, aunque con cambios con respecto a su original chino.
 

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