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Los esposos cesar puerta y maria eugenia usma desde muy temprano sirven las primeras sopas se guandú. Christian Mercado
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Resaca posvelitas

Junto a la acostumbrada encendida de los faroles en la noche del 7 de diciembre y madrugada del 8 de diciembre llegan los festejos y celebraciones que van hasta entrada la mañana. Esta es la ruta del guayabo en la ciudad tras la tradicional celebración.

Las fiestas del 8 de diciembre marcan el inicio de la temporada festiva y navideña del año. Junto a la acostumbrada encendida de los faroles vienen las celebraciones que van hasta entrada la mañana.

En una ruta para aplacar los efectos del alcohol después de una fiesta hay paradas obligatorias. 

Los fritos son una de las opciones predilectas para encontrar escenarios como el de la calle 48  con carrera 21. William Giraldo, quien de lunes a lunes trabaja vendiendo fritos. En días como hoy prepara cantidades importantes desde la 1 de la mañana porque es “el remedio perfecto” para el guayabo, el acérrimo rival de los fiesteros de ayer.

En la misma calle se encuentran un grupo de aquellos que recibe la mañana en la puerta de su casa. Un carro con el baúl abierto reproduce Mi Profecía de Diomedes Díaz. Mientras bailan cantan la canción  a una sola voz que resalta sobre un barrio que en su mayoría se acostó a dormir.

“Estamos esperando que abran la tienda para pedir las light”, responde Johanna, una de las integrantes del grupo que aún conserva energías de la jornada que comenzó desde las seis de la tarde ayer.

Christian Mercado

El camino de un restaurante a otro está cargado de mecedoras en las entradas de las casas. Algunas de las velas permanecen prendidas, y otras se apagan poco a poco en una cama de parafina, tal y como quien las encendió.

Al llegar a la Murillo, los locales especializados en desayunos comienzan a armar su menú. 

“Lechona, porque la grasa que tiene sirve para curar ese mal”, cuenta el dueño de Lechona Serrano desde hace 35 años, Humberto Álvarez, con un acento del interior.

Christian Mercado

En frente del local un hombre duerme en una acera, botella de cerveza vacía en mano, al fondo faroles encendidos. A unos pasos, Carlos Barake, administrador del local la ‘Especial Pérez’, corta con una macheta un chicharrón en pequeños pedazos que acompaña con bollo y limón. “Clientes así hay que torearlos, gajes del oficio” dice entre risas refiriéndose al ya dormido.

 

Christian Mercado

Otro cliente, Marcelo disfruta el chicharrón servido con una botella en su mano. “Esto es agua, el ardiente se lo pone usted”, dice con una risa estrepitosa. Lleva desde las 6 de la tarde en una fiesta cerca y decidió salir. “Después de un buen chicharrón me voy pa la playa” dice con sus manos en el vientre, como acomodando lo que acaba de comer dentro de su estómago.

Sin embargo, es la sopa el plato predilecto para zafarse de la resaca. Hay diferentes lugares en la ciudad para consumir este plato. 

Hay como Carlos Sierra, quien en la entrada de su casa recuerda ese 12 de agosto  de hace unos años, cuando comenzó a ofrecer desde la puerta de su casa una sopa todos los domingos y festivos como hoy. “Levanta muertos” dice mientras alimenta el fuego.

También hay lugares de recorrido como el de Jorge Eliécer Arrieta, quien prepara desde el ‘Totumazo del Sur’, sopas a partir de las 3 de la mañana. “De todo menos de zaragoza hacemos hoy, porque es muy pesada”, cuenta mientras amarra una lona negra para proteger del sol a los clientes que comienzan a llegar.

William giraldo, desde la 1 am, de lunes a lunes, monta su venta de fritos en el barrio el carmen Christian Mercado

También se incluye entre los conocedores del elixir contra el exceso de alcohol a César Puerta y a su esposa María Eugenia Usme. Ellos son dueños del restaurante ‘Donde el nene sopa’. Ellos preparan alrededor de 500 platos de sopa para el día de hoy. “Yo no sé qué tiene la sopa que cura, pero es como un afrodisíaco, se las toma y el efecto es de una”, dice Puerta, quien lleva 13 años en el negocio de curar los estragos de una noche de fiesta.

Y si el agua y la bebida energética no hicieron su efecto. Si ni el frito, ni la sopa vencieron al enemigo número uno de este 8 de diciembre, hay un último recurso, un lugar para terminar esta ruta, la playa.

Un grupo de amigos disfrutan en la playa luego del día de las velitas y celebran tras estar en un quinceañero. Christian Mercado

Entre carros parqueados y partidos de fútbol entre la arena se erige un mar tranquilo, con unos pocos que prueban sus aguas llanas y otros que desde la sombra con un ojo luchando contra el sueño mientras que el otro ya vencido se cierra. 

Otros más recursivos como es el caso de Yolima Pérez y su novio, quien duerme plácido detrás del resguardo contra el sol que ofrece su taxi con el baúl abierto y un sobrecama atado a los costados.

A lo lejos entra un grupo de 14 personas. Con balón y gafas vienen de un quinceañero. “Traemos una de aguardiente para rematar, es chévere compartir acá pero es muy caro”, dice Miguel Ángel Fernández, mientras regatea con quien los atiende el precio de la caseta.

A las 10 de la mañana ya la normalidad de un festivo vuelve. Los gritos animados de los trasnochados son ahora respiros de un sueño profundo. El sonido que predomina en las calles son las escobas que recogen lo que quedó de las fiestas de ayer, pedazos de velas sin prender y faroles quemados.

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