Qué quiere y necesita la ciudad (I)
Los años noventa, en Barranquilla, están ligados a una gran participación política ciudadana y la estimularon dos fenómenos que se entrelazaron: la incorporación del M-19 a la política sin el uso de las armas y la Constituyente de 1991.
La ciudad venía de una larga postración en sus servicios públicos y los barranquilleros estaban hastiados de sus grupos políticos hegemónicos, a los cuales veían con desprecio y como responsables de la hecatombe. El Suroccidente compraba el agua de los carrotanques y del negocio se lucraban algunos políticos involucrados en la crisis. La tragedia cobijaba también la telefonía, que era un monumental desastre. Este sufrimiento marcó, durante décadas, a nuestros conciudadanos.
Por eso la irrupción del M-19 llenó de esperanzas a muchos barranquilleros, especialmente de los barrios más atropellados por el desgobierno y la pobreza. Su extraordinaria votación en el debate presidencial de 1990 fue el comienzo de una serie de éxitos que luego se expresaron en las elecciones de delegatarios de la Constituyente del 9 de diciembre de 1990, en las atípicas de Congreso y Gobernador de octubre de 1991 y en las de Alcalde en marzo de 1992. ¡Por fin la ciudad había salido del letargo político! Y la generación a la que yo pertenezco había alcanzado su sueño de ver morder el polvo de la derrota a varios caciques electorales que se creían imbatibles y habían sido autores del retroceso de Barranquilla.
Pero el M-19 cometió un error histórico que le resultó costosísimo: no promovió a la alcaldía a alguien de sus filas. Apoyó al sacerdote salesiano Bernardo Hoyos Montoya, de origen paisa, a quien su comunidad religiosa había instalado en la Zona Negra para adelantar una labor comunitaria. Hoyos simbolizó un viraje en la historia local, pues los alcaldes habían sido personajes provenientes de la élite social, hasta que la elección popular de estos mandatarios les abrió posibilidades a ciudadanos de otras procedencias. Y, con Hoyos llegaron al gobierno varios jóvenes profesionales, casi todos de izquierda, que, en el modelo de los alcaldes de bolígrafo designados por el gobernador de turno, jamás habrían llegado a un importante cargo público distrital, porque imperaba el monopolio bicolor del bipartidismo, que era cerrado y excluyente. Para tener acceso a la administración pública había que declararse liberal o conservador.
El Movimiento Ciudadano, con el terreno abonado por el M-19, logró mantener el dinamismo de la participación política. Y dotó a la alcaldía de una Secretaría de Participación, pero no diseñó una política pública para fortalecer, desde la institucionalidad, esa participación. El movimiento, finalmente, dejó de ser un factor determinante en la política barranquillera cuando perdió el respaldo popular por los escándalos penitenciarios de sus principales dirigentes.
Todavía la ciudad no dispone de esa política. Vamos a cumplir ocho años de las administraciones de Alejandro Char y Elsa Noguera y es hora de evaluar cómo nos ha ido en democracia y ciudadanía activa. En la próxima columna, hablaremos de esto.
@HoracioBrieva
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