El Heraldo
La comunidad volvió a reun irse entorno a la yonna, baile típico wayuu conocido también como chicha maya. Sandra Guerrero Barriga
La Guajira

Una camioneta y los manglares nos salvaron la vida: sobrevivientes de masacre en Bahía Portete

En Bahía Portete, Alta Guajira, las mujeres que lograron salvarse el 18 de abril del 2004 de la masacre relatan el terror que vivieron y cómo la llegada de un vehículo con pasajeros que venía de Venezuela espantó a los atacantes.

A mí me tenían amarrada de pies y cabeza, ya me iban a matar, pero los hombres armados vieron que venía una camioneta ‘guajirera’ repleta de gente y pensaron que eran de la fuerza armada, por eso se fueron corriendo. Poco después llegó mi abuelo, me soltó y fue cuando pude ver a las muertas, la sangre y los cuerpos cortados”.

 

El relato es de Sandra Epinayú, una de las sobrevivientes de la masacre de Bahía Portete, ocurrida hace diez años en ese puerto ubicado en la Alta Guajira, quien explica que el vehículo conocido como una 350 en la zona, es de los que transportan personal y mercancía entre Colombia y Venezuela, a través del desierto guajiro.

Agrega que a otra de las mujeres de la comunidad wayuu, que estaba cocinando frijol, le vaciaron la olla encima y la quemaron con la sopa  que estaba bien caliente. Sandra tenía 14 años ese día 18 de abril de 2004 y no ha podido olvidar las escenas ni el horror que vivió durante el ataque de los paramilitares.

“Aquí vivíamos en paz, éramos alegres y todo era bonito en nuestra familia antes de la tragedia”, manifestó la joven que ahora tiene 24 años y es madre de tres hijos, uno de cuatro años, otro de dos y el menor de siete meses.

Vive en Maracaibo con su esposo, trabaja como muchacha de servicio y no es feliz en tierra extranjera, por eso su deseo es volver a Portete lo más pronto posible.

Dijeron que mi mamá se había muerto de hambre. “La llegada de la camioneta fue nuestro milagro, porque sino los hombres hubieran seguido matando a todo el que vivía en nuestra comunidad, ya que ellos decían que nos había llegado la hora y que todos íbamos a morir. Cuando se fueron, salimos corriendo para los manglares y nadamos hasta una pequeña islita que se llama Amaleu. Allí pasamos la noche y luego nos fuimos para Maracaibo”, cuenta Juliana Epinayú, de 32 años.


La escuela quedó destruida tras la masacre. Aún se mantiene en este estado.

Ella es la hija de Dilia Epinayú, quien fue asesinada durante el falso retorno que armaron las autoridades un año después de la masacre.

“Nos dijeron que ya todo estaba bien y que podíamos regresar porque nada nos iba a pasar, pero no fue así, porque el 13 de julio de 2005 volvieron los paramilitares a mi casa y mataron a mi mamá. Ella estaba en un chinchorro, la sacaron por los cabellos, la arrastraron y le dispararon seis veces, cuatro de ellas en la boca”, cuenta Juliana, quien presenció todo junto a sus hermanas, ya que los hombres del hogar habían salido a trabajar.

Nos cuenta que dos días después llegó un médico que dio a conocer un dictamen en el que decía que su mamá había muerto de hambre y así la enterraron. Pasaron tres días, llegó otro médico, esta vez con el acompañamiento de la Fiscalía y después de examinar el cuerpo de Dilia, se reconoció que fue asesinada con arma de fuego.

Juliana se fue también para Maracaibo, pero hace dos meses vive de nuevo en Portete, porque no aguantó la situación que estaba afrontando en Venezuela. “Esta es mi tierra y es aquí donde quiero criar a mis cinco hijos, por eso regresé aunque no nos han ayudado para recuperar todo lo que perdimos el día de la masacre cuando destruyeron nuestras casas, se llevaron los animales y quemaron los ranchos”, dice llorando esta mujer wayuu.

“El día de mi cumpleaños me tocó recoger los cuerpos”. “Cuando me avisaron lo que había pasado estaba en clases, ya que estaba haciendo un curso de enfermería cerca a Maracaibo. Me dijeron que a mi abuela Margot la habían secuestrado, pero la verdad fue que la mataron y desaparecieron su cuerpo. Enseguida quisimos regresar pero nadie nos quería traer, sin embargo, dos días después, el 20 de abril, día de mi cumpleaños, nos permitieron regresar por los cuerpos, los recogimos y nos fuimos de inmediato”, es lo que nos cuenta Nataly Fince, nieta de Margot Fince Epinayú, quien tenía un hachazo en la cabeza.

Ella todavía vive en Venezuela, pero al igual que las 103 familias desplazadas, quiere volver a vivir tranquila en Portete, donde el sol, la arena del desierto y el mar la esperan para recuperar la esperanza y poder levantar a sus tres hijos que nacieron en el vecino país.

Igualmente para volver a celebrar su cumpleaños, ya que las escenas de dolor que vio ese día no se han borrado, ni se olvidarán tan fácilmente, según afirmó.

Nunca nos creyeron: las víctimas. Además de las vidas que se perdieron el día de la masacre de Bahía Portete y la incertidumbre por las desaparecidas, los sobrevivientes y desplazados, tuvieron que enfrentar la indiferencia e incredulidad de las autoridades.

Sandra y Juliana coinciden en afirmar que ni la Policía, ni la administración municipal, y mucho menos el Ejército, les pusieron atención, ni los ayudaron en esos momentos y esa fue una de las razones por las que decidieron irse a Maracaibo.

“Nos decían que eso no había ocurrido, que estaba en nuestra mente y que no nos podían brindar  ninguna clase de ayuda”, manifestaron las mujeres.


Se efectuaron bautizos simbólicos en señal de esperanza.

Otro de los habitantes de Portete asegura que llamó a un oficial del Ejército y, contrario a lo que esperaba, lo amenazó diciéndole que lo iba a localizar para ponerlo en su lugar.

Ahora, diez años después, la comunidad wayuu de Bahía Portete sigue sintiendo que no les creen, porque no han recibido la ayuda que necesitan, porque no los han tratado como víctimas y además porque los únicos que han buscado la verdad han sido ellos mismos.

"Vamos a regresar"

Juliana Epinayú ha sido una de las primeras que ha retornado a Portete, porque no soportaba la vida que llevaba en Maracaibo, alejada de su tierra y sus costumbres. La comunidad ha decidido organizar su retorno, porque afirman que no esperarán más por la ayuda que les han prometido durante mucho tiempo. Juliana comenzó construir su rancho junto al lugar en el que cayó su mamá cuando fue asesinada, para recordarla y seguir en la lucha por la verdad.

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