El Heraldo

Un paso adelante

Los colombianos, en particular los de mi generación, tal vez porque nuestra educación sentimental transcurrió en medio de culebrones mexicanos y ocasionales epopeyas deportivas, entre las lágrimas de Verónica Castro y la sangre de Lucho Herrera derramada en los Alpes franceses, somos dados al sentimentalismo, lo que nos hace presa fácil de políticos y mercadotecnistas, que al final son la misma cosa.

Eso explica, parcialmente, la algarabía inocente y desprevenida que produjo lo alcanzado entre el Gobierno y las Farc el jueves. No le resto méritos a lo que se acordó. Por el contrario, celebro el fin de las agresiones y admiro el temple de los hombres y mujeres que lo hicieron posible. Pero no podemos olvidar lo que se ha sacrificado para alcanzar este punto, pues si bien es cierto que ningún proceso de paz con las Farc había llegado tan lejos, también lo es que en ninguno se había cedido tanto.

Un brevísimo repaso a algunas de esas concesiones: las Farc no irán a la cárcel, ni siquiera por crímenes atroces; el narcotráfico será un delito “conexo”; tendrán ventajas para participación en política y en medios; no repararán a sus víctimas de ninguna manera significativa, pues han afirmado no tener dinero; y, en cuanto a contar la verdad sobre sus crímenes, ya veremos: lo cierto es que la justicia colombiana no tiene la capacidad para garantizar que esa exigencia se cumpla.

Algunos estuvieron de acuerdo con esas concesiones, otros no. Sin embargo, los opositores jugaron un papel importante, pues con sus críticas lograron que se ajustara un traje que había sido confeccionado con varias tallas de más. El entreguismo de ciertos líderes parlamentarios, así como su pavloviano condicionamiento a la mermelada, habrían permitido concesiones aún más generosas, con tal de no perder la aprobación del Gobierno.

La justificada alegría por el fin de la violencia no debe impedirnos ver las nubes que afean el horizonte. ¿Qué pasará con las rentas del narcotráfico y la extorsión? ¿En manos de qué políticos quedará la gigantesca burocracia que nacerá de los acuerdos? ¿Cómo se financiará el posconflicto sin causar un pasmo económico que retrase una década más el desarrollo del país y el cierre de las brechas sociales? ¿Cómo se impedirá que las Farc, con sus arcas llenas de dinero, pues la producción de coca está en su punto más alto en 15 años, compren la llegada al poder, en un país en el que todos los cargos públicos, hasta la presidencia, están en venta? ¿Quién nos dice que las Farc no son una pieza dentro de un gran proyecto bolivariano para Colombia, con ellas y sus amigos como brazo político, el ELN como brazo armado y Venezuela y el narcotráfico como financiadores?

No son preguntas para empañar lo alcanzado, sino preocupaciones que surgen de lo alcanzado. Yo también me emociono con los acontecimientos y los simbolismos. (Aunque tengo mis límites, y en este caso trazo la raya en la cursilería del ‘balígrafo’ que Santos le entregó a Timochenko como símbolo de una nueva Colombia fundada en la educación: la educación debería tener entre sus prioridades prevenirnos contra el kitsch). Pero para el gobierno los acuerdos son una meta; para las Farc, un peldaño hacia el poder. Ambos dieron un paso hacia su objetivo esta semana.

@tways / ca@thierryw.net

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