Tres casos graves
No nos cansaremos de escribir en esta misma columna sobre estos tres temas que ahora mencionaremos, porque forman parte sustancial de nuestra calidad de vida, tranquilidad, rendimiento del tiempo y el espacio para nuestras labores y del ordenamiento ciudadano: la movilidad de peatones y vehículos, el espacio público y la seguridad ciudadana. Hoy nos ocuparemos nuevamente –ya olvidamos cuantas veces lo hemos repetido– de la movilidad o tránsito, que se nos ha convertido de la noche a la mañana en algo tan caótico, tan desesperante, tan desastroso, tan epidémico, que varios médicos psiquiátricos nos han comentado que es, sin duda, uno de los factores de mayor incidencia en la variación del temperamento de cientos de habitantes de Barranquilla con inclinación a la depresión.
No nos cabe la menor duda de que el alcalde Char está haciendo lo posible por mejorar el asunto. Además, la magnífica labor que adelanta el titular de la secretaría de Movilidad, el doctor Fernando Isaza, que tiene las pilas puestas, nos alberga un hilo de esperanzas. Pero definitivamente, con diagnóstico absoluto irrebatible, la policía encargada o disponible para atender estas tareas es absolutamente ineficaz –consenso ciudadano–, tremendamente inútil, totalmente indiferente, solo pendiente de pedir papeles a señoras asustadas en esquinas con arbolito de sombras o persiguiendo al descuidado o rebelde que no se coloca el cinturón de seguridad, sin percatarse, sin asumir la responsabilidad de los horrores y monstruosidades que en cada cuadra suceden en sus propias narices, provocando, aumentando, agravando los trancones, las atrocidades, las burlas a las normas.
Impacta observar la nula presencia de la policía. La señora comprando frutas con las luces intermitentes prendidas en plena vía principal y hora pico; todos los buses dejando y recogiendo pasajeros en la precisa esquina; los cruces indebidos; las motos, carretillas en contravía, invadir el carril contrario cada segundo, abrirse para sobrepasar al que está por delante sin avisar, no respetar semáforos, ni cebras, ni cruces, ni peatones, ni dejar de pitar, ni esperar las filas –porque no conocen el verbo esperar–, en fin. Todo esto que el doctor Manuel Moreno Slagter describe como un descarado irrespeto, carencia de vergüenza, masiva ignorancia al volante, creerse con patente de corso para violar toda norma, lo que a juicio del arquitecto en su brillante artíulo –como todos los suyos en EL HERALDO–, el pasado jueves 19 de mayo, nos lleva a la triste realidad de que aquí no sabemos conducir. Porque afirma con propiedad, una cosa es mover un carro y otra desplazarse como personas educadas por una ciudad. Estamos de acuerdo con el que aquí se expide una licencia a cualquiera sin un solo examen.
Por nuestra parte volvemos a la sugerencia ya expresada anteriormente.Alcalde: con sangre es que aprende la gente, para utilizar una metáfora. Autoridad y más autoridad. Exigencia drástica a la Policía -recuerde que usted es el jefe local de ella- de que 24 horas detenga y diagnostique los abusos y violaciones, utilice la grúa y coloque comparendos sin piedad. Mucha vigilancia al proceso de estos últimos, las decisiones de los inspectores, el cobro y la acumulación de esos comparendos. Alcalde: Métale el hombro a este tema. Se lo agradeceremos para siempre.
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