El Heraldo

Oda a Catalina

Era una mañana gris y densa, más fría que de costumbre en una ciudad usualmente gélida. Una garúa había caído minutos antes de clase, por lo que la mayoría esperábamos dentro del salón. En el horizonte se presagiaba una tempestad, como un presentimiento de amarguras colectivas.

Ella ingresó al salón con una desazón a cuestas, imposible de ocultar. Su rostro desencajado, su tez pálida y triste, todo en ella reflejaba una inmensa pesadumbre. Sacando fuerzas de su interior, se retiró las gafas y amagó limpiar los lentes mojados por la ligera llovizna, pero en el fondo removía conatos de lágrimas que se asomaron por esos ojos suyos, profundos e inquisitivos, normalmente resplandecientes, pero que esa gris mañana lucían apagados y dubitativos.

Con la voz entrecortada se dirigió a la audiencia y exclamó: “Hoy siento dolor de patria. Acaban de asesinar a Álvaro Gómez Hurtado y estoy conmocionada”. La trágica noticia en sus labios carmesí sonaba menos dura y cruda, pero con la suficiente fuerza para captar la atención de todos los presentes. Prosiguió su relato diciendo: “Álvaro Gómez representa todo lo opuesto a mi ideario político, pero su muerte me lacera el alma, porque en un país que se pretende democrático, en un estado que se precia de ser social y de derecho, su voz tiene un legítimo derecho a ser escuchada y a no ser callada a la fuerza”. Recordó entonces la cita atribuida a Voltaire de “no comparto lo que dices pero defenderé hasta la muerte derecho a decirlo” y muchas otras, en una disertación llena de una pasión argumentativa, imposible de contrarrestar. En fin, ese día nos dio la más vívida y dolorosa lección de derecho constitucional que se haya dictado jamás en la facultad de Derecho de la Universidad de los Andes.

Desde ese luctuoso 2 de noviembre de 1995 soy un fan declarado de Catalina Botero, una de las mentes más brillantes de su generación. Abogada uniandina, fue una de las líderes estudiantiles del movimiento de la Séptima Papeleta que sembró la semilla de la Constitución del 91. Su pasión por la justicia la llevó a especializarse en el área de los Derechos Humanos en universidades españolas como la Complutense, el Centro de Estudios Políticos y Constitucionales de Madrid y la Universidad Carlos III. Fue magistrada auxiliar de Eduardo Cifuentes, en la llamada Corte de Oro, cuyo nivel intelectual y ético está a millones de años luz de la corte constitucional actual. Durante seis años se desempeñó como relatora especial de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. Cofundadora del centro de estudios de derecho, justicia y sociedad, Dejusticia, uno de las tanques de pensamiento más vanguardistas de la Colombia contemporánea.

Pero más allá de su sólida formación académica, Catalina es un ser humano con una alta sensibilidad social y un altísimo sentido de la justicia y la ética. Es una humanista consumada, siempre presta a alzar su voz por los desvalidos y a enderezar los incontables entuertos e inequidades que abundan en nuestra sociedad.

Ahora que la Corte Constitucional vive la mayor crisis de su historia, en un mar de acusaciones criminales recíprocas entre magistrados, deberían darle la razón a Pretelt y expulsarlo a él y a los ocho togados que han manchado irreparablemente el legado de la Corte de Oro. Si el Gobierno quisiera realmente limpiar la desbordada cloaca que existe en la corporación, debería pensar en postular nombres como el de Catalina Botero, una mujer que ha demostrado con su vida y ejemplo tener las calidades profesionales, èticas y humanas para ser un buen juez constitucional.

aamolina5@hotmail.com

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