El Heraldo

Un parque despreciado

Cuesta creerlo: un grupo de vecinos de un sector del norte de Barranquilla se opuso a la remodelación de un parque, al considerar que tal intervención les traería más inconvenientes que beneficios. Este tipo de reacciones nos demuestra que aún entre nosotros persiste una idea muy equivocada de lo que significa vivir en una ciudad, comprendiéndola todavía como un escenario en el que el uso del espacio público es la última opción, solo reservada para quienes, por su condición socioeconómica, no pueden encontrar otros espacios para interactuar.

Me enteré del caso hace unas semanas, y sus detalles me hicieron recordar lo difícil que es lograr consensos en sociedades tan desiguales como la nuestra. Los vecinos expresaban que con la mejora el parque iba a atraer personas que no pertenecían al entorno inmediato, y que esto les generaba inquietudes y zozobra. Para justificar su posición, explicaban que en sus conjuntos residenciales contaban con muy buenas zonas comunes y de esparcimiento, de tal manera que no necesitaban tener un espacio público cercano. Fueron contundentes: sus hijos nunca habían pisado, ni pisarían, el parque del que eran vecinos, por lo tanto su remodelación era innecesaria y perjudicial. Auguraban, además, que la movilidad se vería seriamente afectada los fines de semana, cuando el parque tendría el mayor número de visitantes, y que seguramente observarían un incremento en la oferta de ventas ambulantes. En suma, se puede suponer que no querían que el parque fuese objeto de mejoras, lo que haría que perdiera atractivo y así no debían enfrentarse a las situaciones descritas.

Las ciudades existen por una razón fundamental: propiciar los intercambios y las interacciones entre los seres humanos, valorando la proximidad, aún en esta era digital, como factor decisivo para que tales dinámicas tengan lugar. Las ciudades no están definidas solo por sus edificios, sino también, y quizá en mayor medida, por las personas que las habitan, quienes finalmente propician las oportunidades que se derivan de la cercanía con nuestros semejantes. Esta condición fundamental parece ser ignorada por personas como los vecinos del parque al que me refiero, quienes pretenden obtener los beneficios que les entrega una ciudad sin asumir las exigencias, deberes y cesiones que deben entenderse como ineludibles para que nuestros sistemas urbanos funcionen.

Para vivir en una ciudad se requieren ciertos sacrificios: conceder disminuciones en nuestros niveles de privacidad, en nuestras exigencias con respecto al ruido, en nuestra libertad y autonomía en los modos de desplazamiento, en el tamaño de nuestras viviendas, inclusive en nuestro acceso a zonas verdes; es por eso que un buen parque es tan valioso. No se puede pretender tener la bucólica paz del entorno rural y al mismo tiempo encontrar la conveniencia que la cercanía y la densidad urbana nos ofrece: o lo uno o lo otro.

Aunque finalmente el proyecto de remodelación logró abrirse camino, la férrea y anecdótica oposición de los vecinos nos indica que todavía nos falta mucho para dejar este egoísmo malsano, y que todos comprendamos que la vida urbana ofrece muchas ventajas, pero también reclama su justa parte. Entenderlo es imperioso.

moreno.slagter@yahoo.com
@Moreno_Slagter
 

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