El Heraldo
Para fumigar hay que cargar sobre la espalda la máquina, con el brazo derecho la manguera y con el izquierdo, controlar la salida del veneno. Cortesía
Córdoba

Ser pequeño agricultor, extenuantes jornadas de pocas ganancias

Un periodista de EL HERALDO compartió una mañana con una familia que sembró maíz, pero además raleó el cultivo y fumigó.

El despertador campesino, un robusto gallo basto que es el mandamás en el gallinero, cantó a las 5 de la madrugada. Su anuncio significaba que había que levantarse, quitar los maderos que aseguran la puerta trasera para salir del rancho e iniciar la nueva jornada matutina, que se repite, de domingo a domingo, sin descanso programado.

El día anterior había llovido casi 12 horas, motivo de sobra para ‘montarse’ en las botas de caucho e iniciar el recorrido por el pequeño cultivo de maíz de “una hectárea y tres tareas”, esta última la “medida” que en el argot campesino se utiliza para especificar un área adicional de un terreno.

Claro que antes había que darle de comer a las aves de corral que bajaron del palo de totumo que está junto a la cocina, ahí donde hierve el café en leña, una especie de energizante natural para vigorizar la caminata y soportar, por ejemplo el peso de, aproximadamente, 20 kilos de la mochila que lleva la máquina fumigadora que con el veneno hay que cargar en la espalda.

La tarea, que rememora mis tiempos de infancia en el pueblo de Caimán, la repito en la pequeña parcela de la familia Soto Martínez.

Entramos a la cosecha, guiados por don Eduardo, el patrón que lleva 51 años sembrando maíz y algodón en pequeñas áreas, toda una autoridad para hablar de cómo se siembra el grano y de su ‘divorcio’ definitivo con la mota blanca que, como en el departamento del Cesar en los años 60 a 80, fue el “oro en las tierras cordobesas”.

“No creo que hoy exista un pobre en Córdoba que vuelva a sembrar algodón. Si lo hacen, serán los ricos”, afirma, convencido de que la crisis agrícola en esta región del Caribe se aceleró por las pérdidas que dejó el algodón en los últimos años.

“La lucha contra el gusano es intensa”, dice el periodista.

PERFUME DE TIERRA MOJADA. Su pasión por la actividad campesina contagió a sus dos únicos hijos, Marco Luis y Domingo José. Ambos se hicieron Ingenieros Agrónomos, con el sacrificio que también aportó la esposa y madre, Loira, cuyas energías siguen intactas; el mayor de los nietos, Marco José, que está a cargo de los abuelos, estudia medicina veterinaria y zootecnia.

En la parcela huele a tierra mojada. El silencio del campo lo adornan los cantos de algunos pájaros que, se nota, también están alegras con las lluvias que mitigaron la sequía que venía desde el 26 de diciembre, fecha en la que llovió por última vez, según la prodigiosa memoria del campesino que advierte: “Hay que revisar si el agua se estancó en algún sector del cultivo y, por supuesto, detallar mata por mata si apareció la plaga”.

Se refiere al gusano Spodóptera, popularmente conocido como cogollero, que, explica el mayor de los Ingenieros de la humilde familia, es una de las plagas agrícolas más conocidas en el mundo que se come el follaje de los cultivos y puede “hacer grandes daños”, especialmente al maíz.

La cosecha en la que estamos, a las 7:30 a.m., fue sembrada el 14 de mayo. No pudo ser el 3, día de la Cruz de Mayo porque el fuerte verano no lo permitió, lo que frustró en el campesinado de esta zona la creencia de que “si se siembra ese día el rendimiento es mayor”.

El grano utilizado fue de la variedad 234 de maíz blanco. Para cubrir la parcela fue necesaria una bolsa de 60 mil semillas, más otros 7 kilos, que costaron un millón de pesos. Es decir, en la reducida área hay unas 80 mil matas.

El cultivo tiene 12 días de sembrado y de acuerdo con el tamaño lo que brotó ya son plántulas. Una semana atrás, en el argot rural de esta región, a lo que germinó le llaman “cola de loro”.

A ‘NOQUEAR’ EL GUSANO. La revisión de las pequeñas matas sembradas en hileras comenzó hoja por hoja. Al final encontramos asomos de la “plaga malvada”, lo que no dejaba dudas de que había que fumigar con veneno y utilizar fertilizante en una pequeña extensión del cultivo a la que le llaman “refugio”, que a propósito fue sembrada con una semilla distinta a la transgénica.

Las transgénicas, explican, vienen “curadas con químicos” que evitan la plaga, lo que obliga al gusano a atacar la parte del cultivo sembrada con “semillas tradicionales”. Así es fácil localizarlo y combatirlo. Con veneno y agua llenamos la bomba de espalda que me acomodo decidido a ‘noquear’ al Spodóptera. Tras una primera indicación del área y las “calles de maíz” que debía fumigar, empecé el recorrido. Con la mano izquierda tenía que agitar una manigueta que impulsaba la porción de líquido; con la derecha debía, a la vez, controlar otra pieza que permitía la salida del veneno por una boquilla en forma de rocío.

“Hay que caminar a paso medio”, fue la otra indicación. Es decir de manera lenta.

Después de fumigar, cuando el sol comenzaba a hacerse intenso, la tarea no terminó ahí. Fue necesario hacer otro recorrido para ‘ralear’ el sembradío: arrancar una de las dos matas que hayan nacido juntas, lo que “mejora el rendimiento” y evita que crezcan dos plantas con mazorcas pequeñas. El resultado es que los campesinos pueden asegurar que cada mata dará una mazorca grande.

Esta revisión hay que hacerla agachado y también caminar agachado en medio de cada hilera de maíz. El sudor, que brota con mayor fluidez, cae sobre la tierra debido a trabajo físico, agotador, que explica por qué hay pocos campesinos obesos.

Para ‘ralear’ el sembrado hay que hacerlo agachado.

GASTOS Y UTILIDADES. A las 11 a.m., antes de que la temperatura sea más insoportable, terminamos la jornada.

Mientras aparecen otras exigencias del día en el campo, el desayuno, también hecho en leña, fue servido en la mesa rústica de madera al costado de la cocina. En el menú tipo campesinos son reyes el plátano con suero, queso y café con leche; también es una tradición que aparezca una buena porción de arroz con coco, guardado del día anterior en la alacena.

Los Soto Martínez explican que la recolección de la cosecha está programada para finales de septiembre, lo que indica que las jornadas de trabajo desde la madrugada deben repetirse por otros 120 días, atendiendo diferentes actividades, como limpieza de malezas y control de plagas.

En esta área aspiran a recolectar, al menos, 6 toneladas de maíz, las mismas que en la última cosecha vendieron a 650 mil pesos cada una. Los gastos en los cuatro meses de cultivo oscilan en, al menos, 2 millones 500 mil pesos, lo que indica que la ganancia no llegará al millón.

SEMBRAR PARA SOBREVIVIR. Si bien las cuentas no son muy halagadoras, es la “única opción” de siembra que tienen los pequeños campesinos cordobeses.

En la recolección, que dura tres días, explica Eduardo Soto, el bulto de maíz lo pagan a 1.500 pesos. Además, durante los primeros días de crecimiento, debe pagar un jornalero que se encarga de cuidar que las aves no se coman las semillas cuando van germinando, labor que vale 10 mil pesos por día, aparte de los gastos de insumos que incluyen la urea, insumo químico que ayuda al crecimiento y rendimiento del cultivo.

Camino a Montería a retomar las labores periodísticas, recuerdo que el veterano campesino tenía planeado, como es su costumbre, regresar en la tarde al cultivo para ver los efectos de la fumigación. Una inevitable tarea que debe hacer para que el cogollero no convierta en su comida parte del sembrado, como ha sucedido en otras ocasiones, y se pierdan los esfuerzos familiares.

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