¿Ponerse los pantalones?
Como quiera que las maniobras del azar nos destinaron a nacer en una tierra donde las tetas maternas parecieran destilar una sustancia que nos hace peleoneros, camorreros, bravucones y provocadores, y –para rematar– poseemos en el cuerpo un eficaz mecanismo de reacción, los prodigios evolutivos deberían habernos ya desarrollado habilidad para neutralizar tan agrestes atributos. Pero no. En pleno siglo XXI aún saltamos alebrestados por el intenso frenesí que nos provoca hasta la abstrusa mirada de una mosca. La chispa que nos enciende es fulminante, ardorosa, incontenible, y, fuera de Dios Padre, de dios miedo o dios dinero, quizá la única herramienta de que disponemos para atajar a ese otro bárbaro que todos llevamos dentro es hacer una pausa, calmarse, cerrar los ojos y respirar profundo. Sobre todo, respirar profundo. Lo que parece una automática actividad del cuerpo humano pudiera representar la salvación cuando, cegados por las pasiones, recorremos el minúsculo callejón que separa vida y muerte. El discurso puritano con el que hemos respaldado la búsqueda de la paz no es más que una vana cháchara cuando algo nos molesta. Entonces, la ecuanimidad no existe, como tampoco existe la prudencia; por eso somos objetivo predilecto de los que buscan camorra, y por eso nos devoramos entre hermanos sin compasión.
Pues bien, ante la lógica descabellada y los argumentos absurdos empleados por Nicolás Maduro para expulsar a cientos de compatriotas de la que ha sido república hermana por excelencia, la reacción de los colombianos deja mucho que desear: desempolvamos los chopos y lanzamos gritos de guerra. Airados, exigimos que el Gobierno Nacional se amarrara los pantalones, esa prenda que, por ponérsela o quitársela al garete, ha causado tantas desgracias a la humanidad. Le dimos viaje al ritual tradicional de antropofagia que en el país suele acompañar a cualquier cosa que suceda, cualquier obra que se haga o decisión que se tome. Si bien es cierto que desde tiempos de Maricastaña los nuestros han sido gobiernos de pantalones mal amarrados sobre los cuales recae la responsabilidad de los millones de colombianos que por diversas razones se han visto obligados a abandonar el país, es mi opinión que, por fortuna, al actual presidente de Colombia no se le dio por amarrárselos justo ahora. Por dádivas celestiales, a Juan Manuel no se le ocurrió ponerse de tú a tú con un tipejo como Nicolás Maduro. Con esto no quiero emprender una defensa de la gestión presidencial que en el caso del conflicto fronterizo ha sido pobre desde toda perspectiva; pero, si un buen cinturón lo hubiera envalentonado para ejercer la autoridad con la que está comprometido en defensa de los intereses nacionales, hubiera sido peor. En un conflicto que se sospecha orquestado en función de las próximas elecciones, tal parece que a Maduro le salió el tiro por la culata. Asimismo, a este lado de esa línea imaginaria que han cruzado injustamente numerosos compatriotas despojados y humillados fueron varias las figuras de la política nacional que mostraron su perfil más belicoso. Incoherencias de un país que habla de paz.
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