Tacones y derechos
La mujer se levanta temprano. Se alista. Antes de salir, mete sus zapatos de tacón alto en el bolso. Lleva puestas unas sandalias bajitas. Sabe lo que le toca. Caminar varias cuadras hasta la avenida, esperar y cuando llegue el bus treparse rápidamente con agilidad. Ya en el transporte no habrá sillas libres. Recorrerá la ciudad de un extremo a otro, con los vaivenes de un conductor que parece llevar bultos de plátano, no gente. Se sostendrá como puede para no caerse, como todos. Intentará no perder el estilo con el calor y el tedio de un tráfico exasperante. Se baja en el lugar de siempre, caminará y justo antes de llegar a su trabajo encuentra una banca. Suele ser la misma banca del parque. Se sienta. Saca de su bolso los zapatos de tacón alto, se los calza, y guarda las pequeñas sandalias. La empresa para la que trabaja le exige llevar zapatos altos. Dura, encaramada en seis centímetros de tacón, ocho horas laborales. Los días en los que la jornada es más pesada, los pies se le hinchan y le salen ampollas. Ya ha pasado. Aún así jamás se queja. Nadie quiere perder el trabajo en estos días. Pese al cansancio de sus tobillos, sonríe. También le toca. Su incomodidad hace parte del sacrificio para conservar la imagen de la empresa. Algunas de sus compañeras parecen felices en tacones. Desde niñas las entrenaron para asumir que los zapatos altos hacen parte de su feminidad. De una idea de elegancia, de formalidad.
Todos los días de la vida vuelve a casa más exhausta que su jefe, al que no le toca andar de un lado al otro por toda la oficina. Él no tiene que torturarse con tacones, él es hombre.
El sexismo en los sitios de trabajo se ha encargado de hostigar los cuerpos de las mujeres. De decidir sobre ellos. La obligación del uso de los zapatos altos nada tiene que ver con las funciones que se desempeñan. Sin embargo, en muchas empresas es un requisito inflexible y de evidente dominación masculina.
En el pasado mes de mayo Nicola Thorp ocupó titulares de prensa internacional. Se trata de una joven mujer que fue contratada como recepcionista, pero fue devuelta a su casa sin paga por negarse a usar tacones. Ahora es un ícono en Reino Unido de lo que se conoce como la revolución de los tacones. Nicola recoge firmas para que se legisle en contra del uso obligatorio de tacones.
El año pasado las trabajadoras de una aerolínea de Israel protestaron colectivamente ante la medida que las obligaba a usar tacones en los aviones. Denunciaron que se trataba de una norma sexista y contraria a las normas de seguridad a bordo.
Una cosa es que una mujer decida subirse a unos tacones altos y otra es que las empresas así lo exijan. Hay derechos laborales que se ponen en juego con estas medidas sexistas y esclavizadoras. ¿Te gustan los tacones? Póntelos tú. Pero ninguna mujer debe ser obligada a torturarse para acceder al trabajo. De lo contrario, es una medida violatoria de derechos.
@ayolaclaudia
ayolaclaudia1@gmail.com
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