No hay algo más indignante en una sociedad que la violencia contra la mujer.  En los últimos días, en la ciudad se han registrado unos casos verdaderamente aberrantes. En uno, un hombre, auxiliar de golfistas, nublado por los celos, la emprendió a puñetazos contra su mujer y el sobrino de esta, un joven y promisorio jugador de fútbol, también fuera de control, tomó un cuchillo y le cortó el cuello causándole la muerte al tío político. En el otro, una menor de 14 años, con la aparente aprobación de su madre biológica, era, según la información policial, sistemáticamente violada por su padrastro y hermanastro.

Según la literatura sobre la violencia a la mujer, esta asume varias y terribles modalidades: violencia en el hogar, violaciones, trata de mujeres y niñas, prostitución forzada, violencia en situaciones de conflicto armado, esclavitud sexual, embarazo forzado, infanticidio femenino, y mutilación genital femenina, como ocurre en algunas culturas.

Una estadística de Medicina Legal de 2012 muestra estas sobrecogedoras cifras colombianas: 47.620 mujeres fueron víctima de violencia intrafamiliar. Cada 11 minutos, una mujer fue agredida por su pareja o expareja, lo que equivale a decir que cada hora, 5,5 mujeres fueron víctimas de ese tipo de violencia, las cuales cada día ascendieron a 132, y cada mes sumaron 3.968. Se estima que por cada 9 mujeres que reportaron ser víctimas de agresiones por parte de su pareja o expareja, solo un hombre reportó lo mismo. 

En Barranquilla, como en todo el país, la costumbre ha sido no evidenciar la violencia a la mujer; por eso, las estadísticas no alcanzan a reflejar la totalidad de la problemática, que es, de hecho, muy compleja porque se mezclan las distintas formas de violencia ya enumeradas. Sin embargo, en los últimos años, la denuncia ha crecido, ha habido movilizaciones de mujeres en particular contra los feminicidios, y se han puesto en marcha campañas institucionales como la de la Alcaldía Distrital, denominada ‘Maltrato cero’, en desarrollo de la cual se han hecho jornadas pedagógicas en las instituciones educativas públicas para estimular el respeto y el buen trato a las mujeres.

Pero es de tal magnitud la ‘epidemia’ que se requiere un esfuerzo descomunal para atenuar significativamente sus consecuencias. La violencia contra la mujer no solo tiene impacto sobre esta sino también sobre su entorno familiar e involucra temas –que exigen la intervención de expertos– como los sistemas de crianza y los valores que se trasmiten en las familias. Esta realidad amerita que programas como ‘Maltrato cero’ se conciban con recursos y metas superiores.

Según una declaración de la ONU, ratificada en 1993, la violencia contra la mujer es considerada como una violación a los derechos humanos. Además, la normatividad colombiana es clara al respecto. La ley 1257 de 2008 establece que el Estado debe garantizar a todas las mujeres una vida libre de violencia, tanto en el ámbito público como en el privado, el ejercicio de los derechos reconocidos en el ordenamiento jurídico interno e internacional, el acceso a los procedimientos administrativos y judiciales para su protección y atención, y políticas públicas para el cumplimiento de estas obligaciones.

Pero el país está en mora de cumplir a cabalidad estas normas que no pueden quedarse en letra muerta. Se hicieron para cumplirlas, no para usarlas como simple combustible retórico.