Reflexión de Semana Santa
Colombia está ad portas de repasar los cincuenta años de una de sus noches más eternas: la aparición de las Farc en el territorio nacional, hecho que ocurrió exactamente el 27 de mayo de 1964.
Ese día, cuarenta y ocho campesinos (exactamente cuarenta y seis hombres y dos mujeres) al mando de Pedro Antonio Marín (llamado Manuel Marulanda, llamado Tirofijo), Ciro Trujillo y Rigoberto Losada se internaron en el espinazo andino, mientras su centro de operaciones, Marquetalia, era invadido por dieciséis mil militares –según la versión fariana–; o dos mil soldados –según cuenta el Ejército–, al mando de los coroneles Hernando Correa Cubides y José Joaquín Matallana, un eficaz militar que con anterioridad había demostrado su rudeza en combates contra el bandolerismo.
Lo que nació con causa e ideología perdió su cauce tiempo después, cuando para financiarse necesitó nutrirse del secuestro, el abigeato, la extorsión, el narcotráfico, el terrorismo y demás crímenes. A partir de entonces lastramos a nuestras espaldas la narrativa del Guernica: cuerpos mutilados, mujeres que abrazan cadáveres de niños, hombres-bomba, vacas calcinadas, voces sanguinarias, crueldad, rabia, ‘espeluznancia’. En la búsqueda de la apertura democrática y de la igualdad de oportunidades para nuestro pueblo, ¿era necesaria tanta muerte, tanto secuestro, tanta extorsión? ¿Eran necesarias tantas balas disparadas, tanta gente asesinada, tanto reguero de dolor? Claro que no. A la vuelta de los años, esta es la única verdad que arrastra el mar a sus orillas: ¡La violencia no ha servido pa’ ni mierda!
O, bueno, tal vez sí: para llevar presidentes al solio de Bolívar estos últimos años, pues es por todos conocidos la manera como, porque apoyan o porque están en contra, cada uno de nuestros últimos presidentes se ha valido de la palabra paz o de la palabra guerra para arroparse de poder, codicia y corrupción, que es lo único –está demostrado– que interesa a nuestros políticos.
La paz se firma con los enemigos, no con los aliados. Así ha ocurrido desde el inicio de la Historia. Ojalá pronto se divise luz al final de esta tragedia. ¡Inshallá!, como dirían los árabes! Pero, en este país de odios tan polarizado, donde los egos personales importan más que la nación, cada vez es más claro que, con la llegada de Uribe al Senado –y por más de que nos neguemos a aceptarlo o nos disguste el personaje–, a la paz se llegaría más fácil si el próximo presidente no fuera su mayor enemigo pues, ahora que es congresista, el líder de la oposición no hará más que torpedear los proyectos de su antiguo ministro de Defensa.
De manera que esta es la encrucijada actual: apoyar a Santos o respaldar un proceso de paz. Si Juan Manuel de veras pretende continuar en la Presidencia, es mejor que enarbole un discurso diferente al de la paz, lo cual difícil no ha de ser, con tantos otros problemas existentes en nuestro país. O que primero firme un armisticio con Uribe.
De lo contrario, seguiremos en el juego de las Farc por otros cincuenta años… ¡O quizás más!
@sanchezbaute
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