Soledad, ¿tierra de nadie?
Desde la orilla de lo que queda del putrefacto caño de Soledad, veo pasar un avión que va descendiendo a la pista del Cortissoz mientras una bandada de gallinazos emprende vuelo cuando siente el ruido de la nave. Es la mejor postal que mis ojos hayan podido captar del peligro aviario.
Son las 11 y 30 del jueves pasado. Con Javier Palacio y Dinier Sandoval, he hecho un recorrido por el caño. Antes pasamos por el mercado ruinoso que sigue siendo activo y destino de los bebedores trasnochados que gustan del bocachico frito con yuca. El caño no es ni sombra de lo que fue hace más de veinte años. Ahora es una débil escorrentía de aguas nauseabundas que invaden la atmósfera bulliciosa del mercado. Y en medio de esta tragedia, la cuota risueña la aporta un personaje alucinado por el licor que lleva desgastadas prendas de policía de tránsito y luce guindada en el hombro derecho una metralleta de madera. Es inofensivo, saluda efusivamente a todo el mundo de mano y pide monedas para su diaria dosis personal de alcohol barato.
Durante la larga caminata, vimos vestigios de los amarraderos en donde se estacionaban las embarcaciones repletas de productos agrícolas. “Fue una época de mucha actividad”, nos dice un tendero que tiene su ventorrillo cercano al caño, mientras nos sirve una naranjada litro y unas galletas crocantes para reponer energías.
Me dicen que existe un Plan Parcial para la recuperación de la zona del mercado - que es, como sabemos, un POT chiquito -, pero no hay señales de su ejecución. Lo que sí vimos es que en el caño desecado están construyendo una carretera y por ningún lado observamos una valla informativa. ¿Por qué y para qué están haciendo esta carretera? Contrastando con el abandono del caño y los marginales asentamientos humanos de sus alrededores, relativamente próximas están las bellas casas de la plaza donde viven las familias tradicionales. Uno se pregunta: ¿Cómo fue que toleraron, en sus propias narices, ese vergonzoso desastre ambiental? ¿Dónde estaban? ¿Qué hicieron los alcaldes de los últimos veinte años? ¿Por qué el caño se convirtió en una pestilente cloaca?
La misma indiferencia ha operado frente a otros fenómenos que hoy hacen parte de la crisis de Soledad, como el de los motocarros. No se conocen cifras precisas. Hay quienes hablan de 3.600 motocarros. Son una respuesta al desempleo, pero también una expresión del caos de Soledad, de la ausencia de gobiernos capaces de imponer autoridad, orden, respeto en esa ciudad, que se volvió un complicado e ingobernable gigante demográfico. Se parece Soledad a los pueblos del Lejano Oeste norteamericano donde no había ni ley ni sheriff. La inacción de las autoridades locales obedece, afirman, a que quienes participan de este negocio tienen ‘palancas’ para frenar cualquier acción institucional. Aseguran que hay personajes locales propietarios de hasta cien motocicletas. El servicio garantiza movilización rápida y barata a los usuarios, pero genera inseguridad en la 30. Es una especie de peligro aviario que amenaza con llegar al Cortissoz. Sería el acabose del aeropuerto.
@HoracioBrieva
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