El Heraldo

Un poquito de sueño tranquilo

Disfrutar de esa maravilla que es dormir en las horas adecuadas y cuando el cuerpo lo necesita para hacer una serie de procesos que son la vida es un derecho inalienable y, por tanto, por su violación y la ausencia de él, se han cometido crímenes horrendos o se ha logrado que miles de inocentes se declaren culpables (aún se usa). Tal es el poder del sueño. Y su interrupción permanente y como negocio de terceros clama justicia hasta al cielo.

Lo afirmo con conocimiento de causa en el pasado, con la batalla que libramos los vecinos del sector de la calle 74 con bulevar 54 porque las discotecas no nos daban un minuto de descanso en las noches del jueves, viernes y sábado. Antes de mudarme a El Cacique, tuve una discusión con Tico McCausland porque el documento judicial resultante ejercía auténtica discriminación: no clausuraba por ruido, sino por comportamientos inmorales. Se corrigió el texto y, por azar, fui a vivir allí, y el primer viernes que quise dormir, entendí el desespero de todos y terminé como muchos tomando un pepa para profundizarme. Se fueron las rumbas, quedó la forma inaudita y canallesca como se conduce en las madrugadas pitando en cada esquina (para prevenir: ¡voy!, como hacen los lancheros en canales ciegos) y la recolección de la basura con turno de compactar, justo bajo mi ventana.

De modo que esta introducción solo es para decir, que estoy convencida de que la medida de control impuesta a tiendas, estaderos y rumbeadores es perfecta, porque después de dos de la madrugada, lo que queda es pernicia, tragos de más y drogas para aguantar; y las tiendas, tan bacanas que son, no pueden pretender convertirse en bebederos en la mitad de todo vecindario y, de repique, no pagar impuestos como expendios oficiales de licor. La resultante de esa conversión nocturna de las tiendas en bares cerveceros y también de todo alcohol, es que les desgracian el sueño a quienes durante el día son su clientela habitual, que no suele ser la misma que por las noches se orina detrás de los árboles y setos porque ni siquiera adecuan servicios sanitarios decentes.

Disiento por tanto de los agremiados que luchan para obtener esa franquicia, ilegal, de perturbar el descanso ajeno y coincido con el director de la Policía, general Segura: han bajado más de una tercera parte las cifras de agresiones y riñas motivadas por la intoxicación etílica, y esa estadística nos dice que se debe mantener la medida. Lo siento, mis amores los tenderos, tendrán que hacer como todos: zapatero a tus zapatos o cambiar su afiliación hacia bares y cantinas con la debida ubicación urbana, regularizándose en un nuevo negocio, desde luego más rentable que vender alimentos y bebidas no alcohólicas en un país de alcohólicos y borrachones tropicales, que consideran una costumbre sana intoxicarse irremediablemente cada siete días. Un poquito de sueño les vendría bien, antes de insistir en la irregularidad de esa medida. Si Casianni y Segura se mantienen firmes habremos comenzado a recuperar algo de civilidad en Barranquilla.

losalcas@hotmail.com

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