¡Qué vergüenza!
Llevo dos semanas –desde que en Colombia se aprobó la adopción igualitaria– leyendo sus mensajes homofóbicos en redes sociales. Me dirijo a ustedes específicamente: costeños, compañeros de colegio, padres y madres de mis amigos, gente que como yo, tuvo el privilegio de una buena educación, que hemos tenido familias, casa, comida, con quienes he compartido cenas navideñas con arbolitos llenos de regalos. “Yo respeto mucho a los gays, y de hecho tengo varios amigos gais y los quiero, pero no me parece que adopten” que no es más que otra versión del clásico “no soy racista, pero negro ni el teléfono”, o para que sea más claro, lo que están diciendo es que los homosexuales son sus amigos pero que no quieren que tengan sus mismos derechos. Les tengo una noticia: eso no es ser amigo de nadie.
Además veo que tienen el nervio de decir que estar en contra de la adopción igualitaria no los hace homofóbicos. A ver, la homofobia es un miedo irracional, y bastante pendejo, a las personas que son homosexuales, es juzgar a un grupo de ciudadanos por su orientación sexual y no por sus valores como personas como si nuestros gustos de cama determinaran si somos buenos o malos padres. Todas, absolutamente todas las razones en contra de la adopción igualitaria están basadas en prejuicios homofóbicos, pues lo que se necesita para ser buen padre o madre no es ser heterosexual (de hecho, quiero decirles que hay evidencia de sobra sobre lo malos padres que podemos llegar a ser los heterosexuales) lo que hace a una persona apta para criar a un niño es su capacidad de darle cariño y estabilidad, de enseñarle amor y respeto. Y lamento decirles, que en las dos segundas, están fallando. De hecho me aterra que lo que tengan para enseñarle a sus hijos sea rechazo y odio.
A mí me criaron tres mujeres valientes que llenaron mi niñez de amor, y me dieron todas las oportunidades, yo soy una de tantas pruebas vivientes de que de que el bienestar no está garantizado por tener un padre y una madre.
Como esta es una democracia ustedes tienen derecho a su homofobia. A lo que no tienen derecho es a crear un clima de hostilidad y discriminación para las familias conformadas por padres o madres del mismo sexo, y tampoco tienen derecho a pasarle esta fobia irracional a sus hijos que nacieron inocentes de sus prejuicios. Ni siquiera voy a detenerme en el argumento de “lo que Dios quiere” porque, si bien cada uno tiene derecho a las creencias que quiera, Colombia es un país laico desde 1991, así que los derechos de sus ciudadanos no pueden depender de una religión o de otra. Discutir la pertinencia de una creencia religiosa frente a una sentencia Constitucional es mezclar peras y manzanas, lo propio sería que discutieran con otras religiones (que aunque no se hayan dado cuenta, en Colombia también existen); debatan con los judíos, con los hare krishna, con los budistas, pero no intenten imponer a todo el país sus creencias a fuerza, recuerden que la democracia es para defender y proteger los derechos de la minoría. Todo eso sin contar que las consecuencias de su discurso es dejar a niños y niñas sin hogar. ¡Qué verguenza!
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