‘Patria’ y ‘dignidad’
Hay palabras que por sí solas no hacen daño, pero que en política se usan para confundir y para engañar. Una de ellas es la palabra ‘patria’. Si ya el siglo XX nos enseñó a desconfiar de todos los nacionalismos, ¿por qué exaltar un terruño que es, al fin y al cabo, un terruño como cualquier otro? Tanto derecho tiene un escocés a sentirse orgulloso de sus whiskys milenarios y sus vacas lanudas como un bogotano de sus páramos y almojábanas. Sin embargo, le otorgamos un estatus tan especial a lo propio, a lo local, que meterse con la patria es como meterse con la mamá de alguien. “¡La patria se respeta!”, suelen aullar Maduro y los demás líderes del eje bolivariano, como si no fueran ellos los primeros en irrespetarla. Pero, en el fondo, en este siglo XXI, ¿qué quiere decir esa palabra tan gastada? Los tacos que comemos en un restaurante mexicano en Panamá son preparados por inmigrantes asiáticos con maíz gringo y cerdos canadienses. El café que tomamos en Colombia es importado, como también la música que escuchamos, la ropa que nos ponemos, los clubes de fútbol que apoyamos. ¿Qué queda, entonces, que pudiera designarse con ese nombre tan soberbio? Unas coordenadas geográficas, quizás, enviadas desde el espacio por satélites ajenos. Unas constituciones desobedecidas. Poco más. En este punto de la historia, así el político la invoque para sus fines demagógicos, quien le hace honores a la ‘patria’ está honrando un espejismo.
De la mano de la patria va la ‘dignidad’, otro término del que hay que desconfiar, pues se usa sin falta para justificar las indignidades a las que los caudillos condenan a sus pueblos. Mencione Ud. la situación de Cuba o Venezuela, por ejemplo, y no faltará quien le diga que sí, que en Venezuela no habrá papel higiénico, y en Cuba no habrá vitaminas del complejo ‘B’, pero que esos pueblos tienen intacta la ‘dignidad’. Lo único que quieren decir, en realidad, es que ambos países han tenido el coraje de oponérsele al ‘impero’ estadounidense, aunque hay uno que hoy brega por amistarse con los yanquis y otro que depende económicamente de venderle petróleo al Tío Sam. Y dicen ‘dignidad’ sin inmutarse, como si frente a sus ojos miles de cubanos no escogieran lanzarse al mar para escapar a la revolución, o como si un remolino de ciudadanos desesperados no se disputara el último pollo socialista que queda en las neveras del chavismo. El formidable despilfarro fiscal griego, que fue encubierto en su momento con cifras trucadas, ahora es barrido debajo del tapete por Alexis Tsipras, un primer ministro carismático y hablador –como nos gustan–. Su discurso es el mismo de todos los populistas: cuando, habiendo prometido lo imposible, conducen a sus pueblos a la ruina, nos dicen que ante todo está la ‘dignidad’.
Pero no, no hay dignidad cuando no se pagan las deudas, cuando se gasta más de lo que se tiene o cuando se miente y se roba en nombre de los pobres para enriquecer a una oligarquía que se dice proletaria. Y ciertamente no hay dignidad sin papel higiénico. Por eso, porque se usan para decir mentiras con la boca llena, es que a nuestros políticos hay que prohibirles el empleo de esas dos palabras, ‘patria’ y ‘dignidad’. Y sacarlas de circulación, como un billete falso.
@tways / ca@thierryw.net
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