¿Qué quieren, señores concejales?
Los concejos municipales son instituciones de la Edad Media, con origen en los reinos de Aragón y Castilla.
En principio eran reuniones de vecinos que se daban cita para acordar cómo aprovechar mejor los bosques y prados o darle un mejor uso a los pozos de sal de la vereda. En latín, un concilium.
Por lo general, los vecinos se encontraban los domingos en la misma parroquia donde tenía lugar la eucaristía. La literatura dice que eran convocados con un repique de campanas distinto del que llamaba a misa.
La asistencia era obligatoria. De hecho, el que se negara tenía que dejar a la comuna unas cuantas monedas de plata.
Con el tiempo, esos concilios trataban temas administrativos, económicos y de convivencia que, inclusive, los convertía en una especie de tribuna judicial. Por eso hubo necesidad de nombrar un cadi (después se llamaría alcalde), que le hiciera seguimiento a las decisiones de la junta. He ahí el antecedente de la municipalidad.
Cuando ambas figuras llegaron a América en los baúles al garete de los galeones, habían adquirido el rumbo acomodadizo de la Corona; y cuando la ausencia de aquellos barcos de madera nos dejó solos con nuestro destino, adquirieron la textura de la filigrana local.
Hoy los concejos son entes coadministradores, integrados mediante voto popular, que coadyuvan la gestión municipal o distrital a través de sesiones cerradas. Allí deben llegar, en teoría, los hombres buenos o mejores hombres –boni homines– de la vecindad, que le irán dando a esta mayor autonomía de gobierno. Pero, en teoría.
El Concejo, en primer lugar, es hoy un símbolo de las élites de poder. Y los concejales, hábiles prestidigitadores que van ilusionando muchedumbres con trucos salidos de un bien montado discurso, para lograr su favor en las urnas.
La corporación es, casi siempre, un primer gran paso, pues animado por un mejor estatus político, todo concejal que se precie de serlo carga una curul de Congreso o lleva una alcaldía en la frente.
Por aquello y por esto, ya no se ve al Concejo como la primorosa institución del siglo XII, sino como un escenario para hacer fortuna personal, traicionando, inclusive, la confianza de quienes lo eligieron. Prestidigitadores, al fin y al cabo.
En ese trance demoran las sesiones, aplazan discusiones, citan debates y niegan facultades, como lo acaban de hacer con las inversiones que la alcaldesa de la ciudad Elsa Noguera quiere hacer en Barranquilla. ¡Vaya evolución para la figura democrática!
En el contexto actual, se entiende. Cien mil millones de pesos no es una cifra de poca monta. Lo mejor era pedirle a la alcaldesa que desglosara las inversiones y presentara, uno por uno, cada uno de los proyectos, sin importar que esto ralentizara la Administración.
En la gracilidad de la decisión, ellos podrían ahora revisar la conveniencia de cada puente, calle o puesto de salud para la vecindad que los eligió.
En lo agreste de ella, los vecinos de la Edad Media lo habrían llamado con una grafía francesa, también muy usada entonces: ¡chantage!
amartinez@uninorte.edu.co
@AlbertoMtinezM
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