Lo que hay detrás de una foto
La historia del niño sirio ahogado junto a su familia en una playa de Turquía saca a flote un drama humanitario que estremece a la Unión Europea, que se encuentra dividida al enfrentar una crisis que desborda la capacidad de sus dirigentes.
La guerra en Oriente pasó de tocar las puertas de Europa a estremecer los cimientos de su unidad, luego de que una foto dejara en evidencia ante los ojos del planeta los terrores del drama migratorio que se trepa por los bordes de las costas del Viejo Continente.
Tres años tenía Aylan Kurdi, el nombre detrás del nuevo símbolo. La imagen de su pequeño cadáver en la orilla de una playa de Turquía, siendo recogido por un guardia, desató una ola de indignación que se fue expandiendo en portales noticiosos, portadas de medios y redes sociales hasta llevar a un grado orbital la conmoción por la situación que atraviesa Siria, su país.
Aylan y su familia naufragaron cuando intentaban alcanzar, en una barca inflable, la isla de Kos. Luego de haber intentado pedir asilo en Canadá, habían partido en la noche del martes desde la península de Bodrum, al suroeste de Turquía, buscando tocar territorio griego. Grecia, sí.
Un país que afronta su propia crisis social, económica y política por cuenta de una deuda con la Unión Europea, puede parecer un paraíso para los habitantes de otro país sometido por los enfrentamientos y bombardeos entre los grupos rebeldes, que controlan una parte del territorio, y las fuerzas pro régimen, que incluyen al Hezbolá chiita libanés y ramas de Al Qaida, entre otros.
Porque Aylan, su hermano Galib, de 5 años, su madre, Rihan, de 35, y otro joven de 18 años que viajaba en el bote, que también murió, están muy lejos de ser las únicas víctimas detrás de la foto.
Tanto la guerra en Siria, por un lado, como la crisis migratoria, por el otro, son tragedias humanitarias con miles de caras, que durante meses han permanecido ajenas al registro de los lentes de las cámaras, y por lo tanto, han seguido creciendo en las sombras de un silencio cómplice hasta llegar a niveles insostenibles sin despertar, hasta ahora, mayor solidaridad o presión global para promover acciones para su solución.
10 muertos y 25 heridos en un atentado con carro-bomba en el norte. Bombardeos del régimen dejan más de 80 muertos. Estos son solo los titulares de dos de las más recientes informaciones recogidas por las agencias internacionales sobre Siria.
En la última semana han llegado a las costas griegas más de 23.000 inmigrantes, que lograron el sueño que le fue esquivo a la familia de Aylan: cruzar el Mediterráneo. Ya en abril habían fallecido en sus aguas cerca de 1.000 inmigrantes libios que, a bordo de dos barcos, intentaban llegar a Italia. Se calcula que, en lo que va del año, más de 350.000 personas intentaron llegar a Europa por esta vía. 2.643 fallecieron.
Las raíces de este drama pueden ser ubicadas en la Primavera Árabe. Esa serie de manifestaciones populares y políticas que se vienen sucediendo desde 2010, que empezaron de manera muy alentada por redes y medios al ser entendidos como el reflejo de un fervor contra supuestos poderes enquistados, ha derivado en unos hechos incontrolables. El escenario hoy, en varios países, es que un régimen despótico está siendo desafiado por otro que puede ser peor. Y el escampadero para los ciudadanos, la puerta de salida, está cerrada. Europa se encuentra dividida, sin capacidad de reacción frente al terror que se expande en Oriente y que desnuda sus problemas internos.
Los dirigentes de la Unión no han logrado consenso sobre las medidas para atender esta crisis, que se les está metiendo hasta por las ventanas. Han convocado una reunión de urgencia. Su demora es un mensaje preocupante, pues la humanidad está llamada a reaccionar para evitar que haya más historias como la de Aylan. Pero detrás hay, también, una lección. Está más que demostrado que la guerra en un país, sus crisis, involucran a sus vecinos. Que no hagan falta lágrimas para verlo.
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