El Heraldo

Poderes regionales, clientelismo y Estado

El libro de Gloria Isabel Ocampo Poderes regionales, clientelismo y Estado. Etnografías del poder y la política en Córdoba, Colombia debiera ser de obligada lectura para los ciudadanos del Caribe y del Atlántico, cuando ya se avecinan las elecciones regionales de octubre. En efecto, constituye un estudio etnológico cuidadoso de cómo se organiza el poder político en ese departamento, donde el clientelismo local y departamental se articula eficazmente con el Estado nacional para operar en forma conjunta, estando el nivel nacional al servicio de una élite central que a su vez se apoya en las regionales. El fenómeno del clientelismo no hay que confundirlo con la compra burda de votos, pues en el primero hay fidelidades, tradiciones y cadenas de favores.

Sin duda, una de las razones por las cuales el Estado colombiano es débil e ineficiente –factores que se agudizan apenas nos alejamos de las grandes capitales–, es el sistema político clientelar sobre el cual está estructurado, donde puestos y contratos se reparten milimétricamente, disfrazándose con “concursos” y “licitaciones” bien acomodadas. Basta mirar las licitaciones más recientes y de mayor envergadura como el caso de la recuperación del río Magdalena, el aeropuerto Ernesto Cortissoz, concesiones viales, obras públicas distritales, etc., y los nombres nos son familiares, ligados a casas políticas importantes. Todas las licitaciones están ajustadas a la ley y están “blindadas”. Pero en nuestro país no todo lo legal es ético, algo que muchos magistrados y jueces no entienden, teniendo una visión congelada en el tiempo de la justicia, como si esta no tuviese que evolucionar. Las exigencias de los valores de contratación, seguros y garantías son tales, que solo estas “grandes” firmas califican para los concursos. Se convierten así en gigantescos mecanismos de acumulación de riqueza, donde con los recursos públicos que tributamos, se financian las mismas campañas políticas. Creo que recorren los pueblos con discursos, ya solo para aparentar el ejercicio de la política. El resto de los políticos tiene que trabajar muy duro para sobrevivir en esta competencia desigual. Otro mecanismo utilizado es usar los presupuestos públicos para impulsar “empresas privadas” que hace apenas algunos años ni existían, y que prosperan de la nada. Los políticos que no son “dueños” de estas grandes concesiones tienen que recurrir a la clásica mermelada que le dispense el Gobierno nacional, para tener los fondos para las campañas.

Carlos Caballero Argáez, en su columna de El Tiempo del 23 de enero pasado alega que no hay una élite “central” que controle el país, sino unas élites regionales del centro que negocian con las regiones. Mucho me temo que esta hipótesis es precaria. Lo que los hechos muestran es que esta élite central sí existe y subsume a las de las regiones, negociando de superior a inferior, como nos lo revelan los magros aportes presupuestales a las regiones más atrasadas, las regalías que se reparten y políticas absurdas como los precios del gas, que no sabemos en qué van a terminar. Estamos ante una democracia comprada. Es lo que debemos cambiar. Syriza y Podemos, en Europa, señalan caminos.

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