Sí, Diomedes Díaz fue un mujeriego compulsivo. Los 25 hijos que hoy se están peleando la herencia, así lo demuestran.

También dejaba esperando a sus seguidores en las casetas. En la voracidad de quienes lo representaban, aceptaba contratos que físicamente no podía atender, unas veces por la lejanía de los lugares y otras por las parrandas homéricas que salían a último momento.

Es probable que fuera, del mismo modo, un drogadicto. Una de sus compañeras sentimentales le terminó, justamente, porque habiendo salido de cuidados intensivos en una clínica de reposo, tuvo un bajón que los médicos solo se explicaron por el ingreso de una sustancia extraña a su organismo. Alguien se la llevó.

Otro de sus malos hábitos fue el derroche de dinero. Así como ganaba, gastaba. Según las cuentas que llevan sus cercanos, logró tener cinco fincas y alrededor de 3.000 cabezas de ganado, además de una casa, dos apartamentos y varias camionetas de alta gama.

Diomedes fue el cantante vallenato que más cobró en una presentación. En diciembre de 2004, habiendo salido de la cárcel por la muerte de Doris Adriana Niño, le pagaron, inclusive, 600 millones de pesos por un concierto. La cifra más alta en la historia del vallenato.

Y todo eso se esfumó. Al final de su vida, con las sucesivas incapacidades médicas y los costos de las separaciones conyugales, fue quedando en bancarrota.

La que lo socorría era la Sony. Fue tanta la deuda que acumuló, que por los últimos cuatro trabajos musicales producidos no recibió un peso. La disquera se los descontó por la derecha.

Al Cacique de La Junta, en fin, pudo no haberle faltado una sola excentricidad. Y de la lista de desafueros que hay en el mundo, él, tal vez, los cometió todos.

Pero hay algo que uno no puede desconocer en medio del debate que se ha revivido por la novela que un canal nacional transmite en estos días: con todo, Diomedes Díaz fue y sigue siendo el artista más importante de la música vallenata. Una auténtica leyenda.

¿Quién no ha cantado a su hijo Mi muchacho, o no ha celebrado “con emoción tu cumpleaños”, o no le ha dicho a su novia que si no los mata una peste se van a morir de viejos?

Él fue el cómplice de amores furtivos y la explicación sensata de los desamores sucesivos.

Con los 36 álbumes que grabó y las 190 composiciones que registró ante Sayco, nos dio argumentos para cantarles a los envidiosos, dar serenata en la ventana, burlarse de la muerte, reducir el valor de la plata, narrar el drama de un soldado.

Como además simboliza una parte de la nación –¿Cuántos muchachos humildes no han querido ser, a fuerza de su talento, como el vendedor de limones de voz chillona que se sobrepuso a su adversidad?– no solo nos representa, sino que nos encarna.

Los críticos preguntarán por qué insistimos en seguir con ahínco tan mal ejemplo. La respuesta nos las dieron, hace mucho tiempo, los antiguos filósofos: la apreciación musical, como el arte mismo, es amoral. Allá quienes se fijaron en la vida loca de Gaudí y no en sus obras. Allá quienes se detienen en las tropelías del Cacique y no en los poemas que erizan la piel.

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@AlbertoMtinezM