Los buenos cuentos –en general, las buenas obras literarias– tienen, entre otras, una virtud cercana a la clarividencia: son capaces de iluminarnos hechos reales posteriores a su escritura, contar con anticipación la vida de personas que pueden incluso existir en latitudes remotas, predecir situaciones y hasta las palabras que dirán quienes pasen por las mismas.

Es el caso de un cuento de José Félix Fuenmayor, “La muerte de Juan Cruz”, que, tras ser rescatado por Jacques Gilard en 1984 (cuando lo publicó en Francia en la revista Caravelle), fue incluido, desde 1994, en su ya clásico libro La muerte en la calle, que reúne los mejores cuentos del gran barranquillero muerto en 1966.

Para empezar, justo de esa edición de 1994, hecha por la filial colombiana de Alfaguara, recibió en su momento un ejemplar el entonces director de esa editorial española en Madrid, el periodista canario Juan Cruz (¡sí, así como lo leen, Juan Cruz!), quien, al abrir el libro, dio con el citado cuento y, por obvias razones, se lanzó sobre él. El propio Cruz ha contado la experiencia: “Lo leí ávidamente, y mi inquietud fue subiendo de grado porque muchas de las cosas que se escribían en ese cuento se referían, por decirlo así, a mí y a mi familia. Creí que alguien me había gastado una broma, hasta que advertí en la solapa que Fuenmayor fue uno de los maestros de García Márquez, había fallecido ya, y fue uno de los grandes escritores colombianos de antes del boom …”.
Pero el cuento del viejo Fuenmayor ya había obrado antes otra magia. Así es: en uno de sus pasajes, refiere que las tres tías del protagonista (Juan Cruz, el típico escritor procrastinador, pues ha vivido aplazando por años “sus proyectos de trabajar en una obra literaria”) “pusieron en él muchas esperanzas”, pero que con el tiempo lograron superar “las inquietudes de la expectativa”.

Y añade enseguida: “porque la esperanza que se persigue y no se realiza, se convierte en zozobra”. Con ello, el cuento prefiguró de algún modo la situación en que se encontraría décadas después Jorge Luis Borges, quien mantenía año tras año la esperanza de ganar el Premio Nobel, y en 1980 admitió que “la esperanza es zozobra, inquietud”.

Por último, “La muerte de Juan Cruz” establece otra llamativa relación con Borges: una relación intertextual. En efecto, otro personaje del cuento, el poeta Pelias, ensaya un audaz experimento lírico en virtud del cual reduce el poema a gestos y gruñidos, buscando despertar los estados más primarios. Cuando da su primer recital, su éxito es absoluto, dada la reacción de los asistentes: “acometieron a Pelias a golpes y a mordiscos” y hasta un perro, que hace parte del público y que “no escapó a la magia de aquella poesía”, lo ataca a dentelladas. Esta escena nos remite claramente a una del cuento “El informe de Brodie”, del autor argentino, en que, cuando el tribal poeta Yahoo es eficaz, inspira “un horror sagrado” y “cualquiera puede matarlo”.

Joaquín Mattos Omar
joamattosomar@hotmail.com

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