El Heraldo
Esta fue la escena que policías hallaron en un cuarto del apartamento 302, en el edificio Balcones del Sol, en el balneario El Rodadero, en Santa Marta. Cortesía
Judicial

“Mató a su esposa, luego a su hijo y se apuñaló en el baño”: Policía

En la habitación hay huellas de pasos marcadas con sangre • Tía del auxiliar de vuelo niega que sufriera esquizofrenia • Vecinos lo recuerdan como “parco, callado y serio”.

Alejandro Garrido Molina, de 45 años, el auxiliar de vuelo que protagonizó el sangriento suceso de inicio de año en Santa Marta, se habría provocado la primera puñalada en el baño, seguidamente caminó por la habitación y en la cama se asestó dos más. Ya había dado muerte a su mujer Johana Ramírez Rodríguez, de 26, y a su hijo, de apenas 5 años.

Las huellas de pasos marcadas con sangre así lo evidencian. Por eso la Policía maneja la hipótesis de que fue él y no otra persona quien cometió la criminal acción en el edificio Balcones del Sol ubicado en el costado sur de El Rodadero, balneario de Santa Marta. Su muerte se habría producido por desangramiento.

Todo apunta a que la última puñalada, cerca al corazón y la más certera, Garrido se la habría dado sentado sobre la cama. Al morir, el arma cayó de su mano derecha y quedó al lado del pequeño. Johana falleció en una colchoneta, en el piso, y por su posición se cree que intentó aferrarse al menor.

El comandante operativo de la Policía en Santa Marta, el coronel Francisco Gélvez Alemán, le dijo ayer a EL HERALDO por teléfono que el auxiliar de vuelo, nacido en Barranquilla, primero habría dado muerte a su mujer y luego al infante. “Lo que está claro es que caminó por toda la habitación”. Y añadió que “es posible que los haya asesinado dormidos”.

UN DESORDEN
El cuarto donde  sucedió el horrendo crimen estaba en un completo desorden cuando entraron los patrulleros, que llegaron a atender el llamado a la línea 123 de una vecina, quien advertía de un penetrante olor a sangre proveniente del apartamento 302.

Las autoridades presumen, sin embargo, que la desorganización no fue producto de que la mujer y el niño se resistieran a un ataque, sino que “al parecer ese era el modus vivendi” de la familia.

En la habitación había ropa, un cepillo de cabeza y bolsas en el suelo; dos abanicos de pie (uno rojo y otro negro) encendidos, lo mismo que el televisor, montado sobre una silla, y con la señal puesta en un canal infantil. Los peritos del CTI que inspeccionaron la escena también embalaron como evidencia latas de cervezas y residuos de cocaína.

Las pastillas halladas en el lugar eran anfetaminas, un tipo de droga estimulante del sistema nervioso central que produce sensaciones de alerta, confianza, y aumenta los niveles de energía y autoestima. También hace desaparecer la sensación de hambre y de sueño.

“Son drogas adictivas, capaces de generar dependencia”, explicó el químico farmaceuta Josué Sánchez.

VECINOS, ASOMBRADOS
En el edificio Balcones del Sol hay mutismo. Varios moradores se rehusaron a hablar ayer de lo sucedido y los pocos que lo hacen, con la condición de omitir su identidad, coinciden en que “el niño es lo que más dolor causa”. 

Aún con la imagen fresca del dantesco cuadro que observó, uno de los vecinos dijo a EL HERALDO que nunca imaginó que “ese señor” fuera a cometer una acción tan brutal. Comentó que por lo general la familia siempre andaba junta. “Iban al supermercado, a la playa y él acompañaba al niño a montar bicicleta”.

Manifestó que nunca los escuchó discutir o pelear. “Se veía una familia normal, aunque él era serio y callado”. Sin embargo, fue distinto lo señalado por el coronel Gélvez, quien dio a conocer que residentes del edificio dieron fe de que la pareja discutía con frecuencia.

El vecino aseveró que el domingo, día del horrendo crimen, en el edificio no había más de cuatro familias hospedadas en sus apartamentos. “Aquí hay 12 apartamentos y solo cuatro estaban habitados, pues la mayoría de propietarios, incluyéndome, estábamos de paseo por fuera de la ciudad”.

Otro residente dijo que, a raíz de las noticias publicadas por los medios de comunicación, se enteró de que el inquilino del 302 se llamaba Alejandro Garrido, a quien siempre llamó “vecino”.

“Era parco y poco se le veía, solo cuando salía a la playa, unas veces en familia y otras solo con el chiquitico”, aseguró. “El niño era muy lindo, me duele tanto por él, ellos ya eran adultos, pero el pequeño apenas empezaba a vivir”, anotó.

Dijo finalmente que el suceso ha generado confusión en su familia, al punto de que han pensado mudarse.

NI LOCO, NI ESQUIZOFRENIA
Adriana Molina, tía de Alejandro Garrido, aseguró por teléfono a EL HERALDO que su familiar solo trataba de salir adelante con su empresa y su familia. “Era un muchacho de buena familia, no sabemos qué le pasó y qué pudo haber disparado en él eso. No estaba loco, ni sufría de esquizofrenia”.

Afirmó que, quizás, tuvo inconvenientes en los últimos dos días que produjeron ese comportamiento. “En Facebook todo el tiempo está con su familia, está con su hijo y todo lo que escribía era de una manera muy diferente”.

Reconoció que en los últimos escritos hay ciertas ideas sobre un posible desenlace, como el que hubo, y dejó en manos de Medicina Legal la verdad sobre lo acontecido.

“Es muy difícil sacar conclusiones, si Medicina Legal dice algo, pues así será; pero tampoco se ha dictaminado nada con certeza, solo lo que encontraron, según lo que vieron”, aseveró. “Por cualquier cosa que Alejandro haya hecho no se puede salpicar a toda la familia, ni a todo el mundo”.

La mujer recalcó que su sobrino no sufría esquizofrenia, pero admitió que “nadie que sea cuerdo” comete un acto así. “Si hubo un momento de locura, hubo un detonador para que él llegara a ese punto, pero no sabemos más nada”.

Traslado a Baranoa
Personal del CTI trasladó el lunes en la noche, en un vehículo de criminalística, los cadáveres de Garrido, su esposa y hijo a la unidad de Medicina Legal en el municipio de Baranoa (Atlántico), donde ingresaron antes de la medianoche. Un vocero de Medicina Legal explicó que la remisión se hizo porque los cuerpos ya estaban en descomposición, por lo que requieren temperaturas bajas de conservación y en la sede en Santa Marta las neveras se encuentran dañadas. Reporteros de EL HERALDO estuvieron ayer desde las 10 a.m. hasta las 6 p.m. en el lugar, a la espera de familiares, pero no se presentaron. Adriana Molina, tía de Garrido, aseguró que en Barranquilla ni en Santa Marta su sobrino tenía familiares.

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