Por La Guajira
Los guajiros deben enjuiciar a su clase dirigente por la crisis que hoy padecen. Mientras ello ocurre, todos los colombianos debemos darle una mano a esta región, que tanta riqueza ha aportado a la economía nacional.
La Guajira está viviendo una auténtica crisis humanitaria. En esto ya están de acuerdo medios de comunicación, comunidades indígenas y organismos de control del Estado.
La razón salta a la vista: allí, literalmente, la gente se está muriendo de sed.
El Departamento no ha podido reaccionar frente a la emergencia climática, como probablemente lo han hecho otras regiones, dada las condiciones desérticas del territorio y la falta de previsión de sus gobiernos.
De los 350 reservorios de agua que sirven a la población, principalmente en la zona más desértica, solo uno tiene líquido disponible. En tal circunstancia, los pobladores tienen que peregrinar diariamente en busca de agua, cada vez con menos probabilidad de éxito, pues la crisis arrecia. Y eso que aún no ha empezado en forma el fenómeno de El Niño, que, de comprobarse, extendería la sequía hasta abril del próximo año, con augurios desastrosos, como están las cosas, para esa población del norte de Colombia.
Ya en La Guajira murieron, por falta de comida y enfermedades que pudieron tratarse, 4.151 niños en los últimos seis años, según el Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas, Dane. Esto significa que el índice de mortalidad infantil por esa causa fue, entonces, de dos niños por día.
Para agregarle más drama a la estadística, un solo hospital, el de Riohacha, reportó la muerte de 15 menores en los últimos meses de este año por “falta de agua y comida”, mientras la Defensoría del Pueblo dice tener un registro de 37.000 niños desnutridos en las rancherías de la etnia wayuu, que cubre el 45 por ciento del total de la población.
Se trata de cifras que se acercan o igualan a las que el Banco Mundial tiene rastreadas oficialmente para países como Ruanda y Etiopía.
¿Cómo es posible que un departamento que produce tanta riqueza llegara a esta situación? ¿Cómo permitimos que esto sucediera?
La respuesta está en muchas instancias, pero hoy queremos trasladarla, al menos para abrir el debate, a su clase dirigente.
La Guajira recibe regalías, para solo hablar de una fuente, por concepto de reconocimiento de: comunidades indígenas, producción de sal y explotación de carbón y gas natural. Se trata de una condición que envidiaría cualquier otra entidad territorial del país. Los cálculos que ha hecho el Departamento Nacional de Planeación indican que, por año, los municipios guajiros están recibiendo entre 600 y 700 mil millones de pesos, en virtud de los proyectos que, con autonomía, pueden presentar al sistema.
Si los dineros corresponden o no con el volumen de la riqueza que las compañías privadas extraen del territorio, es otro asunto. Pero lo que queda claro es que la situación de hoy no se compadece con las cifras que los gobiernos reciben.
La semana pasada, por ejemplo, el Ministerio del Interior entregó a la comunidad 15 pozos que, apelando ahora a las reservas de aguas subterráneas, permitirían mitigar la crisis. En esos proyectos la oficina gubernamental se gastó apenas 1.000 millones de pesos.
El tema, en consecuencia, parece más de capacidad de gestión y de transparencia en la ejecución de los fondos públicos. Y sobre ello tendrán que responderles a los guajiros sus propios líderes.
Pero mientras el juicio se da, los colombianos, todos, tenemos que darle una mano a una región que con su inmenso patrimonio minero-energético le ha dado tanto al Producto Interno Bruto del país.
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