País de carboneros
¿Qué cosa es un carbonero? Para los colombianos un carbonero es todo aquel que en lugar de interceder para calmar los ánimos exaltados, siente un secreto placer en echarle leña al fuego, es decir, la persona que contribuye a transformar las pequeñas discrepancias en mayúsculos conflictos. Yo no sé si será un rol construido socialmente o una condición biológica, lo cierto es que el carbonero obedece a unos patrones definidos y dañinos, opera con disimulo, aprovecha la confusión, se nutre de la disputa, se vale de la cizaña y se beneficia de alguna forma cuando cumple su tarea de enemistar. Es otra forma de violencia, y en un país que lleva más de medio siglo sumido en luchas internas, no es extraño que hoy tengamos carboneros de talla internacional. Los hay de diversas razas y talantes, abarcan todos los ámbitos económicos. Se reproducen impunemente, igual que la verdolaga, ocupan sin restricción los universos masculino y femenino, y cubren todo el espectro de la bandera LGBT. Son tenderos o taxistas, peluqueros o docentes, filántropos o internistas, evangélicos o budistas, arquitectos o empresarios. No obstante, hay carboneros de carboneros. Algunos no pasan de ser mequetrefes sociales, badulaques familiares o vecinos haraganes que usualmente se dedican al oficio por causa de un desajuste emocional, y apenas encienden chispas. Otra cosa son aquellos carboneros de alto grado que se mueven en la esfera del poder y tienen sus intereses en la política, porque ellos avivan fuegos devastadores que arrasan los ideales ciudadanos.
Haciendo un supremo esfuerzo para olvidar las afrentas sufridas en el reciente proceso electoral, los colombianos nos dispusimos a vivir otro proceso, complicado y doloroso, cuyo objetivo es conseguir esa paz tan escurridiza que ya comienza a tener visos de delirio psicótico. Pues bien, para tal fin, y por decisión mayoritaria, fue elegido el presidente de Colombia. No fue por su mirada diáfana, ni por su impoluto desempeño en el gobierno anterior; no fue por su verbosidad o por el garbo que engalana a su señora. No, el presidente fue reelegido para gestionar la paz. Pero resulta que, después de tantos años de calvario, aún la paz de este país sigue ligada a los intereses particulares. La paz no es el objetivo de todos los colombianos, y es en esa coyuntura donde operan a sus anchas los carboneros profesionales, que más parecen interesados en un proceso de guerra. Carbonea el Ejército cuando dice que “guerrilleros de Farc que regresen de Cuba serán objetivo militar”. Carbonea Santos cuando dice que Uribe iba a negociar con las Farc en Brasil. Carbonea Uribe al decir que Santos está saboteando la paz. Carbonean los uribistas cuando hablan de “la paz de Santos”. Carbonea Timochenko al pedir “aislar” las posiciones “extremas” del uribismo. Carbonean los que abuchearon al ministro Cristo en el foro de víctimas. Carbonean en las redes sociales los colombianos que viven en el exterior. Carbonean por diversión los ciudadanos ilustres. Carbonean los columnistas de opinión. Pobre Colombia, carboneamos por doquier y esa es la leña que aviva el voraz fuego de la guerra.
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