Relativistas y cuánticos
Sucedió en La Pequeña Londres el viernes pasado en el Minuto 91, el encuentro que tenemos para cerrar la semana con una carreta interesante acompañada de unos elíxires de cebada para catalizar el lenguajeo de 7 a 10 de la noche. Como siempre, llegamos al tema sin proponérnoslo, aunque hace parte de nuestras preocupaciones frecuentes como animales pensantes, solo que en esta ocasión nos fuimos a los mayores extremos posibles de la vida, del macro al microcosmos poniendo como puente la evolución y al cerebro como diapositiva con el fin de intentar explicarnos a nosotros mismos, supuestos seres humanos evolucionados, quiénes somos, de dónde venimos y para dónde vamos.
Estamos en una nave en un agujero de gusano viajando hacia el Big Bang en las coordenadas del espacio-tiempo tratando de entender una física y una matemática que nos resultan ajenas, pero hacemos el ejercicio intelectivo con tal de acercarnos a una explicación de nuestras vidas o, al menos, disfrutar unas horas de una especulación basada en un conocimiento empírico. Es que parece un teatro del absurdo vernos por las escotillas de la nave en una esquina pachanguera hablando de cosas tan locas como que el universo está en expansión y nadie en el macrocosmos tiene idea de que existimos; que el espacio y el tiempo son geométricos y pueden curvarse en respuesta a la materia o energía; que existen otras teorías después de la relatividad de Einstein, como la de las supercuerdas, que permiten otras dimensiones en el universo; que en la mecánica cuántica está la explicación del microcosmos; que en los humanos conviven el cerebro reptiliano, el mamífero y el homínido; que el ser humano es el fracaso de la evolución y que apenas somos humanoides. ¡Ñerdaaaa! Ahí se arma la rebambaramba porque cada quien toma partido frente a la sentencia.
Empieza un juicio sobre el ser humano en el sentido de cuestionar en qué nos hemos convertido, una especie de predadores de nosotros mismos, y si eso se pueda llamar evolución. Lo cierto es que el cerebro sigue evolucionando y ese proceso está influenciado por su perimundo, sea bueno, regular o malo. La naturaleza se basa en el ensayo y el error, no en un plan dirigido a una meta. El sujeto consciente de ese proceso es el ser humano y tiene la potestad de influir sobre el medio ambiente en los dominios ecológico y emocional, pues tiene un cuarto cerebro, la neocorteza, donde están las funciones mentales superiores y lo distingue de los otros animales porque le permite el raciocinio para modular las emociones primitivas y convivir en sociedad. Los que piensan que está jodido tienen unas estadísticas contundentes sobre la normopatía del hombre y la mujer que demuestran un vacío afectivo en el cual pueden llegar al extremo de eliminarse entre sí. Los evolucionistas puros nos ilusionamos con una utopía posible para el ser humano en la que sea capaz de aceptar un trasplante de cerebro con otro tipo de información y de valores a los que tiene ahora. Y con ese nuevo cerebro crear unas condiciones amables para que el proceso evolutivo siga su deriva natural y no la distorsión que le estamos imponiendo con base en esta concepción actual de lo que es ser un humano.
haroldomartinez@hotmail.com
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