Ayer fue presentado en el estadio Santiago Bernabéu, ante cuarenta mil hinchas del Real Madrid, el volante colombiano James Rodríguez, quien llevará en su camiseta el número diez, que en el fútbol es el jugador clave en la parte ofensiva, el que genera los pases-gol o convierte directamente los goles. De 23 años, desde sus inicios casi infantiles en Envigado, Rodríguez sorprendió con sus zurdas gambetas, sus pases precisos y sus anotaciones magistrales.

Mientras era enfocado por las cámaras de televisión, el mediocampista cucuteño lanzó balones de regalo a la tribuna entusiasmada y bulliciosa. Y, como es habitual en él, se le vio tranquilo, sin alardes, como mimetizando su timidez.

El traspaso de James del Mónaco al Real Madrid, tasado en 80 millones de euros, está clasificado como el tercer fichaje más alto del equipo español después de los de Cristiano Ronaldo y Gareth Bale, y supera los de estrellas como Zidane, Kaká, Figo, Ronaldo y Robben. Con posterioridad a Fredy Rincón y Edwin Congo, es el tercer nacional en vestirse de blanco, pero llega James con unos pergaminos futbolísticos superiores por el posicionamiento logrado en el Mundial de Brasil, donde se erigió en máximo goleador y convirtió el mejor gol del campeonato, según lo han reconocido cuatro millones de visitantes a la página de la Fifa.

Brasil fue la gran vitrina del nortesantandereano y de todos sus compañeros que están en proceso de negociación con los más destacados clubes de fútbol del planeta. Juan Guillermo Cuadrado, Teófilo Gutiérrez, David Ospina y Carlos Bacca son, junto a James, los más solicitados. Al tiempo, el país espera que el samario Falcao vuelva a recuperar el lugar que tuvo antes de la infortunada lesión que lo sacó de Brasil 2014.

Son consecuencias del ejemplo de valor, humildad y lucha dejado por los integrantes de la Selección Colombia. Lo que logró este equipo –como bien apuntó el presidente Santos en el discurso de instalación del Congreso– fue mucho más que tener al goleador del Mundial, llegar a cuartos de final y ganar el trofeo del juego limpio.

Lo que logró la Selección fue hacernos vivir la fe en nosotros mismos, que muchos han perdido hace tanto tiempo. Unos muchachos de las entrañas de nuestra nación: de Tumaco, de Padilla, de Villa Rica, de Chigorodó, de Quibdó, de Cúcuta, de Puerto Boyacá o Puerto Colombia nos hicieron mirar en el espejo. Y ahí vimos al pueblo que somos: talentoso, trabajador, disciplinado, alegre, creativo y emprendedor. Un pueblo que puede ser respetado y admirado en el mundo. Un pueblo que ‘jugando limpio’ –adoptando una cultura de esfuerzo, respeto y modestia– puede llegar lejos. Esos muchachos, con James al frente, nos dieron la lección más grande: que mucho se consigue trabajando en equipo. Nos mostraron que no estamos atados a los lastres del pasado y que tenemos condiciones para tomar las riendas de nuestro futuro.

Estamos convencidos de que James y los demás jugadores de la Amarilla que jueguen en el exterior serán los mejores embajadores de esta Colombia que quiere librarse para siempre de sus fantasmas.