Rancho Bajero
Desde cuando se ingresa a ese espacio lo primero que llama la atención a quien no conoce, como en mi caso, es la sensación de un ambiente familiar flotando en el aire, una actitud de las personas que te invita a sentirte bien sin saber quién eres porque te reciben con aquella mirada amigable en la que te sientes aceptado sin distinciones, es decir, te miran, te sonríen y cada quien a lo que vinimos, es decir, música, baile y diversión.
Lo primero que pienso es que no me extraña lo que siento, pues es lo mismo que ‘experiencio’ cada vez que llego a Barrio Abajo, o Bajo Manhattan, como lo llaman algunos de los muchos bróderes que tengo allí. En esta vecindad hay una especie de bacanería colectiva, un acuerdo tácito para vivir a lo bien, o sea, en el respeto, en el buen trato, en las buenas maneras, las estadísticas lo dicen. En este experimento práctico de una forma inteligente de vivir en comunidad queda el Rancho Bajero, exactamente frente al estadio de béisbol Tomás Arrieta, en lo profundo del out field y es frecuentado por peloteros de soft ball.
En la emoción que aumentaba en la socialización con estas personas percibía que este sitio debía tener una historia que explicara por qué ese comportamiento familiar. En efecto, es una creación colectiva a partir de la idea de Wilfrey Argote, quien inventó en el patio de su casa un escenario en el cual los vecinos podían venir a disfrutar su música y amabilidad. La cosa salió tan bien el 31 de octubre de 1998 que todos estuvieron de acuerdo en seguir en el vacile y, desde entonces, el sitio se llena los fines de semana para el encuentro de los vecinos. Ha sido tal el convencimiento de la necesidad de mantenerlo que fueron capaces de superar el fallecimiento de ‘Will’ Argote en 2010 después de luchar contra un cáncer. Su esposa, Daisy Tibabijo, apellido boyacense en el downtown, lo ha sostenido desde entonces con el apoyo de todos.
Tuve la suerte de estar en la mesa de las dos Marías, una era la reina de Rancho Bajero para el próximo carnaval, Mary Cisneros; la otra era la mayor de la fiesta, Mayito Martínez, 92, quien, con una claridad mental y un vacile que cualquiera quisiera tener a esa edad, se adueñó de la atención de nuestra mesa para organizar al mesero, el hielo, las bebidas, quién bailaba con quién, así que le hizo señas a la reina para que me sacara a la pista y salí al ruedo consciente de lo que me esperaba porque la había visto bailar y hacía honor a su condición de barranquillera que baila arrebatá, así que tuve que soltar todos los recursos aprendidos en la Casita de Paja y La 100 para seguir el paso frenético de sus pies, ¿entonces pa´qué estudiamos?
Hey, se pasa mono en el Rancho Bajero, un patio casero amplio, modesto en diseño y construcción, pero con una decoración exquisita representada en la bacanería de los ranchobajeros que allí asisten a pasarla bien, tienen cabida desde los que tienen cédula en la mano y los padres le dan permiso hasta los habitantes del piso 90 de la vida, que se la gozan como la matrona que se adueñó de la mesa y organizó el bembé. Mención especial al picó, no falta ni un éxito.
Como dijo Terminator en las playas de Caribanía: Volveré por otro jonrón.
haroldomartinez@hotmail.com
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