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Opinión

¿Revolución o moda?

En nuestros tiempos, los logos entraron a sintetizar y reemplazar con acierto la cargada publicidad de las grandes compañías. Entidades como Nike, de gran recordación en el mercado, empezaron a garantizar largas horas de televisión sin comerciales, apenas con el signo que las identificaba, a un costado de la pantalla.

Para muchos televidentes, aquello es el nirvana pero no es que suceda mucho. El mundo sigue repleto de comerciales de todo tipo, incluyendo marcas y logos, en un escenario cada vez más competitivo. 

Por ejemplo el de la ropa; el de bluyines,  camisas, blusas, vestidos, zapatos y bolsos, entre otros. La vida aún puede verse como un cúmulo de desfiles de la ostentación, un fenómeno medido hasta ahora –más que por la calidad de la prenda– por el alto costo que cada símbolo supone.

Parecería, sin embargo, que todo esto ha empezado a cambiar. Muchos jóvenes de hoy, entre los 20 y los 30, conocidos como la generación milenial, han detenido esa tendencia y prefieren la calidad al logo o la marca. Ya no serían estos dos lo que respetan sino el nombre de ellos mismos, el de los compradores, y su propio estilo.

Qué buena noticia, digo acá. Un estudio del NPD Group en los Estados Unidos revela que una tercera parte de los bolsos vendidos en ese país, el último año, no lleva ningún tipo de logo. Y no lo llevan porque así lo demandan los clientes. Unos clientes que quieren “encontrar un estilo funcional que sea único y encaje en el estilo de vida de cada persona”. 

Lo dijo el analista del NPD Group, pero yo me atrevo a aventurar otra razón: que una gran parte del mundo dejó de ser estúpido y se cansó de ser gancho de ropa al que se cuelgan marcas y logos. Entiendo que los seres humanos más pobres se pongan una camiseta que los convierta adicionalmente en anunciadores de un producto, pero que muchachos universitarios o familias donde hay profesores y estudiantes mayores (gente culta e inteligente) acepten hacer propaganda desde su pecho y su espalda me parece estúpido, a menos que, de verdad, ellos amen esa marca como a nadie, algo que además está por verse. Se necesita de una fe inexistente para creer que puede amarse más un producto alimenticio o una bebida que al equipo de tu ciudad. Y hay que ver los uniformes de los equipos, forrados en avisos de todo tipo, incluso contradictorios con el deporte que apoyan.

A propósito, un argumento sicológico, a favor de usar ropa de marca, incluyendo camisetas propaganda, sostenía que los transeúntes asociaban al usuario con el universo al que ese mismo usuario sentía pertenecer: el de la riqueza, los perfumes finos, los autos deportivos, las mujeres bellas, los yates y cruceros, entre otros símbolos.

Quizás los bolsos y demás prendas sin marca ni logo, que Mansur Gavriel, Anya Hindmarch y Kate Spade fabrican y ofrecen ahora, sean el comienzo de una verdadera revolución que sacudirá las normas del mercado (sus clientes estiman hoy que mostrar su marca o logo es algo vulgar).

O quizás son el inicio de una temporada marcada por un egoísmo ilimitado y una estulticia recalcitrantre que ni marcas leerá. En pocas palabras, una moda más. 

Amanecerá y veremos.

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