Gutiérrez de Piñeres nació en Bogotá, pero en Barranquilla pasó su infancia y adolescencia. s:3

Su semblante es de alegría, como cuando fue campeón tres veces con Millonarios. Y aunque en su rostro se notan las secuelas de su noche aciaga, de la pesadilla que vivió, hoy vuelve a expresar su felicidad por la nueva oportunidad de vida que Dios le ha dado y que le permitió recuperar sus tesoros más preciados: sus hijos.

Germán Gutiérrez de Piñeres es otro más de aquellos —muchos— que han besado la gloria y han caído al infierno. Pero, gracias a Dios, es de los poquitos que logran salir de la olla, rehacer su vida y pueden contar el cuento —como se dice—, porque hasta fue herido una vez, cuando vivía en la calle.

Él es un hombre luchador, verraco. Pero aún así, necesitó manos amigas que le ayudaron a superar su crítica situación y que hoy lo tienen como un hombre honesto, trabajador y sacando adelante a María Alejandra, Juan Pablo y Alejandro, sus hijos.

Su vida es un ejemplo de superación. Germán conversó con EL HERALDO sobre su vida, sus éxitos, el infierno que vivió y cómo hizo para volver a nacer.

Ama a Barranquilla. Germán es un ‘cachacosteño’ —como él dice—, que nació el 7 de marzo de 1958 en la Clínica Palermo de Bogotá. Se lo llevaron a los 4 años a Barranquilla, de donde era su familia paterna. Pasó allí su infancia y parte de la adolescencia, terminó el bachillerato, pero su deseo de jugar al fútbol y hacer una carrera lo hicieron volverse para Bogotá.

Hizo sus estudios en el Colegio San José en Barranquilla y se graduó en 1975. Cuando a los 4 años se fue a Barranquilla ya era hincha de Millonarios. Y el Junior no estaba; salió un par de años después con jugadores como Calixto Avena, Toño Rada, Hermenegildo Segrera, Arturo Segovia, Othon Dacunha, Ayrton, Dida; a Germán le gustaba el fútbol, iba a los partidos del Junior, pero soñaba jugar con Millonarios. Y como fue buen estudiante, sus padres de regalo le premiaban con venirse a Bogotá a pasar vacaciones y a ver los partidos del once azul y blanco.

“Mis compañeros me mamaban mucho gallo, me decían ‘no joda, este cachaco es azul, qué le pasa, siendo barranquillero y es azul, eche’. Yo compartí con Mario Coll, con Juan Carlos Abello, que fueron jugadores, y todos me tomaban el pelo. De ahí mi acento ‘cachacosteño’, que es algo que se dio porque allá viví varios años y pues a uno se le pega. Y acá cachaco, pues eso se combinó”, recordó jocosamente.

Gloria e infierno. Llegó a Bogotá a estudiar arquitectura en la Javeriana, pero no la terminó porque no le alcanzó el tiempo; estando allí lo vio Finot Castaño, se fue a probar a Millonarios en 1976 y se quedó. Estuvo en las divisiones menores dos años y en 1978, de la mano de Jaime Arroyave, debutó a nivel profesional el 22 de enero contra el Leskiv Spartak de Bulgaria en eso torneos internacionales que se hacían en enero.

Para 1978 Arroyave le dio la oportunidad, vino luego Panzutto, y alternó en los cuatro puestos en defensa y hasta volante de marca. Y fue campeón en 1978.

“Mis ídolos fueron Marino Klinger, Delio Maravilla Gamboa, Senén Mosquera, José María Ferrero, al Nene Areán, Alejandro Brand, Jaime Morón, Miguel Converti, Eduardo Maglioni, pero sobre todos ellos, Brand, Morón y Willington Ortiz, y después conviví con ellos. Fue grandioso”, dijo.

“Yo tenía 18 años y no me la podía creer, jugando con mis ídolos. Me pude mantener con muchos técnicos, todos me tuvieron en cuenta y les di resultados. Casi 500 partidos profesionales, 350 en Dimayor, jugando solo con Millonarios y fui campeón tres veces en 1978, 1987 y 1988”, agregó.

Germán vivió la gloria en Millonarios como jugador, besó el cielo. Tuvo dinero, fama. Pero se le mezclaron varias cosas y terminó en el infierno, aunque luego de su retiro a causa de una hernia discal, estudió y terminó periodismo en Inpahu y se probó como entrenador en la Primera B como Fiorentina, Cóndor, Girardot, y estuvo en varios cuerpos técnicos como el de Santa Fe.

Volvió a Millonarios y luego hubo problemas económicos, no les pagaban, se dieron dificultades e irresponsabilidades grandes, y en lo personal tuvo un inconveniente con una relación de pareja fuera de su matrimonio, y lo echaron de Millonarios debiéndole dinero.

“Eso fue algo irrespetuoso. Esos problemas por el despido laboral injusto y la crisis de mi matrimonio, me generaron una depresión profunda, un desarraigo total, y tomé como válvula de escape los medicamentos antidepresivos y el alcohol. Hubo días en que a diario, por no estar en mi casa que era Millonarios y haber perdido mi hogar, por esa soledad, me tomaba unas 10 carmavacepinas o 10 floxetinas, y me las bajaba con whisky”.

Estuvo en varios centros de rehabilitación, llevado por personas que le han ayudado mucho, como Javier Hernández Bonnet, ‘mi hermano mayor’ como lo llama, Norberto Peluffo, William Vinasco, Darío Ángel Rodríguez y Eduardo Pimentel.

Por Carlos A. Gracia B.
Especial para EL HERALDO

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