El Heraldo

Un enemigo público

El auto particular es un enemigo público que las autoridades, lo mismo que los ciudadanos, parecen ignorar. Entre el año 2002 y el 2013 el automóvil particular, como una plaga invasora creció en 179%. Por las calles de Bogotá están circulando 1.700.000 autos particulares como resultado de una intensa campaña de ventas. Esta invasión dio lugar a círculos viciosos como el del deterioro de la red vial, que se intensificó por el aumento de automotores, que, a su vez, hacen más corta la vida de los vehículos, que se renuevan para seguir destruyendo las vías. Al mismo tiempo la ciudad padece una paralización creciente: se movía a 30 kilómetros por hora hace dos años; hoy se arrastra a 17 kilómetros por hora. Así, al ciudadano se le han reducido o las horas de trabajo, o las de su descanso, y ha tenido que resignarse a pasar hasta cuatro horas diarias a bordo de un auto o de un bus.

Pero los que soportan esos encierros y lentitudes acaban soñando en un auto particular, como una liberación.

Así lo manifestaron 44 de cada 100 entrevistados por Nielsen, mientras otros admitieron que tener carro les daba  status social. Esto explica el sorprendente hecho de que en Colombia el 78% de los carros están en los estratos 1, 2 y 3 de la población.

Cualquiera que emprendiera una investigación sobre la creciente inmovilización de las capitales colombianas encontraría la clave en la multiplicación de los autos particulares que congestionan las vías para darles prestigio a sus ocupantes o con el ilusorio propósito de movilizarse con rapidez. Dos objetivos irreales que sí logran unos efectos reales.

El tiempo de los colombianos se está invirtiendo a pérdida en unos traslados lentos, tensionantes y antieconómicos; mientras la contaminación crece con el aumento de la emisión de gases y de ruido.

En estas condiciones, el automóvil particular está reduciendo la calidad de vida de todos: de los que van dentro de sus lentos autos y de los que afuera respiran aire contaminado y padecen el ruido ambiente.

Frente a este invasor de 4 ruedas, las ciudades se defienden: Hamburgo amplía zonas verdes y construye ciclovías y  andenes en un proyecto a 20 años para eliminar el auto particular; en Tokio le venden su carro si usted tiene parqueadero propio; en Shangai es cada vez más difícil obtener una placa; Copenhague construye autopistas para bicicletas; Milán, Londres y Singapur multan el ingreso a vías congestionadas; Caracas y Buenos Aires estudian la modificación de horarios para entrar y salir de fábricas, colegios y universidades;  crece el número de empresas que se valen del teletrabajo para que sus empleados puedan permanecer en casa, al tiempo que los gobiernos municipales se ven obligado a  mejorar la calidad del transporte público.

Lo cierto es que tomar esas medidas u otras más radicales, como la limitación de la producción y venta de automóviles, está dejando de ser una opción. El auto particular ha puesto en peligro la viabilidad de las ciudades y el cambio climático avanza a una velocidad proporcionalmente inversa a la de los autos en las horas pico.

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