El Heraldo
Cultura

El día en que Gabito visitó Las Salinas

Historias macondianas: Serie de relatos creados por los usuarios de EL HERALDO en honor a Gabo.

Cuando volví de la casa número 19 en la calle La Loma de San Ángel Inn, lo primero que hice fue visitar el patio del antiguo colegio. Sentado en las escaleras del Liceo Nacional se me ocurrió que no solamente Aureliano Segundo había salido de Macondo hacia este pueblo lúgubre a mil kilómetros del mar, si no que otros Buendía Iguarán también habían podido viajar hasta este recóndito pueblo helado de los Andes. Así que decidí emprender una búsqueda y sumergirme en ese realismo mágico para hallar alguna pista de ese viaje, alguien debía tener  algún recuerdo.

Durante un poco más de dos años me contacté con los descendientes de la familia Buendía Iguarán y con algunos buenos amigos del mago de Aracataca. Hasta que el día llegó y en un intercambio de correspondencia encontré lo que buscaba. Volé hasta Bucaramanga a encontrarme con Enalba Gamboa de 93 años, quien me relató su viaje de Magangué a Zipaquirá para visitar a su primo que estaba internado en un colegio.

Al bajarse del tren en la Estación Banzzi, Enalba, su hermana y un grupo de amigos que las acompañaban caminaron las cinco cuadras que separaban el Liceo Nacional de la estación. Pidieron el respectivo permiso para que el joven Gabriel pudiera salir del claustro y se dirigieron muy felices a recorrer el pueblo.

"Gabito", como lo llamaban sus primas Las Gamboa, llevaba en ese momento seis meses y 18 días viviendo en el Liceo. Después de que Gabriel les tomara una foto en la pila del Parque Central, siguieron caminando hacia el portal del Parque Villaveces y de allí a la entrada de Las Salinas, destino final de ese pequeño paseo.

En la foto se puede apreciar a un Gabriel muy joven, sosteniendo un sombrero en sus manos que pertenecía a uno de los amigos de sus primas. Al fondo se ve el portal que recibe aún hoy a los turistas y visitantes. Doña Enalba ha rescatado del olvido cinco imágenes de ese paseo y yo encontré lo que buscaba, cinco imágenes que nos dejan ver al Gabriel que nos tocó vivir en Zipaquirá. Al joven estudiante que nunca imaginó en esos días convertirse en el escritor más importante del país. La demostración de que no solo en la biblioteca del Liceo encontró su destino.

Unos meses más adelante tomaría el seudónimo de Javier Garcés y empezaría a escribir cartas de amor que vendía por unos centavos para sus compañeros. En esos paseos descubrió la soledad que lo acompañaba siempre y que se volvió el combustible para escribir su obra más importante 24 años más adelante, en esa casa número 19 de la calle Las Lomas de la cual no he regresado.

Alfredo Arévalo Cárdenas, frente a la casa de Gabo en México.

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