Rafael Mendoza es –sin duda para la más ligera controversia, ya que el ajedrez no se presta para esguinces verbales y alharacas propias de deportes multitudinarios– la máxima figura que en el juego ciencia ha dado Barranquilla, el Atlántico y toda la región caribe colombiana, que ahí están los títulos, los trofeos y si lo quieren aceptar las palmadas de felicitación por haber ganado todo lo que él ha ganado en esta vida moviendo peones, alfiles y caballitos que no son de mar, sino de madera y brincan en el tablero ajedrecístico que es un contento.

El pasado mes de marzo le llegó a Mendoza la mayor de las satisfacciones que pueda recibir un ajedrecista de estos contornos latinoamericanos, el título de Maestro Internacional de Ajedrez (lo habríamos puesto en mayúscula, pero en este periódico hay un minisculerío que nadie sabe de donde emana, ni para donde va, cuando solo palabra de 3 infelices letras es lo que puede ponerse en mayúsculas) que le acaba de otorgar la Fide: Federación Internacional de Ajedrez.

Pásmese lector, si quiere, que no sería la primera zancadilla que a un deportista barranquillero le propina Cachaquilandia La Bella (y también la ruin, que esta supera con creces la supuesta belleza) por un éxito deportivo por el conquistado, que a su vez ya le había merecido ese título de Maestro Internacional de Ajedrez. ¿Ajá, y qué pasó? Lisa y llanamente que la tal Fecodaz (Federación Colombiana de Ajedrez y también de patinaje mental y perverso) había omitido tramitar esa distinción. Falta suficiente en cualquier país civilizado del mundo para botar a sus directivos, con una buena patada en los fondillos, pero a lo Roberto Meléndez y con la zurda, mamá mía.

Aunque eso parezca un tremendo desaguizado tanto cerquita como a distancia, Rafael Mendoza tuvo que afiliarse a la Liga de Ajedrez de Bolívar. ¿Y eso por qué, alma mía? No sería porque lo habían abrumado con toda clase de estímulos, ya que era un ajedrecista que le había ganado en desafíos nacionales a los mejores tableros de este país. Pero bueno, ya no vale la pena retrotraer culpables de esa deserción suya, sobre todo cuando ya no son funcionarios públicos de entidades deportivas.

Ahí donde lo ven, en lo físico, grueso, con sobre peso, Mendoza ha sido también gran jugador de ping pong. El que graciosamente llaman “tenis de mesa”, siendo campeón nacional varias veces. El ‘pingponeo’ incuestionablemente, da agilidad mental, que tanto se necesita para el ajedrez rápido de estos tiempos. A Rafael Mendoza, orgullo de Barranquilla, un fuerte abrazo de congratulación.
 

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