El Heraldo
Zoila Torres Nieto, junto al ataúd en donde reposan los restos mortales de su hijo, John Toncel, asesinado. Fotos Christian Mercado
Judicial

El asesinato que una madre quiso que se registrara en los periódicos

John Jairo Toncel Torres, de 28 años, fue asesinado a puñaladas en el barrio Siete de Abril • Su progenitora dio a conocer la historia del crimen, ocurrido la madrugada del viernes.

Eran las 4 de la tarde del lunes,  al otro lado de la línea una voz formal, sin matices o emociones evidentes, preguntó lo inesperado.

“¿Hablo con EL HERALDO? Mire, periodista, es que a mi hijo lo mataron en la madrugada del viernes y por acá no vino nadie, y hemos revisado los periódicos y la noticia no salió en ninguna parte, nos pareció raro”, dijo una mujer que se identificó como Zoila Torres Nieto, residente en la calle 76 No 1B-42 en el populoso barrio Santo Domingo de Guzmán, suroccidente de la ciudad.

De acuerdo con la mujer, quien además se presentó como madre de la víctima, su hijo murió en la madrugada del viernes anterior en medio de un feroz ataque con arma blanca. Su cuerpo fue hallado en la mañana, en medio de un charco de sangre, a la vuelta de su casa, a un lado de una calle destapada, barrio Siete de Abril.

Martes, 9 de la mañana
Frente al ataúd de color marrón y a una solitaria cortina adornada con una cinta morada en forma de cruz estaba sentada Zoila, la mujer que se negaba a que su hijo, quien vivió la mayor parte de su vida como un indocumentado, fuera enterrado sin que su muerte se registrara en las páginas judiciales de los diarios.

“Yo los llamé porque siempre que pasa una muerte así sale en los periódicos, pero estuvimos revisando y buscando, pero no lo sacaron”, explicó Torres, quien se gana la vida como vendedora de tintos, cigarrillos y otras chucherías  en  la calle 72.

La matrona, una mujer robusta, contó que a su hijo John Jairo Toncel Torres lo asesinaron tres días antes de su cumpleaños número 28. “Lo vi por última vez el jueves, casi a la medianoche. Estaba en la terraza y de repente se me perdió, y las 5 de la mañana del viernes una vecina me avisó que lo habían matado a puñaladas”.

Mientras recibía las condolencias de uno que otro vecino,  la mujer, de 49 años, contó que  su hijo buscaba el sustento diario con lo que  la gente desecha.

“Él era reciclador y trabajaba por los lados de Los Almendros y Los Robles, por ahí todo el mundo lo conocía y le tenía aprecio, porque él no se metía con nadie, aunque se tomara sus tragos y tenía su problema con el vicio. A él no se le conocían enemigos ni nada, era una persona tranquila, así que una no sabe qué fue lo que pasó, por qué lo mataron de esa forma tan fea”.

De acuerdo con Zoila, para poder enterrar a su hijo, se necesitó de la intervención de la Alcaldía, que corrió con los gastos fúnebres.

Toncel, la víctima de un crimen que su familia no quería que pasara desapercibido, fue sepultado ayer a las 4 de la tarde en el cementerio del barrio Santa María.

Delgada, con el cabello platinado debido a las canas y un vozarrón que retumbó en la pequeña estancia de la vivienda cercada por un arroyo que despedía fétidos olores, María Luisa Torres, abuela del difunto y su madre de crianza, aseguró que Toncel no se merecía una muerte como esa.

“Es que le dieron un montón de puñaladas, en el cuello, en el pecho y hasta en la cabeza. ¿Qué le podían robar a ese niño? Si él salía a buscar su reciclaje y sus cosas viejas. Lo dejaron como a un colador”, señaló la anciana.

Al igual que su hija, dijo que también le extrañó que la muerte de su nieto no hubiera salido en los periódicos, por lo violenta. “Fui la que lo crié y ese niño no se metía con nadie, a mí me traía cositas cuando venía después de estar caminando con su saco desde las 8 de la mañana hasta las 7 de la noche”, contó la abuela.

 En este lugar del barrio Siete de Abril fue hallado el cuerpo de John Jairo Toncel Torres. 

Siete de Abril
Junto al muro en donde fue hallado el cuerpo en la calle 74 con carrera 1, ayer todavía había rastros de la sangre del reciclador.

“En la madrugada sentí el tropel de los perros, pero no escuché más nada, ni gritos, ni nadie pidiendo auxilio, pero igual quién se atreve asomarse a esa hora por acá, si de vaina uno está seguro dentro de la casa”, indicó Felito Pérez, vecino del sector.

Agregó  que también le parecía rara la naturaleza violenta de este crimen porque “ese muchacho no se metía con nadie y se rebuscaba con sus cosas viejas”.

José Flórez,  otro vecino de la zona, recordó que el frente de su residencia se llenó en la mañana del viernes de policías y curiosos.

De acuerdo con Flórez, en su cerebro todavía ronda una imagen que esa mañana le dio ‘los buenos días’. “El man estaba tirado boca arriba, lleno de sangre y tenía los ojos y la boca abierta. Uno no sabe si le iban a quitar algo o qué, porque ese man no se metía con nadie, era tranquilo y se rebuscaba ‘camellando’ lo suyo”.

Anónimo
De Toncel Torres, ni su mamá, ni su abuela conservan fotos. De lo que fue su anónima vida, solo quedó ese gesto rígido que le dejó la muerte. Otro rostro más de esos que siguen dejando regados entre callejuelas solitarias y callejones oscuros, las obvias trampas que tienden la pobreza, el desempleo y las desacertadas elecciones de los miles de personas que, como él, solo pueden aspirar a ver sus nombres impresos en letras de molde, cuando son alcanzados por la violencia y por la muerte.

A lo mejor  fue por esa razón que su madre y su abuela insistieron tanto en que les parecía  inusitado que su asesinato no se hubiera registrado en los periódicos.       

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