Mi abuela se valía de los dichos, algunas veces indecentes, para mostrar la molestia que le causaba la indecencia. Los dichos, esas frases del ingenio popular que retratan con humorismo e ironía situaciones de la vida cotidiana, son un recurso para decir sin eufemismos lo que causa malestar.
Están hechos de palabras, de palabras habituales que pronunciadas son aún más musculosas. “Solo las palabras que pertenecen al idioma oral son las que tienen eficacia” diría Borges alguna vez. Pero, por fuera de ese entorno cadencioso y metafórico de un dicho, hay términos que son pura grosería y resultan desatinados, sobre todo, si están inscritos en el discurso de los personajes públicos. “Peló el cobre” decía mi abuela cada vez que la abrumaba la indecencia de los altos funcionarios de gobierno; y, si aún estuviera viva, y se le diera por hurgar en internet, y se topara con un trozo de la arenga de un ex alcalde de Barranquilla en la que dice textualmente “los que se van que coman v…a, que coman m…a, que coman m…á”, no me queda duda alguna de que a mi abuela le daría un patatús.
La vulgaridad, un atributo que algunas veces solo descuella en la intimidad, pero en otras ocasiones se deja ver públicamente, es también una estrategia política que va de la mano del populismo. Frente al uso de expresiones como las del exalcalde, la de cierto expresidente, grabada en el apogeo de las chuzadas telefónicas “Si lo veo le voy a dar en la cara, marica”, más parece el resoplido de un colérico angelito, y, aunque fue un fiasco comprobar que la supuesta ecuanimidad presidencial encubría un temperamento extremadamente violento, debemos reconocerle su derecho a pelar el cobre en la intimidad de su despacho.
No sucede de igual forma al vicepresidente Vargas Lleras, que parece decidido a exponer su perfil más ordinario. Quién sabe si su intemperante locuacidad será una sórdida estrategia de campaña, o si fue su talante camorrista el que lo indujo a fastidiar a los vecinos venezolanos durante la entrega de unas casas en territorio fronterizo. “No vaya a dejar meter a los venecos, por nada del mundo.
Esto no es para los venecos”, dijo refiriéndose a las casas, ante lo cual reaccionó el gobierno del país Bolivariano. En haber dicho venecos no estriba su ordinariez –los remoquetes son ocurrencias de los humanos– sino en su incapacidad para decir decentemente las cosas que se nos pasan por la cabeza. Y claro, como ocurre cuando se casa una pelea con alguien más bravucón –en este caso más ordinario– salió Diosdado Cabello a decirle “Hijo del gran puto”, y la vulgaridad quedó oficializada; luego el vice reculó oportunamente calificando con un lánguido “patán” al hombre que “lleva años maltratando a los compatriotas colombianos”. ¿Maniobras de campaña? Quizá, pero ¿acaso nadie le habrá dicho a Vargas Lleras que –a no ser que no lo sea– además de ser decente, hay que parecerlo?
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