Terminar
En alguna parte tuve la oportunidad de leer que una de las tantas diferencias entre los países que consideramos desarrollados y los que no lo son es que aquellos comprenden la importancia del mantenimiento de la infraestructura, mientras los últimos enfatizan desproporcionadamente sus inversiones en construirla. Las obvias carencias en cuanto a dotación pública podrían explicar tal situación, pero con ello lo que sucede es que resulta aún más tortuoso el proceso que nos debe llevar a contar con un entorno que facilite el progreso: el deterioro de lo que ya tenemos motiva reconstrucciones repetidas. Así, nuestra actuación termina pareciéndose a una recreación contemporánea del mito de Sísifo, se avanza, se retrocede.
Sin embargo, quizá el escenario es peor. A la afirmación que inicia este escrito convendría añadirle que, además de no ser consistentes con el mantenimiento de nuestras obras, no somos capaces de terminarlas: siempre queda algo pendiente. Este rasgo distintivo de nuestra gestión, quizá más evidente a nivel local, nos acompaña desde hace décadas y probablemente por eso no motiva mayores reclamos. Así se propicia una actitud general que agradece que al menos se haya hecho algo, aunque sea de manera incompleta. Es una clara posición conformista que poco a poco nos ha llevado a aceptarlo todo.
Lamentablemente en nuestra ciudad los ejemplos abundan. No es exagerado afirmar que la mayoría de las obras emprendidas en las últimas décadas no se han terminado en su totalidad. En algunos casos son detalles que podrían entenderse como menores, en otros no, pero que en cualquier caso impiden que se logre el mayor provecho de la inversión. Solo basta con abrir los ojos para verificarlo.
La glorieta que soluciona la intersección de la llamada avenida de Las Torres con la avenida Circunvalar es uno de los casos más notorios. En ese punto neurálgico, donde es posible seguir hacia el aeropuerto, Santa Marta, o regresar a la ciudad, los esfuerzos por realizar una intervención de calidad fueron prácticamente nulos. La glorieta no tiene iluminación correcta ni señalización, carece de cualquier intento de conformar un espacio público, no tiene andenes, manejo paisajístico, nada. El proyecto se limitó a configurar el pavimento y los bordillos. Debido a esto, el panorama es desolador, ofreciendo amplias zonas deterioradas y abandonadas a su suerte. Un escenario que evidencia la debilidad institucional que nos caracteriza.
En mayor o menor medida, no es complicado encontrar casos similares. El proyecto Transmetro no ha logrado terminar sus portales, y no hay asomo de su segunda fase. En la avenida Circunvalar todavía se están instalando unas antiestéticas barreras peatonales en zonas que ya se entendían terminadas, y en todo caso no cuenta con varias de las obras que la deben complementar. La piscina Olímpica funciona a medias, el agua despierta dudas, no tiene vestuarios y no tiene parqueadero.
Está muy bien que propongamos nuevas obras, la ciudad las necesita con apremio, pero sería interesante que al mismo tiempo nos ocupásemos de terminar y mantener las que ya emprendimos. Con la voluntad correcta lo podríamos lograr, quizá es menos difícil de lo que suponemos.
moreno.slagter@yahoo.com
@Moreno_Slagter
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