El Heraldo

¡Serénense!

Pese a que es cierto que estaban disminuidos en número y capacidad armada, que no contaban con reconocimiento internacional ni estatus político, y que el mundo los miraba como terroristas, afirmar que de haber Santos continuado las políticas de seguridad de Uribe hoy los narcoguerrillos serían solo cuatro gatos dedicados a comerciar droga, es pura especulación. Podría o no ser. Lo indudable es que, una vez iniciado el proceso de paz, comenzó con este un tema de marketing internacional de país, y también de guerrilla. Hace una década en todas partes se decía que el país andaba muy bien, que teníamos un gran presidente, y las multinacionales nos miraban como confiable destino de sus inversiones. Sin embargo, tanto palo mediático y tanta persecución a Uribe a finales de su gobierno enfriaron el entusiasmo y, claro, al iniciar con Santos un diferente proceso de paz se oxigenó el ambiente internacional.

Obvio que nadie en ninguna parte va a declararse contra la paz, y los enmermelados medios exageraban cualquier expresión al respecto, la pintaban como espaldarazo a Santos, y lo que no ocultaban lo disfrazaban. Así, con la tenacidad del Gobierno, y full publicidad, fueron imponiéndose, funcionó el mercadeo, otra vez nos miraron como destino de inversión y, pese a que en el plano doméstico su implementación y divulgación estuvieron muy mal manejados, gradualmente su aceptación y la imagen presidencial venían en aumento. Pero el aleve ataque en Cauca tumbó el castillo de naipes, y toca ahora mirar la cosa, como dice el procurador, con la serenidad perdida.

Serénense, santistas y uribistas. Santos debe interpretar las silbatinas de Bogotá y Medellín, y entender que la gente no está conforme con lo actuado; que tanta soberbia no puede conducir a repetir episodios como el del Cantón Pichincha, o a ocultar insucesos; que no puede seguir buscando la paz con la guerrilla, y alimentando la guerra con Uribe; que debe convocarlo en serio, y promover un ‘desescalamiento’ a las agresiones mediáticas y judiciales para conjuntamente diseñar un proceso de paz que deje al país tranquilo. Y Uribe debe entender que se trata de la Patria, que hay que hacer un último intento con el diálogo, y que debe ayudar al Gobierno a plantear condiciones razonables y aceptables por los interlocutores, hoy el enemigo común, para que mañana sea amigo. Y, claro, aceptables para los colombianos.

La guerrilla nunca se va a levantar de la mesa de negociaciones. En Cuba están más bacano que en el Caguán. Mientras se fortalecen aquí, su marketing les recuperó protagonismo internacional, así que estirarán la cuerda y medirán aceite como ya lo han hecho antes, y seguirán pa’lante y pa’tras hasta que sea evidente su desgano por la paz, queden peor, y entonces decidirán si firman. Pero lo que buscan, como siempre, es que el Gobierno se exaspere y se levante. O sea que hay que seguir con el juego, con otras reglas, y unidos. Pero seguir. Eso sí: ¡serénense!

rzabarainm@hotmail.com

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